Julio Londoño Paredes Columna Semana

Opinión

“Las granjerías de perlas”

Las hegemonías familiares y políticas en nuestro país vienen desde el tiempo de la colonia.

Julio Londoño Paredes
5 de enero de 2024

Se llamaba durante la época colonial “granjerías de perlas” a áreas del lecho del mar adyacente a ciertas costas, generalmente desérticas, en las que se encontraban ostras que contenían perlas, el más preciado tesoro de las cortes europeas.

La Isla de Cubagua, ubicada frente a la costa venezolana, fue descubierta por Cristóbal Colón en 1498. Allí, atraídos por la abundancia de perlas, se organizaron los primeros establecimientos españoles en la América del Sur. Uno de ellos recibió, en 1528, el nombre de “Nueva Cádiz de Cubagua”. Fue la primera ciudad de Venezuela.

Un vecino llamado Francisco de Castellanos asumió el control de la isla, aunque en realidad la que ejercía el mando, tanto de don Francisco como de la isla, era su esposa Inés Ortiz, una agraciada joven española de recia personalidad. Sin embargo, la desaforada explotación de perlas hizo que finalmente los ostiales de Cubagua se agotaran.

Por instrucciones de doña Inés, Francisco envió una expedición en búsqueda de un lugar para trasladar a los residentes de Cubagua. El sitio escogido fue el Cabo de la Vela, en el extremo noroccidental de la península de La Guajira, en donde había extensos ostiales. Allí se fundó un caserío de nombre Nuestra Señora de los Remedios del Cabo de la Vela, a donde había llegado Alonso de Ojeda en 1499.

Sin embargo, la falta de agua obligó a los habitantes a buscar algún río al sur. Así se localizó el llamado río del Hacha, donde se fundó un pequeño caserío. En su costa había también ostiales. Los indígenas guajiros eran los encargados de bucear, naturalmente a pulmón, para extraer las ostras.

Los colonos trataban a los guajiros como esclavos, anticipándose a la Casa Arana en el Amazonas. Los indígenas morían muy jóvenes, ya que se les reventaban los pulmones por las reiteradas inmersiones en búsqueda de ostras.

Los Castellanos establecieron en Riohacha un régimen autocrático similar al de los señores feudales en Europa. Doña Inés siguió en su empresa y logró que el rey otorgara a su esposo el título de mariscal de la ciudad de Riohacha y de su granjería de perlas. A la muerte de su cónyuge, consiguió que el rey designara a su hijo Miguel para ocupar el cargo y luego sus parientes siguieron controlando los hilos del poder y los beneficios de la granjería de perlas.

Lograron también que Riohacha no dependiera ni de Santa Marta ni de Maracaibo, sino de Santo Domingo. Era un enclave familiar colmado de abusos y corrupción hasta que el rey resolvió en 1593 adscribir la provincia a la Gobernación de Santa Marta.

Puede parecer extraño que un enclave así existiera, sin embargo, es el antecedente de situaciones que se repiten todavía en nuestro país. Ciertos grupos, cuando llegan al poder, hacen lo posible para perpetuarse y obtener beneficios para ellos.

Eso de “gobernar con los más honestos y capaces” es ciencia ficción. Altos funcionarios gubernamentales manifiestan hoy abiertamente que se debe pertenecer al grupo político de turno para lograr un puesto. Así, en ocasiones, los que logran determinados cargos consideran que tienen “su cuarto de hora” y se apresuran a asegurar que sus amigotes, parientes y copartidarios exploten su “granjería de perlas” para “pasarla bueno”.

¡Qué vamos a hacer si son elegidos, como a los señores feudales, por sus siervos, y además siempre “hay granjerías”, no necesariamente de perlas!

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