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Aurelio Suárez Montoya. Columna Semana

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Mientras Palestina e Israel se inundan de sangre, el gringo ahí

Como en esta era las guerras inician y terminan cuando Estados Unidos decida, solo el cambio en su actitud resolverá el conflicto.

Aurelio Suárez Montoya
14 de octubre de 2023

Hamás, grupo fanático con orientación chiita, que se opone al reconocimiento de Israel y da prioridad a la lucha armada, ejecutó una criminal y execrable masacre contra la población civil judía el pasado 7 de octubre.

Escribió otra más de las sangrientas páginas del conflicto árabe-israelí, desde que la resolución 181 de 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, “decidió dividir Palestina (entonces un mandato británico) en dos Estados, uno árabe (palestino) y otro judío, con un régimen internacional especial para Jerusalén”, que provocó la guerra de 1948 y desplazó a 750.000 palestinos.

Según Henry Kissinger en 2016, luego de cuatro guerras (pueden ser siete), armisticios, “numerosos enfrentamientos bélicos” e intifadas o rebeliones palestinas en Cisjordania y en la Franja de Gaza contra Israel, se llegó a un “empate explosivo”. Ese singular “empate explosivo” de Kissinger ha servido a Estados Unidos para tener injerencia constante bajo la forma de asistencia a Israel. Entre 1946 y 2022, la ayuda bilateral sumó 138.853 millones de dólares, 104.506 en apoyo militar y 34.347 en áreas económicas (CRS, marzo, 2023). Cataliza la desestabilización.

Es otro fruto de la vocación bélica de Estados Unidos como instrumento de dominio. Según el Servicio de Investigación del Congreso estadounidense (CRS), “Desde su fundación, Norteamérica ha sido responsable de 469 intervenciones militares en el extranjero, incluyendo 251 a partir de 1991, al finalizar la Guerra Fría, hasta 2022”.

Tras un largo historial de intervenciones militares, Estados Unidos tiene en más de 80 países “750 bases militares en el extranjero y continúa construyendo otras” (Democracy Now, en Soberanía, n.° 2), como las instalaciones que el Gobierno Petro autorizó en Gorgona.

Fuera de 3.000 muertos en la última semana, de las dos partes, el sufrimiento humano por el conflicto entre Palestina-Israel ha sido enorme. La Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (Ocha) estima que “desde 2008 en el territorio palestino ocupado e Israel en el contexto de la ocupación y el conflicto” hubo 6.407 palestinos muertos y 308 israelíes y fueron víctimas 152.560 palestinos, así como 6.307 israelíes (https://www.ochaopt.org/data/casualties).

Se ha contrariado el reconocimiento de Palestina –en 2012– como Estado observador de Naciones Unidas, definido por 138 votos a favor, 41 abstenciones y nueve en contra, y se incumplen resoluciones aprobadas –como la 1515 de 2003– que recogieron otras anteriores, las que condenaban las acciones contra los civiles, que rechazaban los asentamientos israelíes en la Franja de Gaza y Cisjordania y que llamaban a un acuerdo de paz, con base en dos Estados soberanos: Palestina e Israel.

Los motivos de la intromisión de Estados Unidos, un agravante del desorden regional, son geoestratégicos, de tener un aliado incondicional en Medio Oriente. El entonces senador Joe Biden, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, lo explicó en junio de 1986: “Si no existiera Israel, Estados Unidos de América tendrían que inventar un Israel, para proteger nuestros intereses en la región” (hay video).

También se relaciona con el nodo de alta tecnología militar que Israel ha desarrollado e intereses económicos, pues, según el gran inversor Warren Buffett, “es el principal, mayor y más prometedor centro de inversiones fuera de Estados Unidos”.

El Departamento de Estado dice que “Las empresas estadounidenses representan casi dos tercios de los más de 300 centros de investigación y desarrollo (I+D) establecidos por transnacionales en Israel. Tiene 117 que cotizan en el Nasdaq, la cuarta mayor cantidad después de Estados Unidos, Canadá y China”. El comercio bilateral valió 45.100 millones de dólares en 2021 (https://www.state.gov/reports/2022-investment-climate-statements/israel/).

No se avista, ni por las barbaridades de Hamás ni por la reacción indiscriminada y de tierra arrasada de Israel, la anhelada solución pacífica, la de dos Estados convivientes. La esperanza de la paz se desvanecerá, en tanto Hamás usurpe el protagonismo de la causa palestina y se deseche, sin vocería única, a la OLP-Fatah, nacionalista que gobierna en Cisjordania y mientras persista como fermento la abierta injerencia de la súperpotencia, ventajista del “empate explosivo”.

Como en esta era las guerras inician y terminan cuando Estados Unidos decida, solo el cambio en su actitud resolverá el conflicto. Entre tanto, continuará el sacrificio de ambas naciones, el desangre de los dos pueblos. ¡Cuánto dolor!

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