ADIOS A MARTA TRABA
Diez meses antes de morir y poco después de recibir del gobierno del presidente Betancur su nacionalidad colombiana, la crítica de arte de origen argentino, Marta Traba, se embarcó en un ambicioso proyecto para grabar 20 programas de televisión de media hora cada uno, en los cuales resumió "La historia del arte moderno contada desde Bogotá" .
Quienes trabajaron con ella en esta realización recuerdan que Marta, como si obedeciera a una intuición premonitoria, parecía imbuida de un espíritu antológico, gracias al cual las diez horas de grabación que ya se encuentran pre-editadas presentan una visión totalizante del arte moderno.
Marta quiso decir, en tono didáctico, todo lo que sabía del arte desde el post-impresionismo hasta el conceptual. Para ello reunió cerca de tres mil diapositivas de igual número de obras de artistas de Colombia y el mundo, en una maniobra que amenazaba con convertir el programa de televisión en un audiovisual.
"Yo pertenezco a la prehistoria de la televisión", explicaba ella a Enrique Ruiz, de Colcultura, quien fue su asistente y quien al lado del director de la serie de programas, Rodrigo Castaño, la llevó de la mano hacia la nueva TV, sugiriéndole que eliminara más de 1.500 diapositivas.
Marta Traba y Castaño firmaron un contrato con Colcultura, por sugerencia del propio presidente Betancur, y la programadora R.T.I. ofreció todos sus recursos técnicos para la filmación. La serie será presentada por Inravisión a partir de enero, después de que el Instituto culmine la edición de los 20 programas.
El 10 de enero pasado se inició la pre-producción con la selección de locaciones. Marta escogió una para cada programa y el rodaje comenzó con el programa sobre el postimpresionismo, en el parque Nacional.
Ella misma bautizó la serie con el título "La historia del arte moderno contada desde Bogotá" porque, según explicó a sus colaboradores, "Colombia ocupa hoy un lugar preponderante en el arte y la literatura mundiales, lo que hace que Bogotá sea el punto clave para contar esta historia".
Lo que más recuerda de ella Enrique Ruiz, su asistente, es la capacidad intelectual y la memoria: "Si todos los actores colombianos tuvieran la memoria de la que Marta hizo gala al repetir sus libretos ante las cámaras, en nuestro país se gastaría apenas la mitad del tiempo que hoy se invierte en la grabación de programas para la televisión ".
Muy pocas veces debió interrumpirse la filmación porque ella se equivocara. Los cortes se originaban por lo general en el rodaje de los exteriores, cuando pasaba un carro o algún peatón entraba en cámara perjudicando la grabación.
Ruiz recuerda el programa sobre el arte conceptual como uno de los más interesantes: "No hubo libretos, pues así lo decidió ella, ya que decía que lo importante en el conceptual es el proceso y no el resultado, lo espontáneo, lo improvisado es lo más valioso". Todo el equipo de trabajo aparece en ése, el penúltimo programa. Ella le habla a la cámara con extraordinaria libertad y claridad, como quien lo hace en una conversación privada.
Cuando se rodó el programa sobre la nueva figuración, el grupo se trasladó a la Plaza de Bolívar. De un momento a otro, casi al final de la filmación, gran cantidad de mendigos entraron espontáneamente en cámara y rodearon a Marta. Los ayudantes quisieron retirarlos, pero ella pidió que no lo hicieran: estaba hablando sobre el grotesco y no podía haber mejor ambiente para ello que la compañía de los miserables habitantes de la plaza.
También se lograron excelentes escenas en un programa sobre los telares en el taller de Olga de Amaral.
Lo correspondiente a exteriores y estudio quedó grabado. Apartes de algunos programas presentan fallas de sonido que hoy es imposible corregir, pero que de cualquier manera serán transmitidos por su gran valor y su carácter documental.
La filmación culminó a principios de marzo, cuando Marta Traba viajó a París, de donde nunca regresaría. Le dejaba a Colombia su testamento artístico; cerraba un ciclo que había iniciado 30 años atrás.
