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Los locos veinte: 1920 / 2020

RevistaArcadia.com
1 de agosto de 2020

En 1920 ya se habían consolidado las premisas claves del arte de vanguardia, que se convertirían en su legado hacia el futuro. Los medios hegemónicos que habían dado forma al arte, como la pintura y la escultura, encontraban nuevos rumbos y desafíos al ver cuestionadas sus convenciones culturales, dando origen a prácticas como la abstracción. Así mismo, en los años previos habían emergido nuevos principios formales que se apropiaban directamente de restos o rasgos de la realidad material, como el collage, el ensamblaje, el ready made y la fotografía, que llegaron a suplementar el rol de los mencionados medios artísticos en su papel de confrontar lo real del mundo.

Tan importante como la reconfiguración material de las prácticas artísticas durante los años diez y veinte fue la vocación crítica que asumieron casi al unísono las diferentes vanguardias, que era inherente a las ideas y actitudes que dieron forma a las obras. Se trataba de un agudo “malestar en la cultura”, expresado desde diferentes flancos y puntos de vista respecto a dicha época. En la Europa de los veinte se consolidaron corrientes tan heterogéneas como el dadaísmo, el constructivismo, el surrealismo o el abstraccionismo, mientras que en Suramérica emergía la antropofagia cultural, que funcionaba, en parte, como resistencia al colonialismo europeo.

Un siglo después son visibles los rastros que dejó ese momento en los artistas del mundo entero, que se vieron complementados por los posteriores desarrollos sobre esas ideas y actitudes a lo largo de todo el siglo XX. Sin embargo, parece particularmente relevante el análisis de un determinado proyecto artístico, basado en las representaciones culturales que moviliza, más allá de la pertinencia que los potenciales valores estéticos que lo puedan caracterizar. Esto ha sido particularmente cierto en las representaciones culturales de obras realizadas en torno a grupos sociales y poblaciones que han experimentado una violación sistemática a sus derechos, como las mujeres, las comunidades indígenas, la población afrodescendiente o los grupos LGBTIQ, entre otros.

En años recientes artistas pertenecientes a estos sectores sociales y poblacionales han hecho notar cómo la historia del arte, entre muchas otras disciplinas académicas, ha guardado silencio frente a las contingencias étnicas, sociales y culturales que estructuran las relaciones sociales en el interior del mundo del arte, que se reflejan tanto en el trato dado a las personas de estas comunidades como a sus mismas obras. Las mujeres y las comunidades afrodescendientes fueron pioneras en intentar restituir sus derechos en relación con la manera en que son representadas dentro del arte (y el mundo del arte), a quienes rápidamente se fueron sumando otros actores sociales, que experimentaban la misma situación. De ahí que se haya dicho que el arte moderno, tal y como suele comprenderlo la historia del arte, es la expresión cultural de los varones blancos, heterosexuales y de clase media en el mundo occidental.

En los sesenta muchos artistas hegemónicos exploraron críticamente los fundamentos teóricos y formales de las prácticas del arte, dando origen a lo que se conoce como arte conceptual. Sin embargo, los artistas latinoamericanos de ese momento revisaron intrínsecamente fue el campo social, encontrando una enorme agenda de problemas para ser abordados. Este tipo de planteamientos han sido claves para generar el empoderamiento de muchos grupos sociales, que buscan transformar sus representaciones culturales.

En 1992 el artista Fred Wilson, hijo de un afroamericano y de una indígena, realizó su proyecto Mining the Museum, que buscaba evidenciar que la manera en que los museos exhiben las representaciones artísticas y culturales del pasado perpetúa las circunstancias de racismo y discriminación propias del periodo en que fueron realizadas. Por lo tanto, intervino un museo y su colección para crear una instalación que contextualizara dichas representaciones haciendo convivir “la civilización” y la “barbarie” en una misma situación.

Los artistas del siglo XXI han explorado la mayor parte de legados formales y conceptuales que nos dejó el siglo XX, pero lo que parece ser su marca de agua es el intento por generar contextos críticos que permitan comprender la forma que toma el mundo en el presente y la responsabilidad que pueda tener el arte de generar representaciones culturales que estigmaticen o revictimicen a quienes lleven la peor parte de la historia.

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