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Un buen soldado

El general Carlos Alberto Ospina, nuevo comandante del Ejército, se ha pasado la vida en combate.

19 de julio de 2002

El general Carlos Alberto Ospina, nuevo comandante del Ejército, habla suave, con modales más de tímido profesor que de general tropero. No obstante si algo lo define es su cercanía a los soldados. "Donde más pega mi general es con la tropa, dice el soldado Cortés, su escolta desde hace ocho años. Lo que más le he aprendido es a ser sencillo".

De familia de militares, este general manizaleño de 55 años entró a los 17 a la Escuela de Lanceros en Tolemaida. Allá precisamente fue la semana pasada a celebrar su nombramiento como jefe del Ejército con un ritual tradicional entre los lanceros: levantar a toda la escuela a las 4 de la mañana y salir a trotar.

Inició su vida de campamento joven. Fue boy scout junto con Luis Carlos Galán, su amigo y compañero del colegio Antonio Nariño. Luego se graduó del Liceo Cervantes y, a la par con su carrera militar, siguió estudiando. Obtuvo una maestría en estrategia en la Universidad de la Defensa en Washington y un diplomado en Derecho Internacional Humanitario del Instituto Internacional de San Remo (Italia). Fue comandante de la Escuela de Lanceros e instructor en la Escuela de las Américas, profesor de táctica en la Academia de Guerra de Chile y de historia militar en la Escuela Militar de Cadetes en Colombia. Ha hecho varios cursos de combate, tres en Estados Unidos: uno avanzado de infantería en Fort Bening, otro de paracaidista militar y uno más de comando de Ejército.

Su principal escuela, sin embargo, ha sido el campo de batalla. Su primer trabajo en 1964 fue seguir huellas del enemigo y empezó en el sur del Tolima, precisamente donde nacieron las Farc. No olvida los episodios tremendos. En los 70, cuando era subalterno del capitán Hermes Páramo, se enfrentaron al ELN y un sargento cayó abatido al río; casi no pueden recuperar su cuerpo. En otra ocasión, bajo el mando del general Guerrero Paz, enfrentaban al M-19 en la frontera con Ecuador, cerca del río Mataje. Era una batalla desigual de 18 contra 100. Dieron la pelea pero el radiooperador resultó muerto y no lograron salvar a un soldado que quedó tendido en un lugar inaccesible. Más recientemente, como comandante de la IV Brigada, cayó en una celada de las Farc en Murindó. Un tiro de fusil le atravesó una pierna mientras intentaba salir de la emboscada con sus soldados. Uno murió. Meses después, de visita en San Francisco con el entonces gobernador de Antioquia, Alvaro Uribe, fueron atacados por el ELN. Un sacerdote que los acompañaba cayó muerto.

Como cualquier soldado colombiano, Ospina ha sufrido las enfermedades de la selva. Pescó el paludismo cuatro veces, dos en Cimitarra, una en Barrancabermeja y otra en los Llanos del Yarí , y en Tumaco se le prendió una leishmaniasis.

Toma en serio la vida de sus hombres y por eso prefiere estar con ellos y no en fiestas. Dice que así se sienten más tranquilas las familias que le confiaron esos muchachos. Agradece cada gesto de solidaridad, como el del capitán Palacios Salcedo cuando, en medio de una tormenta, arriesgó vida y carrera por rescatar a uno de sus soldados en San José del Guaviare.

"La guerra ahora es más difícil, pues las Farc se esconden tras la población civil y no les importa hacerles daño, dice. Es que el narcotráfico es a la vez su fortaleza y su talón de Aquiles. Les da los recursos pero les desvirtuó su lucha revolucionaria". Agrega además que las autodefensas no tienen ley y, aunque digan combatir la subversión, sólo están sembrando más violencia para el futuro.

Enfrentar esta guerra injusta que los grupos armados ilegales libran contra los colombianos es ahora el desafío de este general. Y quienes le conocen están convencidos de que le sobran condiciones para salir bien librado.