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Camilo Granada

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Lodazal

El esperado debate entre Trump y Biden fue una demostración de lo bajo que ha caído la campaña electoral en Estados Unidos. Hubo insultos cruzados, mucho ruido y pocas nueces para los indecisos. Ambos candidatos se apegaron en la estrategia establecida.

Camilo Granada
1 de octubre de 2020

Normalmente, los debates tienen un impacto limitado en la decisión de los votantes: los indecisos son también los menos interesados en la política y por lo tanto los ven menos. La mayor parte de los espectadores son personas que ya tienen decidido su voto y buscan confirmarlo. Se requiere un paso en falso o un error enorme para mover la aguja de los espectadores en este punto de la carrera.

Sin embargo, el primer debate entre Trump y Biden tenía un potencial impacto mucho mayor al usual. Primero, porque hay un elemento particularmente importante y específico del proceso electoral en los Estados Unidos y en particular en este año: la gente ya está votando. Se sabe que, si bien faltan más de treinta días para la elección, más de un millón de personas ya votaron; varios millones lo harán en estos días a través del voto por correo, muchos más que en elecciones anteriores por cuenta del miedo al contagio del coronavirus. Esto hace que muchos televidentes puedan reaccionar en caliente y votar justo al término del debate. La segunda razón también tiene que ver con la pandemia. Por cuenta de la distancia social ha habido mucho menos actos públicos de campaña, por lo que mucha gente estaba interesada en escuchar de primera mano lo que proponen los candidatos.

El debate se anunciaba como un momento crítico para ambos candidatos. Trump, quien va perdiendo en las encuestas,-incluso en varios estados que son clave para ganar la elección-, necesitaba cambiar la dinámica de la campaña. El debate televisado, donde él normalmente se siente cómodo y sus frases efectistas lo ayudan, debía ser la oportunidad de mostrar a Biden como un candidato dubitativo e incapaz. Biden, como todo candidato que lidera las encuestas, tenía más que perder del debate. Su misión era no caer en el juego de Trump y no cometer ningún error grave que influyera en la decisión de los votantes.

Se esperaba por lo tanto un enfrentamiento duro y con golpes bajos. Trump atacando a la familia de Biden y denunciando su socialismo radical, Biden restregándole en el rostro a Trump los más de doscientos mil muertos por covid-19 y los pocos dólares pagados en impuestos. Y así fue. Pero el debate cayó mucho mas bajo de lo que se podía temer. Trump se dedicó a interrumpir a Biden de manera grosera (al punto que tuvo que ser reconvenido por el moderador en múltiples ocasiones) con la esperanza de hacerlo titubear, tartamudear y perder los estribos. Y en cierta medida lo logró. Biden terminó exasperado, insultando a Trump. Le dijo, payaso, mentiroso, racista, mascota de Putin, el peor presidente de la historia, e incluso lo mandó callar.

El resultado fue un debate que parecía más una pelea callejera que una confrontación entre visiones distintas para el país y su papel en el mundo. Se centró en el pasado y no en el futuro. No hubo espacio para ninguna propuesta, ningún promesa ni política hacia delante.

Ambos perdieron una oportunidad para avanzar su causa. Trump causó gran preocupación por su negativa a condenar la violencia de los grupos de extrema derecha y sobre todo por su frontal ataque contra el sistema electoral. No dudó en anticipar que se tratará de un inmenso fraude y que no se puede confiar en el resultado del conteo de los votos. Su defensa de la manera cómo ha enfrentado la pandemia fue pobre y evasiva. Y perdió porque no logró “destruir” al “somnoliento Joe” como había anunciado antes del debate. Bidenpor su lado perdió al caer en la trampa de Trump de intercambiar insultos y acusó el golpe en el tema del orden público.

Desde la perspectiva de la estrategia, cómo responder a un contrincante que rompe las reglas, interrumpe e interfiere constantemente es un gran desafío. Biden usó todos los medios a su alcance: se rio, cerró los ojos, pidió la intervención del moderador. Pero en varias ocasiones decidió responder con la misma moneda, seguramente por desespero, pero también pensando que aparecer débil frente al matoneo afecta su imagen de líder.

Sin embargo, ambos deben pensar que lograron marcar puntos. Trump debe estar convencido que reafirmó su posición de macho alfa. También marcó puntos al hacer énfasis en las propuestas del ala más radical del partido demócrata, en línea con su estrategia de denunciar a Biden como el candidato del “castro chavismo'' comunista.

Biden logró dos cosas importantes para su campaña. Primero, pudo mantener el debate sobre el balance de la administración actual, en particular en temas de salud, donde las encuestas lo favorecen. Segundo, aprovechó para seguir hablándole a los electores de centro, aún a costa de tomar distancia de una parte importante de su base, en temas como el orden público, el seguro médico y la ecología. En una campaña tan polarizada, la base no se pierde. Lo clave es ganar el centro indeciso. Además, a pesar de que derrapó en varias ocasiones, Biden se concentró en dirigirse a los televidentes, mirando directamente a la cámara e ignorando a Trump. Eso le ayudó a parecer como el único adulto en el escenario. De hecho, de acuerdo con las encuestas post debate, Biden salió ganador. E incluso si la diferencia no es significativa, para Biden no perder por nocaut es ganar.

Este fue el primero de tres rounds, a los cuales se añadirá el debate entre candidatos a la vicepresidencia entre Harris y Pence. En unas elecciones tan apretadas, en particular en algunos estados como Florida, Arizona, Pensilvania o Wisconsin, cambiar unos cuantos miles de votos puede ser decisivo. Lo más preocupante, al término de este primer debate, es que queda claro que Trump no aceptará el resultado de las urnas si no lo favorecen. Después de las peleas callejeras, se avecina una fuerte tormenta.

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