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Isabel Cristina Jaramillo

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Las oportunidades de las crisis: una corta lista de lo que podríamos ganar en términos de equidad

Esperemos que no tengamos que salir de esta crisis pensando que después de todo lo que hicimos para salir de esta situación tan difícil “todo va a seguir igual”.

Isabel Cristina Jaramillo
9 de octubre de 2020

Existe una importante literatura que muestra cómo las crisis han servido para avanzar en términos de equidad. El caso del derecho al voto en Colombia es un ejemplo. Aunque a mediados del siglo XIX ya se había debatido ampliamente conceder a las mujeres la posibilidad de participar en las elecciones y cada vez que este derecho se concedía en algún país el debate se reiniciaba en Colombia, solamente la gran catástrofe que fue La Violencia terminó generando los incentivos para que se adoptara por fin la reforma constitucional.

Hay también muchos contraejemplos. Las mujeres que participaron en la Revolución Francesa, por ejemplo, se sintieron profundamente traicionadas cuando al redactar los Derechos del Hombre y el Ciudadano se dejó por fuera a las mujeres -y no sólo por no usar lenguaje incluyente sino porque literalmente los derechos eran para los hombres.

Famosamente, Olympe de Gauges fue llevada a la horca por criticar a los revolucionarios y proponer que se aprobaran también unos Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Aída Martínez, la historiadora colombiana, nos cuenta una historia local que es reminiscente de esta misma. En su libro Extravíos reconstruye lo que pudo ser la vida de una mujer de la élite neogranadina al terminar las guerras de independencia, basándose en algunos apartes de la vida de una sobrina del sabio Mutis.

Esta mujer, que lo pierde todo cuando regresa el marido después de varios años y darlo ella por muerto, se queja amargamente de que “todo siga igual” para las mujeres después de tanto esfuerzo para que la vida fuera mejor para todos. Su pecado fue haber iniciado una relación con otro hombre y dar a luz un hijo: como el marido no había muerto, ella terminó condenada como adúltera, recluida en una Casa de Divorcio, perdió todos sus bienes y tuvo que renunciar a su hijo, que fue entregado por su marido en un orfanato.

Es difícil cuando se está en medio de la crisis descifrar en qué sentido se inclinará la balanza. Por ahora, sabemos que las desigualdades no solo se han visibilizado, sino que se han incrementado. Las medidas adoptadas por los gobiernos, el colombiano en particular, han servido poco para atender las sobrecargas que están padeciendo las mujeres y han sido mucho más generosas con los hombres que han sufrido pérdidas que con las mujeres que siempre han estado en la pobreza.

Frente al cierre de colegios y centros de cuidado de niños no ha habido ninguna medida que reconozca que el acompañamiento de madres y padres interfiere con su productividad en el trabajo. Frente a la intensificación de los riesgos asociados a la violencia de pareja el gobierno nacional tampoco ha adoptado medidas concretas. No hay decretos que regulen el tema de visitas y cuidado de niños y niñas. Ingreso solidario se asigna a quienes no tienen el apoyo de familias en acción y alcanza a ser casi el doble. Aunque es una cifra casi irrisoria, es mucho más que lo que reciben habitualmente las mujeres.

Pero ciertamente esta situación puede servirnos para pensar en las agendas pendientes y sus prioridades. En una columna hace unos meses mencionaba los retos de pensar en la violencia contra las mujeres y la urgencia de soluciones. Ante la imposibilidad de seguir depositando toda la confianza en la cárcel, porque precisamente el riesgo para quienes están en la cárcel es muy alto, tenemos que considerar nuevas soluciones y considerarlas de manera más seria.

Aumentar los mecanismos de denuncia no es suficiente si las respuestas que tenemos van a dejar a las personas igual o más desprotegidas que antes. Si lo que sabemos de la violencia es que las conexiones sociales y familiares protegen, ¿qué alternativas tenemos en condiciones de aislamiento? ¿Será que podemos empezar a generar lazos con quienes están físicamente cerca? ¿debemos por fin empezar a entrenarnos en conversaciones incómodas para entender los riesgos que enfrentan nuestras vecinas?

Así como es retador el problema de la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas, es retador el problema de las sobrecargas por razón del trabajo de cuidado. De una parte, la idea es que las mujeres puedan acceder al mercado laboral y obtener recursos que les den independencia económica. Los planes típicos de reactivación económica involucran sectores que tradicionalmente no contratan mujeres: la construcción urbana y de infraestructura.

Usualmente no se considera lograr al mismo tiempo el objetivo de equidad de género y el de reactivación económica pero dadas las circunstancias, ¿por qué no? Como lo ha venido sugiriendo Isabel Londoño hace tiempo, planes de diversidad en los sectores líderes de la economía son urgentes y son relativamente fáciles de implementar. De otra parte, la idea es que las tareas de aseo, preparación de alimentos y acompañamiento de los niños sean redistribuidas entre quienes habitan el hogar y se benefician de estas tareas.

Dado que no podemos masificar estas tareas, al menos no por el momento, esquemas que incentiven distintas organizaciones del trabajo son importantes. Tal vez una manera sea convirtiendo los cursos de cocina, puericultura y hasta lavado y planchado en parte de los programas de bienestar de las empresas públicas y privadas. Es difícil hacer lo que uno no sabe saber y aún más difícil disfrutarlo mínimamente.

Es difícil saber cómo hacer cosas que uno no ha querido o no ha podido hacer. Otro esquema es obligando a empleadores a reconocer el tiempo dedicado a estas tareas, sobre todo el cuidado de niños ya sea flexibilizando los horarios, o reconociendo estas horas a todos los que estén dispuestos a demostrar que las hacen cuidadosamente, incluso si se trata de hijos de otras personas.

Definitivamente cambiar las reglas de la política para contar con más mujeres en cargos de toma de decisiones públicas es un reto que deberíamos afrontar más temprano que tarde. Es difícil para las mujeres estar en la política si su acceso al mercado laboral esta limitado por la violencia doméstica y las sobrecargas de cuidado, pero también es difícil seguir jugando con reglas que no reconocen su experiencia ni el valor de su trabajo.

Como lo mostró el corto intercambio en el que Kamila Harris reprende a Mike Pence por interrumpirla, las mujeres de todos los niveles y experiencias siguen teniendo que soportar hombres a los que les cuesta trabajo escuchar: o las interrumpen o les explican lo obvio. Cambiar esas prácticas culturales supone cambiar la participación de las mujeres en muchos niveles, pero como lo ha mostrado la experiencia de países como Argentina, es muy eficaz empezar por contar con mujeres en posiciones de toma de decisiones.

La reforma en la que se ha insistido en este sentido, de listas cerradas y con candidatos hombres y mujeres intercalados, ya está siendo debatida en el congreso. Lastimosamente, decidieron “cobrarle” doce curules a la igualdad y eso puede hundirla. Pasos decididos es lo que necesitamos. Esperemos que no tengamos que salir de esta crisis pensando que después de todo lo que hicimos para salir de esta situación tan difícil “todo va a seguir igual”.

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