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A los que rezan por mí

Si creyera en ellos, en todo caso, estaría de acuerdo con Mark Twain: "Prefiero el Cielo por el clima y el Infierno por la compañía"

Semana
12 de febrero de 2006

Yo no sé cómo se llevará la contabilidad de las misas en el Cielo. A mí me enseñaron de niño que si uno no iba a misa los domingos cometía pecado mortal. Pero nunca he podido saber si las misas son endosables. A mi mamá, que es de misa diaria, las misas le sobran y por eso las regala: "Hoy le dediqué mi misa a Fulanita", dice, o bien, "Ayer fui a misa por las intenciones de Zutanito", y los va turnando. Con siete misas semanales, 80 años, y por lo menos 50 de ellos encomendando a sus hijos, yo creo que quien lleve en el más allá las cuentas de mis misas, sabrá perdonar mi perpetua inasistencia. Si no es así ¿de qué sirve que recen por uno? Es sabido que cuando algunos ricos se mueren, dejan una cierta cantidad de plata para que les canten 100, 200, ¡1.000 misas!, de manera que las penas del Purgatorio se les acorten con las súplicas de los sacerdotes aquí en la Tierra. Los sufragios que uno compra son para lo mismo: una misa, tres misas, cinco misas. Incluso hay ricos muy muy ricos que dejan de herencia una fortuna suficiente para que les recen una misa diaria eternamente, o al menos hasta el final de esa eternidad relativa que existe aquí, y que no sabemos exactamente cuánto durará. Algunos católicos fervorosos, aunque no me conocen ni son nada conmigo, me escriben cartas que son un verdadero misterio para mí. Yo noto que me odian de corazón y desde el fondo del alma. Cuando me declaro ateo de la escuela de Russell o de Borges, o cuando digo que apoyo sin restricciones el aborto, o cuando opino algo malo del Papa, veo que la bilis se les sube a la garganta. Noto que de su boca quiere salir un insulto (y a veces se les sale), pero luego se arrepienten, se acuerdan de ese precepto cristiano de amar al prójimo, y dicen: "Yo te amo, te amo, te amo, y rezo mucho por ti, porque vas para el Infierno". Nunca pude entender ese deber de amar (¿habrá algo más contradictorio que el amor obligatorio) a los enemigos. Amos Oz observó, y cualquiera lo puede constatar, que uno en la vida llega a amar, lo que se dice amar, a muy pocas personas. Uno ama a los padres (si son buenos), a las hermanas, a cinco tíos de nueve, a los hijos, a nueve primos de 20, a todas las esposas, a los amigos de verdad, pero no todo el tiempo ni para toda la vida? En fin, yo entiendo que uno deba portarse bien con el prójimo, e incluso no hacerle daño al enemigo, pero amar a Bush, a 'Tirofijo', a Castaño, y a Ben Laden, yo no lo consigo. Y sin embargo noto que hay católicos que me odian con el corazón y me aman con la lengua. El otro día escribí que no creía en el Diablo. Pues esta gente que me ama se puso furiosa y me escribió unos correos larguísimos en los que se demuestra, con una lógica rarísima, que el Maligno sí existe y que la prueba reina de que existe es que hay personas que sostienen que no existe. Uno me aseguraba que hay miles de curas que están endemoniados y además se preguntaba si mis palabras no me las estaría dictando Lucifer. Pero me lo preguntaba con amor, eso sí. Con ese mismo amor con que le oí decir a monseñor Escrivá de Balaguer, el fundador de la Obra, lo siguiente: "¿No creéis en el Infierno? Ya lo veréis, ya lo veréis?". Yo no creo en el Infierno, ni en el Diablo, y espero no verlos nunca a ninguno de los dos. Si creyera en ellos, en todo caso, estaría de acuerdo con Mark Twain: "Prefiero el cielo por el clima, y el Infierno por la compañía". No me muero de ganas de pasar la eternidad con esta gente que me ama tanto y tanto reza por mí. Claro, hay algunos que rezan por mí con buenas intenciones (un tío, la mamá, dos amigas?); ellos rezan, no porque crean que voy para el Infierno, sino por otras cosas más amables. Además, no son tan creídos como para creer indispensables sus rezos para que yo me salve. Pero en cuanto a esos que noto que rezan por mí con un amor odioso, sólo puedo decir que no los entiendo, ni les acabo de creer del todo sus buenas intenciones. Dicen que me aman, pero al mismo tiempo, ellos mismos, me ven destinado ineluctablemente a la condenación eterna. Es amor, dicen, su visión de mi alma en el Infierno es amorosa. Pero tendrán que admitir que ese amor de ellos es un amor muy raro, por decir lo menos. En todo caso les agradezco que recen por mí. No creo que me haga ningún bien, pero tampoco creo que me haga ningún daño.

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