Twitter ha intentado combatir la proliferación de cuentas falsas, pero no lo ha logrado. | Foto: Fotomontaje SEMANA

ANÁLISIS

¿Qué tan ético es que políticos usen robots para influir en Twitter?

En internet circulan denuncias sobre cuentas falsas que defienden la Administración de Enrique Peñalosa. Expertos hablan de una práctica generalizada de usar las redes para mentir o crear tendencias.

20 de octubre de 2016

Definitivamente, Twitter perdió la batalla. Crear miles de cuentas en su red social es tan fácil que si usted trata de hacer el ejercicio de aumentar sus seguidores tardará exactamente ocho minutos y acaso tendrá que pagar algunos dólares. Esta fragilidad de una red social que va en decadencia, ha sido ampliamente aprovechada para fines políticos. El caso más reciente involucra a la alcaldía de Bogotá y específicamente a la Administración de Enrique Peñalosa.

El diseñador Carlos Carrillo publicó en su blog una entrada en la que denuncia que “la Administración Peñalosa tiene un ejército de cuentas falsas para aumentar su popularidad”. En sus post en Twitter, Carrillo comparte la información con etiquetas a concejales como Hollman Morris del partido Progresistas y también a cuentas como “Revoquen a Peñalosa”. Los señalamientos de Carrillo fueron rápidamente descartados por la alcaldía.

Le recomendamos: Twitter en venta: ¿quién quiere esa papa caliente?

Mediante un trino en la cuenta @Bogotá, la Administración Peñalosa se desligó de los señalamientos asegurando que “en ningún momento se ha pagado ninguna cuenta y que es una estrategia que la alcaldía no utiliza”. El cruce, que ya es repetido entre el opositor y la alcaldía en redes sociales, mostró una tendencia que se volvió tristemente célebre no sólo en la política local. A nivel mundial, la guerra sucia entre oficialismos y opositores en Twitter siempre se salda con cuentas falsas e investigaciones que nunca terminan en algo.

Que tire la primera piedra

Por más de que Twitter ha intentado combatir la proliferación de cuentas falsas, hasta ahora no ha logrado diseñar un mecanismo que evite algo tan simple como que una sola persona pueda administras miles de cuentas para promover un mensaje (o un ataque) y convertirlo en tendencia en cuestión de minutos. Y claro, en el ámbito político este oscuro recurso es una mina de oro para unos y otros. “Si revisaran en profundidad, serían muy pocos los políticos que se salvarían (de la creación de ejércitos de cuentas para atacar o defenderse)” le confió un experto en marketing político a Semana.com.

Consulte: La escritora que movió a 30 millones de mujeres en Twitter

Investigaciones como la que publicó Carlos Carrillo se cuentan por docenas dentro y fuera de Colombia. Twitter se convirtió en una plaza pública en la que también se desarrolla el ejercicio político; claro con todo lo que implica tomar decisiones o tener ideologías en una red social marcada por el irrespeto, la hipérbole y las mentiras virales.

En su momento, la revista SEMANA había tenido contacto con personas dedicadas a las campañas masivas en Twitter. Lo que más había impactado es la facilidad con que abusan de la plataforma. “Para hacer un ataque bien organizado necesitas bajar un par de programas y un poco de tiempo”, dijo un programador que pidió anonimato. Según él, explicarle a alguien cómo funcionan esas aplicaciones “no toma más de diez minutos”. Luego hay que “elegir la persona ‘target’, escribir el ‘post’ y bombardearla”. Para dirigir esos mensajes basta vincular el nombre del usuario con la ayuda del signo @.

Le puede interesar: Solicitudes de información de gobiernos a Google aumentan exponencialmente

Según ellos, se necesitan dos cosas: conseguir usuarios reales que repliquen los mensajes y crear usuarios falsos que Twitter no pueda identificar. “Lo hacemos con un programa muy fácil, donde puedes crear hasta 500 usuarios y manejarlos a tu antojo”,  cuenta el programador. “Cuando ya los tienes, te inventas alguna cosa, un meme, una caricatura o una frase atractiva, y la empiezas a tuitear con tus 500 usuarios. Luego tus amigos van también a retuitearla y, así, rápidamente creas una tendencia y viralizas tu mensaje”. De esta manera, el ataque ya es masivo e imposible de detener. Y lo peor: no hay que invertir un peso.

Desde las Administraciones Públicas saben de estos riesgos (también de las oportunidades) y por esto recurren a agencias de publicidad especializadas o despliegan estrategias propias –como es el caso de la alcaldía de Bogotá, según informaron- por contrarrestar los ataques masivos y también para promover sus mensajes, logros y consignas de forma más amplia. Así que la discusión comienza a girar en torno a una pregunta: ¿qué tan éticas son estas prácticas?

Como en el viejo Oeste

La política y Twitter es como un cóctel molotov. Y las administraciones públicas están en el ojo del huracán, por lo que han tenido que desplegar robustos esquemas digitales. Sin embargo, es difícil determinar si estas estrategias incluyen la creación de “ejércitos de cuentas falsas” para defenderse o contraatacar a los opositores. La complejidad del tema, precisamente, radica en que resulta muy difícil determinar si la creación de estos perfiles se hace desde el interior de alguna autoridad o si los propios seguidores son los que se toman la molestia de ayudar a sus elegidos.

Es complicado que los gobernantes no caigan en la tentación de ayudarse con propaganda negra en redes sociales para defenderse de opositores que sí manejan al dedillo estas plataformas para viralizar mensajes. Lo cierto es que las fragilidades de Twitter están convirtiendo la política en una gigantesca burbuja en la que unos pocos se hacen pasar por miles o millones y al final todo queda reducido a un juego de egos y oscuros estrategas digitales.

Mientras no existan reglas de juego claras, las redes sociales seguirán siendo el blanco perfecto para madrugarles a campañas y gobernantes. Los mandamientos del like, los trinos y ‘el sígueme y te sigo’ seguirán redefiniendo la manera de hacer política. Y aunque los votos son la última palabra, el que sabe dominar redes puede hacerse conocer más rápido, transmitir sus mensajes de mejor manera y saltarse hasta los propios ciudadanos. Como en el Lejano Oeste.