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Si la crisis española ocurriera en Colombia

En Colombia tendremos que esperar un tiempo a que se presente una crisis como la que vive la política española con sus esperanzas de cambio y las incertidumbres.

León Valencia, León Valencia
9 de enero de 2016

Siento envidia, una gran envidia, por lo que está ocurriendo en España. Con perdón de mis amigos españoles, debo decir que me gusta esa crisis, me encanta que el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español hayan perdido la hegemonía que ostentaron a lo largo de 40 años, me llena de esperanzas que de un tirón, en unas elecciones, hayan aparecido dos partidos nuevos con la votación y la representación suficientes para estremecer la vida pública de España. Me complace el enredo en que está el PP para formar gobierno y la encrucijada en que se encuentra el Psoe. Todo eso tiene un sabor a cambio.

Me gusta el origen de la crisis política, aquella indignación que se tomó las calles del país y las redes sociales para protestar por la corrupción enorme y por las medidas de ajuste que apuntaron a cargar todo el peso de la recesión económica en las clases medias y en la masa trabajadora. Muchos analistas pensaron que la indignación no tendría consecuencias políticas. Que las manifestaciones espontáneas, la movilización ciudadana no se transformarían en acción y en organización política. Se equivocaron. Muy pronto aparecieron por la izquierda Podemos y por la derecha Ciudadanos, agrupamientos que encauzaron la indignación, y ahora tienen en calzas prietas a los ya viejos partidos de la España posfranquista.

Me gustan los temas que están en el centro del debate: la corrupción, la reforma social, la profundización de las autonomías territoriales o la independencia de Cataluña y la transformación del sistema electoral. Que la discusión sobre la ETA, la violencia y el terrorismo no sea el plato del día. Que la preocupación principal no sea cómo salvar a los banqueros abusivos. Todo eso está bien, diría que está muy bien.

De ahí la envidia. Porque en Colombia tenemos un presidente de origen liberal, perteneciente a una familia que participó del poder a lo largo del siglo XX; a este presidente lo acompañan Cambio Radical, encabezado por un dirigente político también de origen liberal y también perteneciente a una familia que gobernó al país en el siglo anterior; el propio Partido Liberal, liderado por un mandatario de finales de ese siglo; el Partido de la U, compuesto por parlamentarios que igual dieron sus primeros pasos entre los liberales; y el Partido Conservador, la otra cara del bipartidismo que ha gozado de la hegemonía política desde los albores de la república.

Pero hay más. La oposición de derechas está en manos de un grupo político: el Centro Democrático, liderado por otro expresidente que militó en el liberalismo la mayor parte de su vida, y la oposición de izquierdas, además de marginal, está liderada por personas que llevan no menos de 30 años en el trajín electoral saltando de un grupo a otro en una búsqueda infructuosa por encontrar una alternativa al bipartidismo.

El desaliento es mayor si se explotan los temas de debate. En el centro de la controversia en nuestro país están, desde hace 30 años, la violencia, la seguridad y la paz. De ahí no salimos. Ni los cambios sociales, ni la globalización económica, ni el ordenamiento territorial con sus demandas de autonomía y descentralización, ni la modernización del sistema electoral han ocupado la atención principal en las campañas políticas. Repetimos partidos, repetimos líderes, repetimos temas y, por consiguiente, repetimos la ominosa corrupción y un lacerante egoísmo social.

Cabe la posibilidad de que en España no cuaje un verdadero cambio político. Ya sea porque el Psoe se preste de alguna manera para que Rajoy conforme gobierno y repita la investidura, o porque en una convocatoria a nuevas elecciones el Partido Popular y Rajoy obtengan la mayoría suficiente para persistir en el poder.

Pero puede ocurrir que los socialistas encuentren una fórmula para resolver las diferencias con Podemos en torno a la independencia de Cataluña ,y den paso a una coalición de izquierdas en la que las nuevas fuerzas surgidas de la indignación tengan un protagonismo cierto para formar un nuevo gobierno; o que, en el escenario de la convocatoria a elecciones, los españoles decidan ampliar su votación por las nuevas fuerzas políticas y entierren de manera categórica el bipartidismo.

Entre tanto, en Colombia tendremos que esperar a la terminación de la guerra y a la firma de una paz duradera para pasar a otros temas y a otras preocupaciones; para promover con libertad, sin la coyunda de la violencia, la indignación social y saborear entonces la posibilidad de nuevas fuerzas, nuevos liderazgos y nuevas caras en los gobiernos locales y en el gobierno nacional. Tendremos que esperar un tiempo a que se presente una crisis como la que vive la política española con sus esperanzas de cambio y con las incertidumbres y temores que traen las grandes tormentas de la vida pública.

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