
Opinión
Realidad y ficción
La literatura, el cine y las historietas gráficas, nos ayudan a entender a nuestro gobernante.
En un discurso reciente, Petro afirmó que tiene enormes semejanzas con Don Quijote. Y en efecto las tiene en función del acendrado idealismo que a ambos caracteriza. Mientras el Caballero de los leones, que así decide nombrarse en la segunda parte de la novela, sale por los campos de la Mancha a impartir justicia, solo y provisto de armas obsoletas, nuestro compatriota se propone configurar un ejército integrado por los pueblos del mundo para ir a rescatar a los palestinos de la miserable situación que padecen.
Es irrelevante para aquel visionario tropical que no son los pueblos entidades homogéneas, dotadas de una sola voluntad y capaces de auto movilizarse en función de algún objetivo concreto. Y de que él carece de la capacidad de hacer la convocatoria mundial que sería necesaria. Sus capacidades son locales y menguadas: algunos maestros de Fecode, unas cuantas etnias, organizaciones campesinas y juntas de acción comunal, los contratistas del Estado, la cauda del que le sigue siendo fiel, es especial por las gabelas que recibe. No lo imagino mandando apóstoles suyos a predicar su evangelio en Indonesia o Portugal.
Si fuera un demócrata, el Quijote de Ciénaga de Oro aceptaría que el poder en sociedades democráticas no proviene de ese pueblo abstracto al que dice representar de manera hegemónica, sino de los ciudadanos, que son los únicos titulares de derechos políticos, los cuales se juntan para constituir vínculos asociativos de diversa índole, incluidos los de orden político, en cuya cúspide se encuentran los Estados, que son, por último, los actores de la comunidad internacional. Estos son los estamentos que habría que movilizar si de veras quiere obtener los objetivos que enunció en la ONU y en las calles de Nueva York.
Al atreverse a realizar un parangón con el gran personaje cervantino, Petro tácitamente acepta que el ejercicio comprenda el análisis de la locura que, sin duda, padece Don Quijote, y la evaluación de su propia salud mental. ¿Estarán locos ambos y de la misma manera?
Aunque usualmente Don Quijote se comporta con normalidad, “se le zafa la cadena” en ciertas circunstancias. Cuando así sucede, actúa de manera disparatada. El ulterior e inevitable fracaso genera una reacción paranoica: son sus enemigos —no él— los responsables del estropicio. En la aventura del barco encantado (Segunda parte, cap. XXIX), D. Quijote descubre una barca amarrada a la orilla del río Ebro y asume que sus propietarios no son unos pescadores, que por algún motivo han desembarcado para luego retornar. Sin pensarlo dos veces le dice a Sancho “que este barco…me está llamando y convidando a que entre en él y vaya... a dar socorro a algún caballero o a otra necesitada y principal persona que debe estar puesta en alguna y grande cuita”. Cuando finalmente se estrella contra la realidad, y casi pierde la vida, la culpa es de los “malandrines y follones que me salen al encuentro”. La semejanza con Petro es ostensible.
Nuestro líder planetario dice con frecuencia tonterías o frases incomprensibles. A falta del examen sobre su salud mental que el Senado está en mora de ordenar, asumo que algunos de sus errores son producto de la fatiga, la ensoñación, la precipitud o la mera ausencia de un adulto mayor que le revise la plana. Además, de que algunos los problemas que enfrenta o no existen, o la manera de resolverlos es inadecuada, o no supervisa a quienes deben resolverlos. ¿De dónde sacó —por ejemplo— la idea de que se necesitaba un tren elevado para conectar a Barranquilla con Buenaventura? Y —claro— cuando su propuesta no despega abundan los culpables, incluidos sus propios ministros, que son unos “malandrines y follones”.
Aceptemos, pues, que estos personajes se parecen, con una salvedad: Don Quijote no es un mentiroso compulsivo.
En el “Principito” de Saint-Exupéry, el protagonista del relato adolece del agudo narcisismo que es común en gobernantes autoritarios, categoría a la que el nuestro pertenece con sobrados méritos “¡Ah! ¡Ah! ¡Soy admirado! ¡Soy el hombre más admirado de este planeta!” exclama sin advertir que él es su único habitante. Petro acude a la masiva utilización del aparato comunicacional del Estado colombiano para difundir la tesis de que es un líder mundial. O al auto reportaje como el que concedió a Daniel Coronell.
Editada en 1974, “Yo, el Supremo”, es una de las novelas cumbres de la zaga sobre dictadores que se escribieron en America Latina en el siglo XX. El personaje se inspira en el Doctor Francia, que en los albores de la independencia gobernó con mano de hierro al Paraguay durante 26 años.
Ahora que vuelvo a ese texto esclarecedor, advierto como, a pesar de que el tiempo y las circunstancias cambian, los rasgos de carácter de los gobernantes que se creen ungidos, tanto para transformar a sus países como para hacer surgir el Hombre Nuevo, no cambian: son recurrentes la convicción plena en sus capacidades, el desdén por la manera de gobernar (“las formas no importan”, dijo Petro), las dificultades para relacionarse con los demás, el delirio persecutorio, la propensión a expedir torrentes de decretos, o, en la actualidad, trinos.
En “La Metamorfosis” un relato maravilloso de Franz Kafka, Gregorio Samsa, el protagonista, despierta una mañana convertido en un enorme insecto. Esta transformación altera su relación con el mundo exterior, hasta cuando finalmente muere. El texto kafkiano ha sido objeto de múltiples interpretaciones. Me he preguntado si una de ellas podría consistir en que algunas personas, como consecuencia de ciertos rasgos de personalidad, sufren, en los vericuetos del alma, metamorfosis temporales, en especial en madrugadas de días festivos o al regresar de viajes al exterior. Y que esa circunstancia sea la causa de su aislamiento temporal. Es una mera hipótesis.
Si descendemos un escalón surgen los bufones, unos personajes marginales que acompañan a los monarcas implícitamente autorizados para decir lo que les dé la gana. En “Rey Lear” de Shakespeare el bufón escolta al rey durante su caída en desgracia. Su sarcasmo y ternura revelan la locura del poder y la fragilidad humana. Petro ha tenido varios que dicen cosas más disparatadas que las suyas, y por eso, a poco andar, les tiene que cortar la cabeza. ¿Se acuerdan de Saade que hablaba más rápido de lo que pensaba?
Los gringos, como consecuencia de su enorme poder, se sienten representados por super héroes: Batman, Supermán, el Hombre Araña. Latinoamérica, por su parte, tiene tres personajes célebres que solemos utilizar para burlarnos de nosotros mismos: Cantinflas, Chespirito y el Chavo del Ocho. Clasificar a nuestro presidente en cualquiera de esos arquetipos sería un ejercicio muy interesante. Divertido, además.
Briznas poéticas. Me pone a pensar Fernando Pessoa, el gran autor portugués: “Por sobre el alma el aleteo inútil de lo que no fue, ni puede ser, y es todo”.
