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La mezquindad de la oposición

Es tanta la obsesión que López y otros miembros han subvalorado el hecho más significativo de las últimas décadas: la decisión de Duque de no armar mayorías en el Congreso con mermelada.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
27 de octubre de 2018

Después de la ceremonia inaugural de la primera administración de Barack Obama, una noche fría de enero de 2009, varios senadores y congresistas republicanos se reunieron en privado en un restaurante de Washington DC. Estaban preocupados por la ‘Obamanía’. Acordaron hacerle una oposición implacable en todos los campos al nuevo presidente; no darle respiro alguno con el fin de debilitarlo y evitar su eventual reelección.

Cumplieron a cabalidad su compromiso de hacerle la vida imposible. En votos fundamentales como el proyecto de estímulo fiscal y la reforma del sistema de salud fue nula la colaboración de los republicanos, a pesar del esfuerzo del primer mandatario por acercarlos y encontrar un punto medio. Incluso el pilar filosófico de la ley de salud provino de ideas conservadoras de principios de los noventa. Hicieron caso omiso al mensaje de unidad de Obama y optaron por la obstrucción permanente. Pesaron más los intereses políticos electorales futuros que el bienestar de la nación.

Iván Duque debe empatizar con Obama. A él también le están aplicando la licuadora. Ningún gesto del nuevo presidente parece suficiente para Claudia López, Gustavo Petro, Jorge Enrique Robledo y sus simpatizantes. Conformó un gabinete de mayoría tecnócrata, algunos de cuyos miembros –como la ministra de Justicia– votaron por el Sí en el plebiscito. Ratificó en el cargo a varios funcionarios que venían del gobierno anterior, una demostración tangible de su compromiso con pasar la página.

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Mantuvo la cúpula militar, nombrada por su antecesor, a pesar de presiones intensas de su partido de que enviara a los generales a la calle el 8 de agosto. Recibió a Rodrigo Londoño, alias Timochenko, en la Casa de Nariño y hace unas semanas se reunió en La Guajira con Joaquín Gómez, uno de los comandantes más sanguinarios de las Farc. Si bien durante la campaña criticó severamente la CSVR (Comisión de Implementación, Seguimiento y Verificación del Acuerdo Final de Paz y de Resolución de Diferencias), miembros de su gobierno participan de tú a tú con los exguerrilleros de las Farc. Duque se ha apartado de los intentos del Centro Democrático de meterle la mano a la JEP y a la Comisión de la Verdad.

Es tanta la obsesión que López y otros miembros han subvalorado el hecho más significativo de las últimas décadas: la decisión de Duque de no armar mayorías en el Congreso con mermelada.


Esas señales de conciliación no han sido reciprocadas por sus opositores. La consigna parece ser atacar, atacar y atacar. Y no trabajar, trabajar y trabajar.
Pelaron el cobre con el debate sobre los proyectos que volverían leyes y reformas constitucionales como los siete puntos de la consulta anticorrupción, los que Duque se comprometió a impulsar en el Congreso. Como es entendible, hay dudas entre los congresistas sobre la pertinencia o efectividad de varias de las iniciativas y han entorpecido el trámite de algunas. ¡Quién dijo miedo! Han llovido insultos contra el presidente y el gobierno, comenzando por la ex candidata vicepresidencial Claudia López. Para ella y su combo, su consulta era perfecta. Es tanta la obsesión por la misma que tanto López como los otros miembros de la oposición han subvalorado el hecho más significativo en la lucha contra la corrupción política en las últimas décadas: la decisión de Duque de no armar mayorías en el Congreso con ‘mermelada’. Le ha costado muchísimo en gobernabilidad, pero no ha cedido a las presiones.

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Durante la campaña, tanto Sergio Fajardo como Gustavo Petro abogaron por ese cambio en la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Que Duque lo esté cumpliendo parece importarles poco o nada a los verdes, a los llamados ‘decentes’ y el Polo. Su objetivo es otro: hacer trizas la agenda del presidente.

Desde que se estableció la moción de censura en Colombia con la Constitución en 1991, nunca se había activado contra un ministro a solo dos meses de asumir el cargo. Es de Perogrullo. El fin de la moción es ejercer control político sobre la gestión del ministro y nueve semanas es muy poco tiempo, incluso para cometer errores. A Alberto Carrasquilla le están cobrando haber sido ministro de Álvaro Uribe. Nada de lo que se le acusa tiene que ver con su gestión actual.

Y es realmente estrambótico que se le quiera responsabilizar por el uso inadecuado de los recursos de los bonos del agua por muchos alcaldes como alega Robledo. Y es francamente ridículo achacarle la pobreza en La Guajira a Carrasquilla, como hizo Petro el miércoles.

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Sorprende la mezquindad de la oposición. Deberían aplicar el ‘no todo vale’ que predica Antanas Mockus.

Obama nunca perdió la fe en que un día los republicanos recapacitarían. Sabía que obraba en lo correcto. Ojalá que a Duque le vaya mejor con los radicales criollos.