Sofy Casas

Opinión

Petro, rumbo al ‘indictment’

Colombia no tiene por qué caer en ese abismo. Pero debe despertar. Antes de que sea tarde.

Sofy Casas
16 de noviembre de 2025

Colombia está viviendo un momento que marca un antes y un después en nuestra historia reciente. Esta semana quedó expuesto un Gobierno que improvisa sobre la seguridad nacional como si fuera un borrador descartable. La orden de Gustavo Petro de suspender la cooperación de inteligencia con Estados Unidos dejó claro que en la Casa de Nariño toman decisiones sin medir consecuencias. La reculada de Benedetti, disfrazada de aclaración técnica, no arregló nada. Solo confirmó que operan en modo accidente permanente. Y mientras aquí se insistía en que todo era un malentendido, en Washington se movían las placas profundas de la política y la justicia norteamericana.

Y en medio del caos apareció un dato que revela la magnitud real del problema. La revista Cambio filtró una fotografía en la que Gustavo Petro y Nicolás Maduro aparecen representados vestidos de naranja, como objetivos criminales dentro de investigaciones de narcotráfico. Esa imagen no es un meme ni un capricho gráfico. Es la forma en que los organismos federales norteamericanos representan a las personas que consideran involucradas en conspiraciones internacionales de droga y lavado de activos. Es la antesala visual a un indictment. Es la misma simbología que utilizaron contra Maduro antes de acusarlo formalmente. Y ahora incluye al exguerrillero Gustavo Petro.

Mientras todo esto ocurre, voces del Congreso de Estados Unidos— como la del senador Bernie Moreno— están siguiendo muy de cerca todo lo relacionado con el inquilino de la Casa de Nariño, y el contexto lo respalda. Estados Unidos ya lo señaló públicamente como líder de una estructura de narcotráfico asociada a la dictadura de Maduro. Ya lo incluyó en la Ofac. Ya hay información de cooperación internacional que rastrea flujos, contactos, operaciones marítimas y rutas estratégicas. Cuando Washington avanza en este tipo de casos, lo hace siguiendo un patrón que conocemos bien. Primero, alerta. Luego, sanciona. Después, acusa. El caso de narco Maduro lo mostró al detalle. El caso del Pablo Escobar venezolano, Diosdado Cabello, también. El caso de los narcogenerales venezolanos igual. Primero, Ofac. Luego, el indictment. Y ahora, Petro aparece en los mismos diagramas de inteligencia con el mismo código visual y bajo la misma categoría criminal. Está es la forma en que Estados Unidos evalúa amenazas a su seguridad nacional.

La pregunta no es qué hará Petro para explicar esto. La pregunta es qué significa para Colombia que un mandatario esté siendo observado de esa manera por el país que ha sido, durante más de cuatro décadas, nuestro principal aliado en materia militar, de inteligencia y de lucha contra el narcotráfico. La respuesta es inquietante. Un país no puede tener un presidente identificado como objetivo criminal por la principal potencia del mundo sin pagar un costo devastador.

Las consecuencias empiezan por la diplomacia. Se fractura la relación con Estados Unidos y se profundiza el deterioro con Israel, dos alianzas estratégicas que Colombia jamás debió poner en riesgo. Petro ha preferido acercarse a la dictadura de Maduro, a un régimen que vive del crimen transnacional, del oro ilegal, del narcotráfico y de alianzas con actores que financian terrorismo regional. Esa cercanía no fortalece a Colombia, la debilita. La empuja hacia un bloque oscuro que nada tiene que ver con democracia, estabilidad o institucionalidad. A medida que Petro se aleja de Estados Unidos e Israel, quienes celebran no son los pueblos, sino las mafias.

Y mientras esto ocurre, los carteles avanzan. Se expanden por el Caribe y por el Pacífico. Tienen presencia en los corredores marítimos, en las islas, en los puertos. La suspensión improvisada de inteligencia con Estados Unidos, aunque luego reculada, envía el peor mensaje: un Estado que juega con su seguridad deja de ser un Estado confiable. Y cuando la confianza cae, los criminales llenan el espacio.

El impacto político interno será brutal. Un país que llegue a las elecciones del 2026 con un presidente distanciado de sus aliados democráticos históricos, señalado por Estados Unidos, alineado con Maduro y debilitando la cooperación internacional, es un país expuesto. En esos escenarios la tentación del poder es peligrosa. Los gobiernos que se sienten acorralados no moderan, radicalizan. No buscan consensos, buscan enemigos. No fortalecen instituciones, las atacan. Ya lo vimos en Venezuela, Nicaragua y Bolivia. El libreto es idéntico.

La filtración de la revista Cambio, mostrando a Petro y Maduro vestidos de naranja, es probablemente uno de los hechos más graves que ha enfrentado un presidente colombiano en décadas. No es una caricatura ni un exceso periodístico. Es la forma en que la inteligencia de Estados Unidos clasifica a quienes considera amenazas en la que observando que Petro convirtió a nuestro país en un narco Estado. Y Colombia no puede permitirse quedar atrapada en la narrativa ni en el destino de la narcodictadura venezolana.

El 2026 será una batalla por salvar la institucionalidad. Lo que está en juego no es un cambio de gobierno, es la permanencia del país dentro del mundo democrático, es nuestra relación con Estados Unidos y con Israel, es nuestra estabilidad financiera, es la supervivencia de la República. Un presidente que aparece en informes de inteligencia vestido de naranja junto a Nicolás Maduro no puede arrastrar consigo a toda la nación.

Colombia no tiene por qué caer en ese abismo, pero debe despertar antes de que sea tarde.

Ñapa: Lo que podría avecinarse— y no sorprendería en absoluto— es que el indictment avance hasta una acusación formal en una corte federal y, de ahí, se abra la puerta a una recompensa internacional por la cabeza del sátrapa Petro, bajo los señalamientos de narcotráfico y colaboración con el narcoterrorismo que ya retumban en Washington.

La pregunta que muchos líderes políticos colombianos deberían estarse haciendo es esta: ¿permitirá Petro elecciones en el 2026 para salir del poder o se aferrará a la inmunidad presidencial como su último escudo para evitar una eventual extradición a Estados Unidos? Cuando los tiranos comunistas saben que fuera de la Presidencia los espera la justicia federal, la tentación de no soltar el poder deja de ser política y se convierte en supervivencia.

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