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Petro

Petro asusta hoy tanto como asustaban los candidatos de la ultraderecha hace un par de semanas. Y, guardadas las proporciones entre ambos candidatos, igual que Gaitán en 1948.

Alonso Sánchez Baute
12 de febrero de 2018

Hace poco hicieron un experimento entre personas que votaron por Trump: les mostraron al tiempo una foto el día de su posesión como presidente y otra de Obama el día de la suya. La del segundo se veía a todas luces abarrotada hasta las banderas, sin embargo la gran mayoría aseguró que en la de Trump había mucha más gente. Tenían la evidencia al frente, la prueba reina de que a Trump lo acompañó ese día al menos un 20 por ciento de personas menos que a Obama, pero sabían que reconocer ese hecho era aceptar su equivocación. Negar en público una verdad puede ser un pequeño triunfo retórico, pero nada más. Y es peor cuando nos engañamos a nosotros mismos, negándonos a creer en la evidencia.

La gente solo cree lo que quiere creer. En el país hay incluso la idea de que “Si no dices las cosas exactamente como yo quiero oírlas es porque estás en mi contra”. Pero, esté uno a favor o en contra de un candidato, los hechos son para analizarlos, no para negarlos, ocultarlos ni asustarse. Petro fue un excelente senador (lo reconocen hasta sus mayores enemigos) y en su paso por la Alcaldía de Bogotá se ganó el Baloto cuando Alejandro Ordóñez, buscando cerrarle las puertas en el futuro (que hoy es el presente), lo catapultó a ser lo que ahora tanto asusta. Es posible que sin Ordóñez Petro hubiera llegado al mismo lugar, pues le sobra la inteligencia que a Ordóñez le nubla el fanatismo, pero no se puede desconocer el “empujón” que el exprocurador le dio.

Desde que tumbaron la inhabilidad en su contra, el hombre de Ciénaga de Oro comenzó a coger mucha más fuerza de la que traía. Si fuera por la cantidad de seguidores en las redes, ganaría hoy: tiene tres veces más que Fajardo, que es quien le sigue; y cuatro más que Vargas Lleras. Frente a sus dos millones ochocientos, Duque solo cuenta con alguito más de cien mil personas (esta candidatura, al parecer, no despegó. ¿Están los partidarios del CD a la espera de los resultados del 11 de marzo?). Estas cifras de Petro se subestiman porque “ya vendrán las maquinarias y la compra de votos”, cuando en realidad podrían ser el indicio de un cambio en el electorado.

Los otros candidatos hacen alianzas que no sirven porque no salen del mismo discurso del odio, insignificante ante los problemas reales del país. A favor o en contra, se quedaron en lo de siempre como un disco rayado: el castrochavismo, Venezuela, las Farc, los gais. La derecha insiste en todas las formas de exclusión y de odio como único argumento de campaña. Petro, en tanto -y negarlo es una torpeza retórica-, lidera los debates, genera ideas, propone cambios y, sobre todo, le habla directamente a las clases populares, que exigen soluciones a sus propios problemas (por ejemplo, desmontar el negocio para privilegiados en que se han convertido la salud y la educación). Los pobres son más y los pobres también votan. Lo admiran, dicen, “porque no se ha visto untado en ningún escándalo de corrupción” y creen en sus propuestas porque “nos cumplió cuando fue alcalde de Bogotá”.

Otra lectura del triunfo de Petro en las encuestas me la dio mi amigo más petrista: “No creo en ese resultado porque es perverso. Dicen que él va ganando para que todo el mundo lo ataque y lo saquen pronto del ring”. Petro asusta hoy tanto como asustaban los candidatos de la ultraderecha hace un par de semanas. Y, guardadas las proporciones entre ambos candidatos, igual miedo que Gaitán en 1948.

PD: Con el lío de las basuras en Bogotá, Peñalosa es el nuevo Ordóñez de Petro: entre más lo culpa, más lo encumbra.

@sanchezbaute

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