JULIO ANDRÉS ROZO

Carta para aquellos que están emprendiendo

Creo que esta carta me la escribo a mi mismo, es algo que necesito en este punto de la vida en el que me encuentro.

Julio Andrés Rozo Grisales, Julio Andrés Rozo Grisales
5 de noviembre de 2020

Sin embargo, me animo a compartirla con ustedes, especialmente con quienes de manera valiente decidieron emprender, pues me habría gustado escuchar algunas de estas reflexiones cuando tomé la decisión de perseguir un sueño y escribir mi propio camino como emprendedor. 

La semana pasada llegué al cuarto piso y mi mente y espíritu reclaman una pausa para mirar hacia atrás, disfrutar del hoy e ilusionarme con el mañana. Hace unos años decidí jugármela por mi sueño, el mío en aquel entonces y de nadie más. Pero el camino me enseñó que hay otros allá afuera que también comparten mis sueños. Es bonito encontrarlos y sentir que no se está solo, que siempre hay otros arriesgados que conocen esta montaña rusa de subidas y bajadas llamada emprender. 

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Cuando empecé, varias voces cercanas me aconsejaron buscar la estabilidad. Hoy me alegra haberles puesto un filtro a esas palabras y jugármela por lo que, para muchos, era el arrebato de un idealista: trabajar por la protección del medio ambiente (hoy, en específico, por la Amazonía).

A mis cuarenta años, y tras ocho como emprendedor, agradezco las torpezas y errores que cometí en el pasado, así como las puertas que se me cerraron en su momento. Ellas me enseñaron a disfrutar el proceso y a no obsesionarme con la meta; me enseñaron a ser más paciente y selectivo con mis prioridades. También me permitieron entender que en la capacidad de colaborar y compartir está la grandeza; por eso no importa si uno es dueño del 10%, del 30% o del 50% (da igual el porcentaje) de un proyecto; si este rinde sus frutos (mil pesos, mil alegrías, mil familias amazónicas felices), entonces todo valió la pena. 

Mis primeros años fueron de plena obstinación pues solamente quería trabajar y nada más. Me alejé de mis familiares, amigos, evitaba comprometerme en pareja, pero lo más importante, me olvidé de mí, de comer bien, de disfrutar de un paseo y todo ello porque mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente estaba en un futuro incierto del que no valía la pena estresarse por él. Vivía impregnado  por el miedo, con un gran sentimiento de frustración y ansiedad debido a que mi motivación se fundamentaba en el deseo oculto de estar comparándome con aquellos que ganaban premios de emprendimiento o salían en las revistas debido a sus propios logros. “¿Por qué a mi no me va bien a pesar de que trabajo todo el puto día?”, solía preguntarme. En lugar de disfrutar el estar emprendiendo, mi vida se me estaba convirtiendo en un pequeño tormento. 

La vida es corta como para detenerse en comparaciones, para esforzarse en demostrar lo que uno no es, o no ha alcanzado todavía. Hoy, gracias al callo que estos ocho años me sacaron, vivo con agradecimiento el día a día: doy gracias por lo que me sucede y por las bellas personas que me apoyan en la construcción de mi sueño. También me siento más seguro de mí mismo, de las ideas sobre las que construí mi emprendimiento, y de su trascendencia como un propósito de vida. 

Cierro los ojos y veo al pelado de veinte años. Hoy, literalmente, me encuentro más cerca de los 60 años que de los 15 años. Pero la seguridad que se ha cultivado en mi “yo emprendedor” y, sobre todo, en mi “yo persona”, me hacen sentir energía pa‘ rato. 

Desde hace cuatro años encontré el enfoque que necesitaba para darle fuerza a este propósito de vida que me hace levantar feliz y sin miedo a seguir apostándole a este sueño de emprender: trabajar por la conservación de la Amazonía es el voltaje de corriente que me mantiene vivo hoy y que espero que haga que mi quehacer como emprendedor trascienda por siempre. 

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En los últimos años aprendí a nivelar la pasión y la estrategia, aprendí a descansar, aprendí a desapegarme y a dejar que las cosas fluyan, aunque se tenga un plan de antemano. Ya no fuerzo las cosas porque el cuento de que hay que ser testarudo y “trabajar duro” es una mentira que nos han vendido en el mundo del emprendimiento. Este tiempo me ha enseñado a disfrutar y a recibir con los brazos abiertos las alegrías que todos los días me regala la vida. 

Sentir lo que he descrito antes se traduce en paz y tranquilidad. Sé que quienes han logrado encontrar el balance entre sus hobbies, su pasión, su talento y su vida personal me entienden por completo. Ocho años han pasado y los miedos se han ido. Aquella nebulosa de incertidumbres que nos cubre a los emprendedores al comienzo y que paradójicamente es necesaria para sentir lo que varios como yo hoy sentimos, por fin se fue. Lo que queda hacia adelante es seguir disfrutando de cada logro que llega, grande o pequeño, siempre será un recordatorio de que cada uno de los días vividos en estos ocho años valieron la pena. 

Un abrazo a todas las personas que se lanzaron a emprender. 

¡Hasta el próximo jueves!