
Opinión
Reciclar el combustible nuclear es una realidad
Del reprocesamiento al confinamiento seguro, una lección de gestión de residuos para toda la transición energética.
En la conversación energética contemporánea abundan los eslóganes y escasean los hechos. La mayoría de las tecnologías esconden su basura bajo la alfombra, moléculas invisibles que alteran el clima, residuos dispersos en suelos y ríos, emisiones gaseosas crónicas que cada año matan, según la prestigiosa The Lancet, a cerca de 5,1 millones de personas.
La humanidad se ha acostumbrado a ese costo silencioso, lo hemos normalizado. Pero entre todos los sistemas energéticos hay uno que, quizá por ironía histórica, es señalado como riesgoso justamente porque es el único que se hace cargo de sus residuos de la cuna a la tumba: la energía nuclear.
La idea de responsabilidad material es un asunto medular. A diferencia de los combustibles fósiles, cuyos residuos se liberan sin barreras a la atmósfera, los residuos nucleares están contabilizados, confinados y pagados. Su gestión está incluida en el costo nivelado de energía, LCOE. Ningún otro sector asume con tal rigor el precio completo de su ciclo de vida.
Adicionalmente, el residuo nuclear no es un destino final, sino un recurso energético. Desde hace varias décadas, países como Francia utilizan tecnologías de reciclaje como MOX y REMIX, que permiten recuperar uranio y plutonio del combustible gastado. Hoy, alrededor del 5 % del combustible nuclear mundial proviene de reprocesamiento. En Francia ese porcentaje alcanza el 10 %, demostrando que el reciclaje nuclear no es una aspiración utópica, sino una práctica industrial funcional. Los combustibles Remix permiten inclusive múltiples ciclos de reutilización, prolongando décadas la disponibilidad energética y reduciendo significativamente la demanda de uranio natural.
Detrás del temor social al residuo nuclear existe una confusión elemental entre riesgo percibido y riesgo real. Tememos aquello que suena extraño o parece ajeno, residuos que duran miles de años, pero olvidamos que los metales pesados de la economía moderna, como el cromo, el cobalto y el níquel, son isótopos estables. No se desintegran, persisten millones de años en el ambiente.
Y sin embargo, no existe un sistema global que garantice su confinamiento seguro. Diversos tipos de baterías contienen cobalto y níquel, sus cadenas de reciclaje son incompletas y muchas veces inexistentes. El litio en sí no es un metal pesado, pero su extracción y descarte generan impactos significativos que no son asumidos por quienes proclaman que las energías renovables carecen de externalidades.
Si queremos un sistema energético verdaderamente responsable, más sectores deberían seguir la lección nuclear, hacerse cargo de su materia, gestionar sus residuos, asumir su historia completa. Porque una transición energética que ignore la realidad física y química de sus materiales terminará reproduciendo los mismos errores que nos trajeron a la crisis ambiental global.
