
Opinión
Narcotizadas
La mayoría de lo postulado es pertinente y bien formulado.
Muchas consideraciones serias y pertinentes fueron presentadas por el amplio y selecto grupo de expresidentes, precandidatos y participantes convocados por los partidos Centro Democrático y Dignidad Liberal al conversatorio sobre política exterior colombiana.
Bajo el rasero de las formas y principios diplomáticos y objetivos estratégicos se postularon deseos evidentes y de perogrullo para la reconstrucción de nuestras relaciones e imagen internacional después del desastre tuitero, irracional, militante y traidor del actual Gobierno.
La mirada entusiasta y deseosa hacia nuestras relaciones internacionales y sus instituciones como la Cancillería, el deseo de verlas empatar de manera perfecta con nuestras políticas de seguridad y desarrollo son sin duda válidas. La mayoría de lo postulado es pertinente y bien formulado.
Pero este esfuerzo, necesario y válido, no puede precluir la cruda realidad. Nuestras relaciones internacionales, desde hace ya más de 50 años, están narcotizadas. Sin importar cuánto nos esforcemos por darle relevancia a otros frentes de interés en nuestras relaciones con los países cercanos, siempre llegamos al mismo punto.
Nuestros vecinos, Estados Unidos, Europa y más allá, cercanos y lejanos, nos reclaman de manera incesante, diplomáticamente y con acciones, que no los sigamos inundando de cocaína, marihuana y heroína.
Y seguimos fracasando, cada vez de peor manera, en esa expectativa de nuestros aliados, amigos y de los que no lo son. Nuestra inquina y fracaso reiterado y creciente nos quita cualquier autoridad y beneplácito para discutir otros temas importantes para nuestro interés nacional.
Si bien entre los contertulios afloró reiteradamente la muletilla de promover un Plan Colombia 2.0, Luis Alberto Moreno fue enfático en señalar que la viabilidad fiscal y la credibilidad colombiana para esta iniciativa son limitadas. Los incumplimientos y el crecimiento desaforado de los cultivos desde los acuerdos de paz, por más adornados que fueran con las suaves retóricas de Santos o Duque o con los tinglados fantasiosos de Petro, no dejan de ser incumplimientos. La confianza está rota.
Por otra parte, prometer programas con recursos de otro país no deja de ser, cuando menos, la cuota inicial de una fantasía. Mientras Colombia no cambie su desastrosa política y ejecución en la lucha contra las drogas, los dueños del billete gringos mantendrán acaso los mermados niveles actuales y generosamente pueden que descertifiquen, aunque impondrían sanciones económicas leves.
Así que por mucho que importen y satisfagan los grandes proyectos internacionales, y muchos candidatos se engolosinan claramente con las perspectivas de ser nuevamente presidentes viajeros, codearse con la realeza y ocupar el atril de la ONU, la realidad es que lo que compete es trabajo duro y cerrero en la guerra contra el narcotráfico y sus múltiples manifestaciones criminales.
En esta guerra hay muchas decisiones duras y apremiantes para el futuro gobierno, de las cuales increíblemente no se habla, o se mencionan de pasada y sin convicción.
Destacó el exgobernador de Sucre, Héctor Olimpo Espinosa, diría que casi atrevidamente, la impunidad judicial oprobiosa del país y la renuencia inexplicable a utilizar la fumigación aérea con glifosato contra los cultivos ilícitos.
El gobernador entró, en solitario, en el sacrosanto terreno de las concesiones narcóticas de los acuerdos de La Habana, que de manera predicha y predecible han hundido este país no solo en la lamentable violencia, sino que lo han transformado en la incontrolable capital mundial de la mafia y el lavado, e instrumentando con ello la expansión de las guerrillas y carteles y todas sus economías ilícitas.
Bien por él, ya que las cosas debemos aprender a decirlas de manera clara y directa.
El futuro de nuestras relaciones no cambiará nunca mientras no hagamos una reforma a la justicia, que hoy es una parodia, un chiste, un sistema de impunidad.
Pero nuestras relaciones no saldrán del marasmo narcótico si Colombia no acomete decididamente la reconstrucción de su poder aéreo en todas sus capacidades para iniciar un amplio operativo de fumigación aérea masiva, retomar el bombardeo de cabecillas y campamentos, utilizar los drones tácticos para destruir cristalizaderos móviles y sus guardas, y reintroducir la persecución en caliente allende la frontera, con o sin acuerdos binacionales.
Tampoco lograremos nada, si no le enviamos un mensaje claro y contundente a las poblaciones que se han entregado al enriquecimiento a través de los cultivos ilícitos, asociándose con la mafia y la guerrilla para asegurar el control territorial y la impunidad arropada de victimismo campesino.
Nada haremos si no acometemos la extradición de todos los comandantes guerrilleros del pasado, presente y futuro y de todos los capos de carteles y oficinas. Nadie quiere relacionarse con el país que es el paraíso mundial de la mafia.
Debemos dejar el cinismo como sociedad, pero sobre todo en el sistema financiero y los espacios de inspección, vigilancia y control como la Superfin y la UIAF. Con qué rostro podemos abordar la agenda internacional mientras las autoridades permanecen impávidas ante el crecimiento desbordado e inverosímil del volumen de remesas de personas o por venta de servicios al extranjero.
Si queremos dignidad y reconocimiento en el extranjero, es con hechos que debemos ganarlo. Mientras tanto, si quienes aspiran a la presidencia no tienen la sindéresis de tomar posiciones claras frente a estas acciones, deben desalojar el escenario de las vanidades.