El MoveTrack es un novedoso rastreador GPS. Foto: 123RF

TECNOLOGÍA

Los riesgos de vivir hiperconectados

Se ponen de moda el hogar inteligente, la casa conectada y el llamado internet de las cosas, que vincula a millones de dispositivos de uso diario.

18 de noviembre de 2017

Andrea Ibáñez, una ingeniera ambiental aficionada a la tecnología, tiene un gato de raza criolla: se llama Tango. Cuando lo lleva al veterinario, el animalito porta en su collar un pequeño dispositivo de rastreo, por aquello de la fea costumbre de los felinos de escapar despavoridos al primer descuido del médico. No importa a dónde vaya ni en qué árbol se refugie, Andrea siempre puede localizarlo siguiendo el mapa en la pantalla de su teléfono móvil. El MoveTrack –así se llama el artilugio colgado en el collar de la mascota– es uno de los primeros dispositivos recién desembarcados en el país con la misión de introducir a los colombianos en la moda del internet de las cosas.

Hay más gadgets disponibles, como el kit de hogar inteligente que provee Claro, el cual incluye un sensor y una cámara para la puerta principal, y una sirena que alerta cuando un intruso intenta entrar. Sin importar en dónde se encuentre, el propietario puede monitorear desde su teléfono, en cualquier momento, el acceso a su casa. La avalancha de dispositivos conectados a internet crece vertiginosamente. Hay dispositivos para atenuar el nivel de iluminación de los bombillos cuando se desea una atmósfera más íntima, y ollas que avisan cuando la sopa está en su punto. Y hay asistentes para el hogar, como los ha bautizado la industria, que llevan los poderes de Siri, Alexa y Google Now a pequeños aparatos instalados en casa, y a los que se les puede pedir que apaguen las luces del patio y lean un resumen de las noticias del día mientras servimos la cena.

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Se conoce como internet de las cosas a un ecosistema de aparatos que se conectan, interactúan y envían información a los humanos, sin incluir en el concepto a los teléfonos ni a los computadores. De estimaciones acerca del crecimiento, las más conservadoras, como la del Ericsson Mobility Report de junio pasado, calculan que habrá 29.000 millones de dispositivos conectados en 2022. Casi cada cosa tendrá una dirección IP y enviará algún tipo de información o recibirá una orden para cumplir tareas específicas. Los defensores del concepto creen que esta tendencia liberará a las personas de tareas cotidianas y que la automatización de la vida diaria hará más fáciles los días para los humanos. Y los primeros usuarios que están probando este enfoque están de acuerdo sin dudarlo.

Andrés Zuluaga puso en la muñeca de su pequeña Luciana, de 8 años, un reloj MoveTime, que le brinda tranquilidad en la agitada vida bogotana. Cuando el bus escolar se aproxima a casa, MoveTime avisa al celular de los padres para que estén listos en el paradero. Andrés y su esposa, Marcela, están al tanto de Luciana durante las salidas escolares y la niña puede llamarlos o recibir llamadas, porque es también un teléfono básico, restringido solo para hablar con los padres. “Es fantástico tener esa tranquilidad”, dice Andrés.

Casi todos estos dispositivos llevan dentro una SIM card y un sistema de GPS y no necesariamente están dotados de inteligencia artificial, sino que simplemente envían información. “La gente las usa para monitorear a las mascotas y para localizar los autos, las bicicletas o los morrales”, explica José Luis Gómez, director de Innovación de Claro.

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La penetración del internet de las cosas es todavía precaria en el mundo. En los negocios registra la mayor adopción. Los supermercados ponen pequeños dispositivos en los refrigeradores para recibir información cuando está por agotarse un producto.

