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Soñadora de imágenes

La fotógrafa Gilma Suárez, promotora de la memoria visual colombiana, está empeñada en su proyecto más ambicioso: un fotomuseo en Bogotá.

11 de septiembre de 2000

Es un personaje esquivo. Gilma Suárez, como la mayoría de los buenos fotógrafos, rehúye las cámaras. Se inhibe ante la mirada fija y escrutadora del lente. Prefiere retratar a ser retratada. Tampoco le gusta hablar de sí misma. Un pudor misterioso le amarra la lengua. Sólo la suelta para contar historias de museos, de pinturas, de esculturas, de artistas, de retratos, de las lágrimas que derrama ante escenas que la conmueven como, por ejemplo, fotografiar a la pintora Deborah Arango o estar parada frente al Guernica, de Picasso. Gilma es una mujer menuda, pero cuando da rienda suelta a su relato, sus grandes ojos cafés, casi siempre ocultos por unas gafas negras, se abren como si quisieran proyectar las imágenes que han visto y captado a lo largo de una vida consagrada al arte. Un recorrido vital que ha terminado por graduarla en una carrera sin reconocimiento oficial: “Visitante profesional de museos”.

Conoce la mayoría de museos importantes del mundo. De su lista de visitas se escapan sólo unos tres de renombre. En un comienzo los visitaba para observar “buena pintura, no importa la época ni el estilo”. Por eso no es raro que entre sus preferencias pictóricas estén las obras de artistas geniales, pero muy diferentes entre sí, como Bacon, Chagall, Velázquez, Magritte, Segui, Goya o Tarsila do Amaral. En los museos también tomaba fotos de situaciones que llamaban su atención. Un día descubrió en su trabajo una continuidad, un hilo conductor: el intento de captar el instante en el cual se produce una relación particular entre el espectador y la obra de arte. A partir de entonces se concentró en este tema y con él se ha consagrado. Su labor no es sencilla. “En un día puedo gastar hasta 10 rollos y no hacer nada”, dice Gilma. Su actividad requiere mucha paciencia y no poca suerte. En una ocasión, por ejemplo, fotografió en el Louvre, en cuestión de segundos, a una niña pequeña recostada sobre la piedra que sostiene la Victoria de Samotracia. En cambio, en el Museo de Filadelfia, que ha visitado en múltiples ocasiones, no ha podido hacer una foto que le guste de un espectador ante la obra El gran vidrio, de Marcel Duchamp. Tarde o temprano lo conseguirá porque si algo caracteriza a Gilma es la tenacidad. De eso dio fe Luis Caballero, uno de sus amigos entrañables en París, cuando escribió en el pie de página de una nota que le envió a un periódico colombiano: “Gilma Suárez es la mujer más insistente del mundo. Siempre se sale con la suya”.

Esta cualidad unida a su amor por los museos es lo que la ha movido a tratar de materializar un sueño: fundar en Bogotá un fotomuseo. Un lugar para exponer el trabajo de fotógrafos nacionales e internacionales y recopilar archivos fotográficos del país que hoy corren el riesgo de perderse. Su primer paso hacia este objetivo es una exposición callejera itinerante, compuesta por 40 fotografías de Bogotá, que actualmente sorprende e impacta a los peatones de la capital. Este triunfo inicial la reconforta, pero sabe que todavía queda mucho camino por recorrer en pos de su objetivo. Mientras tanto se prepara para participar en una exposición en el Centro Nacional de las Artes de México, a donde llevará las imágenes que ha captado de personas que observan el arte alrededor del mundo.