DE PARIS A BOGOTA
¿Cómo se vinculó Marta Traba a Colombia? Tal vez cuando llegó a París, en el año 50, después de realizar algunos cursos en Italia, nunca imaginó que un grupo de amigos le tenderían los hilos de una trama que la dejaría definitivamente unida a la vida colombiana. Muy joven, con apenas 20 años, asombrosamente atractiva con sus ojos vivaces y su pelo azabache, caminaba su figura diminuta entre la Sorbona y el Instituto de Altos Estudios de París. En este último, al lado del profesor Pierre Francastel, quien dictaba la cátedra de Sociología del arte, recogió los elementos del análisis profundo e incisivo que caracterizaban a quien siempre consideró su "maestro" y que ella misma practicaría posteriormente.
Trabó amistad entónces con un grupo de colombianos, que, como ella, oxigenaban sus vidas en París: Gerardo Molina, Plinio Apuleyo Mendoza, Gustavo Vasco, Rogelio Salmona y Alberto Zalamea. Por ellos supo de Colombia y se enteró, a través del hablar pausado de Molina, de los acontecimientos del 9 de abril en Bogotá, mil veces comentados en interminables charlas de café. Entre ellos encontró a quien seria su primer esposo y el padre de sus dos hijos: Alberto Zalamea. Con él contrajo matrimonio civil a finales del año 50 y con él inició su vida en lo que ella llamara la "zona de las furias" en 1953.
Gustavo, su hijo mayor, tenía dos años y medio cuando llegó a Bogotá, cuyo clima frío y ubicación en medio de la cordillera, sin salida al mar, lo impresionaron profundamente. Unos años después, en el 59, nacería su segundo hijo Fernando. Alberto Zalamea le recuerda así: "Marta era un ser excepcional: recuerda su generosidad humana, su entusiasmo, su vitalidad, su don poético".
En Bogotá empezaba a brotar la urticaria de la cultura, comenzaba a asomarse por una ventana más amplia, menos parroquial. Marta aceptó dictar conferencias sobre historia del arte en la Universidad de América; posteriormente se incorporó como profesora a la Universidad de los Andes y se lanzó a la tarea de hacer un programa en la emisora HJCK. Como afirma uno de sus amigos, Hernán Diaz, "un problema que no le había interesado en absoluto, el de existencia o inexistencia cultural de América, comenzó a apasionarla". Por eso no hubo proyecto cultural en el que no metiera mano con el empuje y los arrestos de una personalidad que no daba tregua, que no hacía concesiones.
Se acercaba el final de los 50's. La naciente TV intentaba crear una escuela de actores. Un japonés, el profesor Sekisano, ponía su empeño en esa tarea. Hasta su taller llegó Marta Traba. Ella, en compañía de Gloria Valencia de Castaño y Hernando Salcedo Silva, resolvió hacer un curso de actuación y de expresión corporal, en el que se destacó por esa desenvoltura de la cual hizo gala después en TV. a comienzos de este año, Marta recordaba para SEMANA aquella época: "por los espacios de la Televisora Nacional me dirigí a ese público mayoritario que siempre me interesó prioritariamente y que me acompañó con una solidaridad conmovedora por toda clase de caminos cruzados entre los templos de Grecia y la pintura abstracta, que escribió centenares de cartas, aprobó y aplaudió en exceso, me miró sacando la voz de su TV o me oyó mientras cocinaba o leía e diario; preguntó por qué no me cortaba el capul o qué flota había que tomar para llegar al Partenón". Desde la pantalla chica Marta empezó como nunca antes nadie lo había hecho, a ventilar los problemas del arte. Alternaba esta actividad en TV. con la crítica en El Tiempo, SEMANA, Mito, Eco y luego en "La Nueva Prensa", según ella, "la única revista libre, políticamente lúcida y valiente que huba nunca en Colombia". Escribía y escribía sobre el mismo tema, el arte, que la apasionaba, que la hacía erguirse como una Erinia cuando se enfrentaba a opiniones con las cuales no estaba de acuerdo. Dos de los principales intereses que la movieron a escribir durante esa epoca fueron, según sus mismas palabras, "la crítica (preferentemente positiva, a veces demasiado...) a los nuevos y el combate frontal contra las camarillas retrógradas, la ignorancia y los prejuicios". "Después de trajinar e indagar la vida americana, creyó preciso hacer una historia de la incultura americana, revisando, denunciando y destruyendo todas las ficciones culturales provincianas. Hizo tabla rasa de las mitologías locales y los falsos próceres del arte, y se dedicó a averiguar qué tenían y qué podían decir los artistas latinoamericanos" dice Hernán Díaz, quien la conoció muy joven y a quien vio como a una niña indefensa, insegura, pero con una mirada brillante y cálida que dejaba traslucir toda esa vitalidad que quienes la conocieron de cerca señalan como su principal característica.
