BELLAS DE NOCHE

La difícil vida de los transformistas.

16 de agosto de 1982

Cualquiera diría en aquella penumbra de luces rojas y doradas, que es Liza Minelli en persona. La misma voz profunda y nostálgica cantando "Cabaret", los ademanes, las piernas largas, enfundadas en medias de malla negra. El sortilegio, si existe, dura para los clientes de aquel bar unas cuantas horas. A las tres y media de la madrugada todo termina, los últimos borrachos se van dando traspies y Liza Minelli, deja de ser Liza Minelli, para convertirse en Félix Alberto Rodríguez, uno de los centenares de transformistas, que hoy ganan su vida en cualquiera de los 15 bares "gay", de Bogotá.
Su singular oficio tiene naturalmente las apariencias de un reto, y también todos los riesgos consiguientes. Cuando Félix Alberto, que secretamente añora tener la nariz de Liza Minelli, termina su espectáculo, afuera lo aguardan las calles desiertas de la madrugada, y algunas veces insultos, bromas y agresiones de los últimos trasnochadores. Estas no pasan de gritos o de una piedra lanzada a distancia, reacción usual de muchos bromistas cuando descubren que la insinuante corista que regresa a casa es, pese a su talle y a sus ondulantes caderas, un hijo de Adán.
El hijo de Adán en cuestión, se acuesta a las cuatro y se despierta bien entrada la mañana. Mata el resto del día viendo la televisión o eventualmente yendo al cine, en esta oportunidad con su "Everfit", de rigor, mientras llega la hora de la noche, en que tras laboriosos maquillajes y artificios vuelve a ser Liza Minelli.
Sus planes para el futuro no tienen nada que ver con su actual oficio, que él sabe, en fin de cuentas, provisorio. A Félix Alberto le interesa terminar una carrera iniciada de hotelería y turismo, mientras a su amigo Hugo Smith, otro transformista, que en la noche se convierte en una despampanante morena salpicada de plumas y lentejuelas, le agradaría estudiar medicina en la Universidad Javeriana.
Entre tanto, ambos cultivan sueños secretos. El uno quisiera tener el labio inferior, denso y sensual, de Brigitte Bardot, y el otro un levantado de ceja a lo Gloria Zea, o a lo Liz Taylor. Y ya en el colmo de sus desvaríos, ambos desearían los ojos rasgados de Marlene Dietrich. Marlene, por, cierto, la inolvidable alemana, de las piernas infinitas y de la voz profunda, es la mujer más imitada por los transformistas del mundo. Sólo en París, hay cincuenta Marlene Dietrich, por unas veinte Marilyn Monroe.
La formación de un transformista es larga y hasta cierto punto pavimentada de mínimas penurias. No es fácil encontrar, por ejemplo, un zapato de tacón puntilla, de talla 42. Es preciso, acudiendo a infinita cantidad de trucos, disimular facciones duras, muñecas o tobillos muy gruesos y sobre todo, la delatora nuez de Adán. Mientras la cirugía estética corrije defectos o rasgos faciales demasiado varoniles, plumas, sombreros, maquillaje y pelucas aseguran, al menos por unas horas, la credibilidad del engaño.
Tanto Hugo Smith como Félix Alberto Rodríguez, conocidos transformistas bogotanos, han tenido su mejor maestro en Oscar Ochoa, cuyo ballet "travesti" es ya famoso. Es él quien se ocupa de convertirlos en artistas de la escena. Exigente Ochoa no se limita a la transformacion física de sus pupilos. Exige que tengan modales, un cierto nivel social y una educación no inferior a la de un bachiller.
Ochoa fiscaliza el régimen de vida de sus artistas y si es el caso, sugiere operaciones de cirugía estética, a fin de darle a uno la nariz de Charlotte Rampling y al otro un mentón Greta Garbo. A veces se lamenta de los descuidos en que incurren. "La mejor Raquel Welch que yo tenía-comenta con un suspiro-, arruinó su figura por amor al fútbol."
El mundo "gay", al cual por supuesto pertenecen todos ellos, ha logrado en Colombia mayores libertades en los últimos años. Bares y clubes que en otro tiempo no habrían sido posibles, abren hoy sus puertas para facilitar sus encuentros. Un gran número de ellos llevan una vida socialmente normal, absorbidos por actividades profesionales y virtualmente libres de cualquier forma de censura. El inevitable carácter exhibicionista de su profesión, hace de los "travestis" los más expuestos personajes de esta franja social, el blanco de agresiones y sátiras. Están lejos de tener el "status" de otros homosexuales cuya condición se compagina bien con su actividad como peluqueros, maquilladores decoradores o modelos publicitarios.
No obstante, ahí están, fieles cada noche a su cita con la escena, mimetizándose con las divinas del cine y de la canción. Y soportando, desde luego, las cáscaras y piedras de la intolerancia que se les lanzan cuando de regreso a casa recorren las calles de la madrugada.