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Por el estrecho de las extremas

No tiene Lorenzo por qué sacudirse el derechazo que le ha infligido Antonio.

Semana
6 de noviembre de 2000

La opción por una derecha o por una izquierda en Colombia fue tema de análisis de Plinio Apuleyo Mendoza y Antonio Caballero, en la pasada edición de esta revista. El primero diseccionó, en forma ordenada, las diversas hipótesis políticas, mientras Caballero repartió sus pinceladas de iconoclasta, al mismo tiempo ligeras y profundas.

Ninguno es moderado en sus opiniones, valga la verdad, y cada cual incurre, a la medida en que se le acaloran los argumentos en risueñas exageraciones. Ellos mismos demuestran que no se puede ser de izquierda o de derecha sin tocar los extremos. Los demás, todos los demás, quedamos perplejos y como entre los escollos de Escila y Caribdis, famoso estrecho de la mitología clásica. Por el medio de esos peñascos y reflujos marinos pasaban las embarcaciones, con gran peligro, como nosotros por entre esas dos opiniones extremas.

Cuando Plinio Apuleyo ha tomado impulso, llega a decir que debe retornar a los militares la policía judicial y la capacidad de juzgar a los civiles. Y uno que venía convencido de su lógica rotunda en lo que toca con el avance de la guerrilla y su andar sinuoso por los alrededores de una paz, que en el fondo no se desea.

Según parece, Plinio le da poco crédito al mal uso que en más de una ocasión han hecho de la fuerza los cuerpos armados oficiales. Regular uso en cuanto a su eficacia, que ha sido relativa, sin desconocer su sacrificio, pero, sobre todo, mal uso en cuanto al irrespeto de la persona humana, en casos que se han comprobado de tortura o que son presumibles de desaparecimiento, especialmente en tiempos de la llamada seguridad nacional, que tuvo escuela en Miami, para las Américas. Tiempos del “viejo ejército”, diría el ministro Luis Fernando Ramírez.

Nuestras Fuerzas Armadas deberían ser Fuerzas ‘amadas’ en el momento en que conocieran el límite de su monopólico uso de las armas; en que dejaran caer el fusil, antes que cometer una injusticia; en que los mandos se hicieran querer de la propia tropa y respetar por su caballerosidad de los ciudadanos que protegen.

Por su parte, Antonio Caballero (que ha echado en el saco de la derecha a Lorenzo, aunque también se ha incluido él mismo, en bulto con ‘Tirofijo’, su eminencia López y el director Ceelle Delaefe) llega a deliciosas exageraciones, tan inductoras de la risa como de la reflexión, en singular panfleto.

La derecha en que se cataloga a Lorenzo no tiene éste por qué sacudírsela como un sambenito. Lo que ocurre es que cualquier postura que escape a los cánones de la izquierda, la mera deliberación, no es tolerada por el organismo de sus voceros, los que, a decir de Caballero, son así mismo de derecha. Es curioso, el conservatismo ideológico (no la ultraderecha en armas) parece estar más dispuesto y educado en Colombia para la tolerancia, dado el reconocimiento que debe hacer en cada elección de su condición minoritaria. Porque el infortunio educa.

La izquierda, en cambio, es de buen ver entre intelectuales, es su grado básico, al cual se asiste con camisa desabrochada y chaqueta de cuero de becerro, aunque en un país conservador como el nuestro resulte ser irremediablemente minoritaria, si no ingenua, cuando ha pretendido militar como partido inerme, aliado a fuerzas de guerra. El liberalismo, que en otra época fuera la izquierda, es otro cuento. A este partido lo ha derechizado el poder y la seguridad de sus mayorías electorales, y hoy vive de la fantasía de ser democracia social. Aunque, a la vista, pervertido por lo burocrático.

“A unos los matan por godos y a otros por liberales” cantaba el viejo bambuco. La variación, por estos días lúgubres, consiste en que a unos los matan por izquierdistas (la UP, Jaime Garzón, Jaime Pardo…) y a otros por derechistas (Alvaro Gómez, Landazábal, monseñor Jesús Emilio Jaramillo…). De ahí que los señalamientos —a los que no se les teme, sin embargo— pueden ser imprudentes, especialmente cuando van acompañados de exageraciones. Aunque, a la postre, chistosas. Y todo sea por el humor. Sólo el humor nos puede salvar, ¿no es verdad, Jaime?



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Daniel Samper, viejo amigo, menciona antiguos papeles de Washington, que él parece acoger, los cuales sugieren que Laureano Gómez habría sido cabeza de una conspiración para asesinar a Gaitán el 9 de abril. El colmo del absurdo. En primer lugar, porque Laureano no era ni remotamente un asesino, lo cual es axiomático. Pero lo segundo, porque el organizador, con Camilo de Brigard, de la IX Conferencia Panamericana y canciller de la República no propiciaría una revuelta, provocada para desestabilizar al régimen conservador y sabotear la reunión de naciones americanas, que estaba a su cargo.

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