Los colombianos se habían empezado a acostumbrar a su hablar rápido, a su peinado de inconfundible capul, a sus conceptos no siempre fáciles de comprender, a ese tono de voz entre firme y dulce de marcado acento cuando, de pronto, una decisión de la dictadura de Rojas Pinilla la expulsó de la TV. en 1957. "En esa época éramos tremendamente jóvenes, decia Marta, y para festejar ese desempleo repentino planeamos un jubiloso viaje a París con el amigo del alma, Alvaro Mutis". Su huella no podía borrarse ya, la historia del arte colombiano no podía nunca más quitársela de encima.
Galaor Carbonell, pintor y crítico de arte, quien venía de vivir en los Estados Unidos, prendió un día el televisor. Se sorprendió al ver a Marta Traba en una de sus intervenciones: "era extraordinario, no podía compararse con los programas de arte que yo veía en la TV. americana... La importancia de Marta dentro del contexto nacional es que volvió el arte un problema de discusión pública, lo sacó del particular círculo de los artistas e hizo que todo el país se sintiera capacitado para opinar sobre el tema".
Poco tiempo después, en el año 63, surgió el proyecto de ese libro polémico, "Seis artistas contemporáneos colombianos". El lanzamiento se hizo durante un pequeño coctel. "Esa noche Marta estaba deprimida y quería que la ceremonia fuera rapidita", afirma Hernán Díaz. Sin embargo, y como de costumbre, el rincón en donde Marta se refugiaba se convirtió en el centro de la reunión. Marta no podía pasar desapercibida; inconscientemente, de una u otra forma, ella se buscaba la manera de ser el centro de atención, pero siempre de manera sutil, sin mucha agresividad, pero con firmeza. Interrogada sobre cuál era su crítico de arte favorito, contestó: "Un Malraux coherente, un Raggianthi menos coherente o yo, seguramente, dentro de diez años".
UNA AGITADORA CULTURAL
Los 60's, podría afirmarse, fueron los años más fructíferos de Marta en Colombia. Las cátedras de historia del arte que dictaba en las universidades Nacional y de los Andes bullían de gentes entusiasmadas con la posibilidad de acceder a esa dimensión antes reservada a una capilla de iniciados. "Era un poco como la mamá de un grupo de estudiantes de esa época: Luis Caballero, Ana Mercedes Hoyos, Gloria Martínez, Rafael Moore... Toda la generación que estudió bajo su dirección somos un poco sus hijos" dijo Aseneth Velásquez una de sus discípulas. Con Marta, a pesar de que en ocasiones el lenguaje que utilizaba sonaba críptico, el arte descendió de su pedestal y se dejó "manosear". Y fue ella quien con unos amigos,en 1963, fundó el Museo de Arte Moderno desde donde empezó una campaña para lanzar artistas jóvenes. Tal vez la primera fue Beatriz González, esa pintora combativa e iconoclasta que dice que "Marta era una agitadora cultural en esa época en que la cultura pertenecía a un círculo cerrado. Aunque era muy exigente, era nuestra constante animadora. Donde veía talento, ayudaba sin descanso y aunque sus críticas en ocasiones eran muy dolorosas para los que nos iniciábamos, siempre desconcertó por su inmenso valor ético". Marta vivió, sin lugar a dudas, una época de agitación. El país empezaba a despertarse de su letargo parroquial y ella, en su campo, le dio sacudones definitivos.
