Opinión
Mi visita al internado “Gentil Duarte”, fracaso del Estado (Parte 1)
A pesar de lo inaceptable de bautizarlo Gentil Duarte –escándalo que solo saltó por la publicidad de la fiesta de inauguración–, la realidad es que un municipio de 27.000 kilómetros cuadrados y 400 veredas necesita ese y varios internados más.
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Viajé esta semana al Internado Gentil Duarte, a 172 kilómetros de San Vicente del Caguán, en la vereda El Triunfo. Todo alrededor de ese centro colegial es fiel reflejo del fracaso del Estado.
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Esperaba demorar unas cinco horas o más, pero solo fueron tres por unas vías destapadas muy bien mantenidas. Tres peajes de 5.000 pesos y el trabajo abnegado y solidario de las comunidades lo hacen posible.
¿Y el Estado? Se roba la plata (ejemplo: carretera San Vicente-Puerto Rico).
Recorrí un área de control absoluto de las Farc-EP de Iván Mordisco. Desde el momento en que dejas el casco urbano entras a lo que siempre ha sido feudo guerrillero y ahora volvió al pasado: ejercen el poder sin esconderse.¿El Estado? Invisible. Militares y policías tienen las manos atadas.
El Triunfo es un minúsculo caserío con un estadero y casas de tablones de madera. El Internado, blanco, amplio, rodeado de una verja, estaba cerrado y debí esperar a un vecino que tenía la llave. Entretanto, subí al elevado depósito de agua, para consumo de los futuros estudiantes, adornado con un grafiti de Gentil Duarte y otro de Manuel Marulanda.
Desde lo alto se aprecia una construcción sencilla, de una sola planta. Pero no pude ver el interior de los salones y las habitaciones. La energía la proveen paneles solares. Me dijeron que en las precarias escuelitas de los alrededores apenas hay agua ni baterías sanitarias. Que el Estado los ignora.
Antes que las llaves, llegó un mando guerrillero en una camioneta. Vestido de civil, con arma corta, vino hacia mí y se presentó tranquilo, educado.
“Mucho gusto, mi nombre es José Jiménez. Hago parte de una comisión de finanzas de la organización de las Farc-EP de esta área, del bloque Jorge Suárez Briceño, frente Arturo Ruiz. En el momento somos nosotros los que estamos haciendo presencia en esta área, después del proceso de paz donde se hizo una entrega de armas, pero no se tuvo en cuenta las comunidades, al pueblo, porque es una lucha revolucionaria, una lucha de todos”.
A la pregunta sobre un enorme grafiti de Gentil Duarte, contestó: “El camarada aparece ahí porque fue de esta región y ayudó a mucha gente, y organizó. Una gran persona”.
Le repliqué que no mandarían profesores si no cambiaban el nombre y borraban los dos grafitis. Y como las familias de una región ganadera no cuentan con recursos para sostener a sus hijos en el Internado, debe costearlo el Estado. Guardó silencio y sentí que estaba de acuerdo.
Conversamos un rato sobre el desastre de Venezuela, el Gobierno Petro, que no lo considera de izquierda, y remarcó su lógico desagrado hacia la revista SEMANA, entre otras cuestiones.
Solo transcribo sus primeras palabras, que quedaron en el celular mientras lo apagaba, porque me pidió, de manera correcta, que no grabara más imágenes y me fuera. Pero me invitó a regresar una vez inauguren el centro escolar.
Los pocos vecinos que se encontraban en el estadero frente al Internado, así como otras personas con las que luego hablé en San Vicente, aseguraron que fueron las comunidades las que financiaron la construcción, de la que se sentían orgullosos. No tuve manera de averiguar si las Farc aportaron una parte, aunque pienso que más bien obligaron a las veredas a contribuir con vacunas extras para el Gentil Duarte.
En el camino de vuelta paré ante una estructura grande, levantada con fondos de “cooperación internacional”, que debería ser una planta de procesamiento de productos lácteos. Llevan cuatro años haciéndola, según los vecinos. Agregaron que falta instalar los equipos y beneficiará a 11 veredas.
Por su aspecto parecía estar más cerca de engrosar la manada de elefantes blancos que de abrir sus puertas. El contraste entre el Internado y la planta dejaba en evidencia a un Estado ausente, ineficiente, corrupto.
A pesar de lo inaceptable de bautizarlo Gentil Duarte –escándalo que solo saltó por la publicidad de la fiesta de inauguración–, la realidad es que un municipio de 27.000 kilómetros cuadrados y 400 veredas necesita ese y varios internados más.
¿Por qué no los hace el Estado? ¿Por qué muchos que existen son paupérrimos?
Acaban de condenar a 21 años de cárcel al exgobernador del Cesar, Monsalvo, por robarse el PAE. ¿Cuántos regidores y líderes locales no merecen idéntica pena por embolsillarse plata para colegios?
Tampoco el presidente Petro tiene autoridad moral para repudiar el nombre de Gentil si no repudia al matón Manuel Marulanda y eleva a los altares al cura Camilo Torres y al M-19, que eligieron las armas para imponer ideas.
Borrarán los grafitis y rebautizarán el Internado. Pero volverán a pintar el rostro de Duarte, y el adoctrinamiento está garantizado. Igual hace la izquierda radical en las universidades. Basta leer el agresivo comunicado del rector que quería Petro en la Nacional para comprobar que no buscaba excelencia académica, sino establecer un centro universitario para imponer la constituyente petrista. (Parte 2 la próxima semana)