BELLEZA EN EL MENU

Hoy más que nunca, hombres y mujeres luchan por mejorar su apariencia física. Es la belleza un desafío a la democracia?

25 de octubre de 1982

Los feos ya no triunfan en política. Ni en otras actividades. Porque la belleza física se ha convertido en calidad indispensable para sobresalir en las actividades más diversas. Los Estados Unidos a través de la televisión y el cine, dominan el mercado mundial de la belleza física.
Imponen sus gustos por los hombres atléticos de barbilla partida, las mujeres espigadas de lánguidos cabellos rubios. Y en el caso de los presidentes, tienen actualmente uno que lo es por haber sido buen mozo y no precisamente por su habilidad política. Muchos recuerdan a Ronald Reagan, a los 20 años, posando en calzoncillos para los alumnos de una escuela de arte de California, como un modelo de Praxíteles o Policleto.
La belleza física está a la orden del día y todos, hombres y mujeres jóvenes y viejos, hacen lo imposible por su apariencia física. Como si de ello dependiera gran parte del éxito... Efectivamente así sucede a veces.
BELLOS AL PODER
Hoy en casi todas las activídades mandan los bellos. En la filosofía la fealdad inteligente de Jean Paul Sartre ha sido desbancada por las ideas brumosas y la belleza vacua de Bernard-Henry Levy-. En el boxeo, no importa que hace años perdiera el título en el ring, Casius Clay sigue siendo considerado el campeón mundial de todos los pesos, simplemente porque ningún contrincante pudo nunca romperle las narices o reventarle las orejas. En la literatura, de la aterradora máscara maya de Miguel Angel Asturias se ha pasado a la cinematográfica y seductora sonrisa de Mario Vargas Llosa. En la ciencia, las arrugas, las ojeras y pelambre de Einstein han sido suplantadas por el perfil correcto y el flequillo a lo Kennedy de Carl Sagan. Y en la dirección cinematográfica, el lugar de Alfred Hitchcock, que tenía forma de pera y papadas que le cubrían el cuello de la camisa, han sido tomadas por el apolíneo Warren Beatty.
Las cosas han llegado a tal extremo que, en los Estados Unidos, cinco grandes universidades tienen facultades enteras dedicadas al estudio de la belleza física y las más importantes revistas científicas han dedicado artículos o informes especiales al tema de la importancia de la belleza en médicos, periodistas, astrónomos, abogados, ingenieros, hombres de negocios, economistas y, naturalmente, políticos. Y la cosa ha llegado a tal punto que algunos expertos afirman que la belleza tal como la proponen actualmente los modelos masivos es casi un desafío a la democracia.
En cierto modo, sin embargo, la belleza no es democrática. Aunque recientemente en unas encuestas reveladas por una revista norteamericana "Glamour", se muestra que, al menos subjetivamente, está mejor distribuida de lo que podría creerse. A la pregunta sobre ¿cómo se ve Ud. a sí mismo?", el 29 % de los hombres y mujeres interrogados respondió "bellísimo", el 52% "bastante bello", y el 17% "más o menos" y sólo el 2% reconoció que se sentía francamente feo. Aunque en la realidad uno piensa que las proporciones son exactamente lo contrario de las de la encuesta, se dice que, en general, las encuestas no se equivocan.
Lo que puede obedecer también, a ese amor propio que hierve en cada uno de los seres humanos y que los lleva a ser negligentes consigo mismos frente al espejo.
CICUTA PARA LOS FEOS
Ahora bien, si belleza física y democracia estuvieran reunidas, es evidente que alguien como Leonid Brezhnev no podría estar a la cabeza de la Unión Soviética que, a pesar de todos los esfuerzos, no es la nación más democrática, sino que quien debiera estar en ese puesto sería Rudolf Nureyev. Pero en general, es cierto que la belleza constituye una amenaza para la democracia. Y siempre ha sido así, porque la belleza de un hombre o de una mujer especialmente, tiende a paralizar las reacciones de defensa propia de la colectividad: a quien es bello todo se le perdona, o al menos se le perdona más fácilmente. Por eso al apuesto Alcibiades los atenienses le perdonaron que traicionara a su ciudad una y otra vez, mientras que al feo Sócrates, por muchísimo menos, lo obligaron a tomar la cicuta. 2.500 años después los norteamericanos echaron al presidente Nixon, porque era tan feo, tan feo que, a su lado, Henry Kissinger parecía el Apolo de Belvedere, lo cual provocó varios incidentes diplomáticos con el presidente egipcio Sadat. Pero si Nixon hubiera sido buen mozo probablemente le habrían perdonado lo de Watergate sin pestañear, como les perdonaron tantas cosas a los Kennedy que estuvieron a punto de instalar una dinastía hereditaria que atajaron a tiros.
Lo mismo sucede en todas partes y ha sucedido siempre. El milagroso sometimiento de los pueblos a Alejandro Magno se debió, más que a la eficacia militar de las falanges macedónicas, al hecho de que su jefe era hermoso como un Dios. Tanto que sobrevive en el perfil de las medallas.
Siglos después, en el Renacimiento, a César Borgia se le permitieron todos los crimenes y desmanes mientras fue bello, pero cuando la sifilis le deformó la cara, cambió su fortuna por completo y media Italia lo persiguió como a un perro rabioso. En la Francia pos-gaullista, las célebres orgías yugoslavas de Alain Delon estuvieron a punto de destruir la carrera y la vida del presidente Pompidou que era muy feo, mientras la belleza de Alain Delon le permitió pasar por ellas sin marcharse.
La razón de todo esto, explica James Gray, profesor de comunicaciones de la Universidad Americana de Washington y autor del libro "La imagen ganadora", es que lo que "caracteriza la sociedad en que vivimos no es tanto privilegio de la belleza, sino la asociación que se forma muy pronto en la mente de los niños: feo es igual a malo" que es, desde luego, el mismo apotegma de la Grecia clásica que equiparaba belleza con virtud. Las investigaciones adelantadas en las universidades norteamericanas confirman que ser hermoso es útil desde la cuna. En las salas de prematuros de algunos hospitales, los médicos formulan prognosis más optimistas para los bebés más bellos, aunque sus condiciones clínicas sean objetivamente peores que las de los otros. Los policías del Estado de California tienen una muy alta proporción de salvamentos por respiración de boca a boca con accidentados hermosos. Los feos, en cambio, rara vez sobreviven a los accidentes. En los hospitales pediátricos de ese mismo Estado, las enfermeras les dedican más tiempo a los niños bonitos que a los feos. Los bomberos, según estudios realizados en Vermont tienden a salvar primero en los incendios a los más bellos.
¿En América Latina sucede lo mismo? Precisamente porque América Latina es diferente no sucede lo mismo. Y no sucede lo mismo, entre otras cosas, porque a veces, la mezcla de razas, el mestizaje, no la ha favorecido especialmente. Finalmente son muy pocos los representantes de una raza en estado puro y el mestizaje no siempre sale bien librado estéticamente.
Por eso, a falta de bellos, según los modelos que venden los medios de comunicación, de las imágenes estereotipadas de belleza que se implantan a través de revistas, cine y series de TV, América Latina ha tenido que conformarse más bien con los machos, con los bravucones de barrio.