Desde luego, algunas voces se preguntan si es necesario que cada dispositivo de la vida diaria se conecte a internet. ¿Es importante recibir un mensaje en el teléfono cada vez que la leche llegó a su punto de ebullición? ¿No sería más fácil estar atento, como en el pasado? ¿Realmente alguien quiere que el asistente Amazon Eco, con su voz electrónica, le lea un cuento al bebé antes de dormir? El ácido analista de tecnología Nicholas Carr (el mismo que hace algunos años se preguntó si Google estaba haciendo más estúpida a la gente) hizo notar hace poco en una columna, en The New York Times, cuán lejos está todavía la promesa de robots realmente inteligentes que liberen a las personas del trabajo. Se refería al mito de humanoides como Robotina o Arturito (R2D2) que el cine y la televisión posicionaron en la cultura popular. En la categoría IdC (internet de las cosas, o IoT por su sigla en inglés) hay artilugios como un colchón de la compañía Smarttress, con sensores que avisan al celular del cónyuge que se encuentra fuera de casa cuando alguien está usando la cama para actividades sexuales, y el vibrador Svakom, dotado de webcam para transmitir en vivo el acto de placer de la usuaria.

El lado oscuro

Sin duda, el robot más inteligente que ha llegado a los hogares del mundo es la aspiradora Roomba, de la compañía norteamericana iRobot. Esta máquina aprende de su experiencia y cada vez mejora la limpieza de alfombras, sin dejar por fuera rincón alguno, y ha recibido premios en numerosas ferias tecnológicas. La empresa anunció hace poco que ofrecerá la información arquitectónica de las casas en donde hay una Roomba en acción, para explotarla comercialmente por terceros que puedan ofrecer otros servicios automatizados a los clientes de iRobot.

Si alguien tenía dudas del interés comercial del internet de las cosas, puede echar un vistazo a la cerradura inteligente desarrollada por Amazon, que permite a los empleados que llevan los domicilios de Amazon ingresar a la casa del cliente y dejar el paquete dentro cuando el comprador se encuentra fuera de casa y nadie puede recibir la mercancía.

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Desde luego, los temores sobre la seguridad y las amenazas a la privacidad están latentes. En septiembre las autoridades descubrieron que cibercriminales lograron controlar más de dos millones de cámaras IP y grabadoras de video mediante un código malicioso bautizado Reaper. Este todavía se propaga aprovechando los débiles protocolos de protección que los dispositivos del internet de las cosas suelen incluir. Controlar ataques sobre routers, cámaras y otros aparatos resulta difícil porque los usuarios desconocen cómo actualizar los drivers de este tipo de dispositivos. En un reciente informe, la compañía de seguridad digital Kaspersky informó haber recogido 7.200 muestras de malware diferente en dispositivos del internet de las cosas en lo corrido del presente año, un 74 por ciento más que el detectado el año anterior. Atacar al IdC es ya toda una tendencia en el mundo del cibercrimen, según informó Eugene Kaspersky, fundador de la compañía.

Sin temor a lo nuevo

No obstante, no hay que aterrorizarse. En el cuello de Tango, el MoveTrack del tamaño de una moneda no amenaza la seguridad de nadie. De hecho, ya hay en Bogotá numerosos casos de personas que recuperaron una moto robada, una bicicleta o una maleta perdida gracias a este tipo de dispositivos.

Y si bien es cierto que nadie necesita saber cuántas veces abrieron una puerta, algunos usos del internet de las cosas sin duda beneficiarán a la humanidad. La llamada agricultura de precisión ofrece un buen ejemplo. “El agricultor siempre ha hecho su trabajo basado en prueba y error, pero no controla datos como la variación de la humedad, por ejemplo. IdC permite a los agricultores tener información real y tomar decisiones correctas basadas en esa información”, explica Andrés Sánchez, fundador de Identidad IoT, una compañía colombiana que ofrece soluciones del internet de la cosas para el sector corporativo.

“Los chips son cada vez más baratos, los hay desde menos de un dólar y eso hace que se puedan integrar en cualquier parte, sea una nevera, una lámpara o una persona porque ya hay personas que portan un chip inserto en su cuerpo”, explica Jorge Vergara, de IBM. El experto cree que, en diez años, el fenómeno internet de las cosas será completamente normal, corriente y masivo.