Su interés por la cultura no era solamente el de la plástica. Desde el Museo de Arte Moderno y como Jefe de Extensión Cultural de la Universidad Nacional promovía mesas redondas, foros, grupos de estudio, teatro experimental, cine... La cabeza de Marta era un hervidero incesante de ideas y su afán de proyectarse, de transmitir esa pasión visceral por la cultura la llevó también a abrir la librería Contemporánea con Roberto y Alvaro Villar Gaviria donde se vendió la primera edición de "Cien años de Soledad" y de donde se retiró, rendida ante la evidencia de su total falta de sentido para las finanzas y los negocios. En 1966 su novela "Las ceremonias del verano" le mereció el Premio Casa de las Américas. Para recibirlo viajó a Cuba donde, según sus propias palabras, "reconocí una revolución liberadora, bloqueada ignominiosamente por los Estados Unidos y aún no alineada".
Una ola rejuvenecedora y vital sacudía las aulas universitarias. El famoso grito de "la imaginación al poder" también había tenido eco en los colombianos. "Todos creíamos que el mundo podía cambiarse. Yo también lo creía, con intrepidez y progresivo envalentonamiento. Me olvidé que jurídicamente no era ciudadana colombiana. Hice declaraciones imprudentes en El Tiempo sobre la primera ocupación militar de la Universidad Nacional, bajo el gobierno del doctor Carlos Lleras". Fue entonces cuando se firmó un decreto para expulsarla del país, medida que fue revocada después gracias a un plebiscito nacional representado en centenares de cartas y adhesiones que determinaron, como ella misma lo afirmara, que quedara "en deuda con toda Colombia".
Vetada en las universidades, nunca le faltó una mano amiga en este país que habría más tarde de aceptarla como ciudadana. Aquí encontró no sólo la audiencia con esa fibra que vibró a su compás, sino el calor de la amistad de personas como Ana Vejarano, Emma Araujo, Mireya Zawadsky, Lía Ganitsky...
Por otra parte, la bohemia no podía estar ausente de su vida. En 1967, su divorcio con quien fue su compañero por 16 años, la llevó a buscar la compañía de otros solitarios. El Cisne, en la calle 26, era el refugio preferido, el tertuliadero donde quemaba interminables horas de polémicas y discusiones con Fernando Martínez -el arquitecto español en cuya casa tuvo Marta su primer hogar en Bogotá-, Rogelio Salmona, Hernán Díaz, Jacques Moseri, Ana Mercedes Hoyos, Nicolás Suescún, Feliza Burztyn... "Marta y Feliza llamaban la atención por su forma de vestir, minifalda y medias negras, lo cual era atrevido para la época. Las meseras nos odiaban y aún más las señoras que iban allí. Después de El Cisne nos íbamos a bailar a un sitio donde se reunían las prostitutas, los artistas, los poetas... Eran farnosos los tangos de Marta con Rafael Moore, como también las fiestas en los edificios de la 26 en donde nos pasábamos por las azoteas a los apartamentos vecinos", dice Hernán Díaz recordando aquella época.
Una decisión, la de vivir al lado del crítico uruguayo Angel Rama, tomada en el 69 la alejó del país y de esos dos hijos a quienes amaba entrañablemente. Se fue llorando. "No era sólo por irme de mi país, y alejarme transitoriamente de mis hijos y los amigos. Todas las esperanzas se veían más frágiles". Comenzaba el exilio en cierta forma autoimpuesto, pero nunca dejó de viajar ritualmente a Colombia.
Luego vino su estancia en los Estados Unidos al lado de Rama y la negativa del gobierno de Reagan para otorgarles la visa de residentes. Una llamada y una pregunta del presidente Betancur en noviembre del 82: "¿Querría recibir la nacionalidad colombiana?" le darían esa carta de ciudadanía que definitivamente la enquistaba en el país. Esa nacionalización la hizo decir emocionada: "me ha dado patria, documentos, estímulo, y también redobla mis responsabilidades. Me considero un ciudadano libre de toda sospecha, dispuesto a trabajar por el país aquí y en el extranjero". Y fue precisamente cumpliendo con esa responsabilidad, en uno de esos viajes rituales para cumplir una cita con la cultura latinoamericana, que Marta Traba perdió la vida en un trágico accidente. Murió como vivió, de manera explosiva, con su nombre haciendo noticia.