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JORGE HUMBERTO BOTERO

OPINIÓN

“Una paz estable y duradera”

El acuerdo con las Farc se ha consolidado. Nadie tiene capacidad y pocos interés por reformarlo. Otra es la agenda nacional

22 de febrero de 2022

Poco trecho habíamos andado desde la declaración de independencia cuando se iniciaron las primeras guerras civiles entre federalistas y centralistas. Vino a interrumpirlas el conato de reconquista española (1816/19). Consolidada nuestra autonomía frente a la metrópoli, retornamos a las disputas armadas sobre la distribución del poder civil, entonces complementadas con otro problema de singular complejidad: el poder de la Iglesia católica, en especial en lo que atañe a la organización y supervisión de la educación pública y las relaciones familiares. Este primer ciclo de violencia política, que versaba sobre el control del Estado, tuvo un conato de solución con la Guerra de los mil días (1898/1902).

Habiendo triunfado sin atenuantes el partido conservador, al liberal no lo quedó alternativa distinta de aceptar las instituciones contenidas en la Carta de 1886 y esperar con paciencia alguna fisura de su rival para vencerlo en las urnas. Luego de años de paz social, esa coyuntura se presentó en 1930. El liberalismo ganó las elecciones; la transición política ocurrió sin sobresaltos.

A mediados de los años cuarenta germinó de nuevo la violencia política entre los partidos, caracterizada no ya por una pugna abierta por el control del Estado, sino en una indirecta: aniquilar a los militantes del partido contrario en zonas rurales. Uno de los móviles del respaldo generalizado al golpe de Estado contra el presidente Laureano Gómez fue que el gobierno militar encabezado por Rojas Pinilla pondría fin a ese sangriento conflicto. Como Rojas no quiso limitarse a realizar esa tarea, y más bien quiso construir un proyecto cívico- militar de largo aliento, ambos actores se unieron, en 1957, para derrocarlo y crear el Frente Nacional. De esta manera culminó la violencia interpartidista: los partidos de la época resolvieron definitivamente sus disputas; desde entonces contamos con una institucionalidad civil, que permanece incólume, y que reforzamos en 1991.

La creación de las Farc en 1964 constituyó el arranque de un segundo ciclo de violencia política que podríamos denominar periférica: el desafío de fuerzas insurgentes que desde fuera del sistema político —y desde zonas remotas— amenazan el Estado y la sociedad civil con pretensiones de naturaleza revolucionaria y acento campesino; luego, en el contexto más abierto de la guerra fría y el triunfo de la revolución cubana en 1959, esa vertiente se hizo más compleja y diversa. Con el tiempo, el conato subversivo se fue diluyendo contaminado por el narcotráfico y otras economías ilegales. De hecho, Santos tuvo que llevarlos a Oslo, el santuario de los feligreses de la paz, para recobraran cierto lustre y apariencia de rebeldes con causa.

El esfuerzo del Estado por negociar un acuerdo con las Farc, bajo el supuesto de que sus pretensiones insurgentes obedecían a genuinas causas políticas, lo inició el Presidente Belisario Betancur. Al posesionarse de su cargo en 1982 dijo: “Levanto ante el pueblo de Colombia, una alta y blanca bandera de paz: la levanto ante los oprimidos, la levanto ante los perseguidos, la levanto ante los alzados en armas... No quiero que se derrame una sola gota más de sangre colombiana”. Todos los presidentes posteriores al asumir sus 2 responsabilidades pronunciaron palabras parecidas, incluido Santos en 2014 al posesionarse por segunda vez. Al margen de las disputas que suscitó el acuerdo con las Farc en 2016, nadie duda hoy de que tuvo un efecto fundamental: liquidó las pretensiones políticas de esa guerrilla. Duque, al iniciar su mandato, expuso sus reticencias frente algunos elementos de ese pacto. Luego de un año de fallidos conatos de reforma, advirtió que su blindaje jurídico y político es sólido. Le tocó aceptarlo tal cual luego de pagar costos políticos elevados.

No existen hoy fuerzas políticas dotadas de mayorías suficientes para modificar el Acuerdo Final. Las encuestas de opinión demuestran que ha desaparecido de las preocupaciones ciudadanas. Ha llegado el momento de reconocer algunas cuestiones esenciales que nos ayudarán a doblar una página singularmente compleja de la vida nacional. Las Farc se desmovilizaron en una proporción importante, circunstancia que se ha traducido en mejoras en los índices de violencia homicida. La vía armada para promover reformas políticas ha quedado por completo desprestigiada. A pesar de las enormes heridas que dejó el último proceso de negociación, es evidente que el resultado obtenido es obra conjunta de Uribe y Santos. Las Farc, ya desmovilizadas y dotadas de curules parlamentarias durante ocho años más, son tigres de papel: no pueden imponer el modelo socialista con el que ya habían dejado de soñar. Los problemas actuales del país son enormes aunque de otra índole: el recrudecimiento de la pobreza, las crecientes demandas ciudadanas, la migración venezolana, una pandemia que, aún, no ha cesado.

Como consecuencia de lo anterior, es evidente que la violencia que ahora padecemos es de naturaleza delincuencial. Así porten uniformes y hablen de transformación social, los móviles de esos grupos armados son puramente pecuniarios. No cabe negociación alguna, así el Estado establezca beneficios penales condicionales en favor de quienes se entreguen a las autoridades.

Se impone, pues, reconocer que el acuerdo con Timochenko y sus colegas produjo una “paz estable duradera”. Con todas sus imperfecciones fue “el mejor acuerdo posible”, aunque su implementación esté llena de dificultades: es una incógnita cuál será el aporte de la Comisión de la Verdad a la reconciliación. No sabemos cuándo la JEP comenzará a proferir sentencias y cuáles serán sus alcances, en especial por lo que refiere a las víctimas. Ignoramos qué harán los dos próximos gobiernos con la agenda rural. Mientras tanto, siguen asesinando desmovilizados, sin que las medidas de protección estatal, en muchos casos, sean eficaces. Suena irónico pero es verdad: ya somos un país normal.

Briznas poéticas. De Emily Dickinson: “Buenos días, Medianoche, / Vengo a casa. / El Día se cansó de mí. / ¿Cómo podría yo cansarme de él? / La Luz del Sol era un lugar placentero. / Yo quería quedarme, / pero el Día no me quiere. / Así que ¡buenas noches, Día!

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