CUMBRES BORRASCOSAS

Enfermedad de Rock Hudson pone en relieve homosexualismo entre los grandes galanes de Hollywood.

2 de septiembre de 1985

Lo qúe más ha golpeado a la opinión mundial, enterada desde hace pocos días que el actor Rock Hudson, uno de los grandes galanes de los años cincuenta y sesenta, está agonizando víctima del SIDA (la enfermedad que deja el organismo sin defensa alguna, provoca la muerte lenta pero segura y ataca sobre todo a los homosexuales), no es la forma valiente como el actor se enfrentó a todos, ni la apariencia cadavérica que venía exhibiendo en las últimas semanas, ni el gesto pomposo de pagar 250 mil dólares por volar, solitario, en un jumbo desde París hasta Los Angeles, sino algo peor: saber que los conquistadores, los machos que eran símbolos del donjuanismo en el cine norteamericano también eran homosexuales.
Aterrados, millones de hombres y mujeres que habían admirado las aventuras, el valor, el arrojo, la elegancia y la sofisticación de actores como Ramón Novarro, Tyrone Power, Errol Flynn, Rodolfo Valentino, entre otros, ahora se enteran que ellos no eran lo que aparentaban: todo lo contrario. Otros nombres no tan decididamente viriles como el de Sal Mineo y el de James Dean también se suman a la imagen de un Hollywood dominado por los homosexuales. Algunos de éstos, como el mismo Rock Hudson, supieron guardar su secreto durante largos años, consentidos por una colonia de amigos que se preocupaba más por el brillo y la fama que en la provocación de un escándalo doméstico.
Irónicamente, pocas semanas atrás Hudson le había confesado a un reportero: "Me gusta guardar muy bien mis secretos y creo que morirán conmigo". Opacado durante los últimos años y aceptando papeles ocasionales en la televisión (pronto se le verá en Colombia cuando la serie "Dinastía" sea reanudada, en episodios que pusieron en peligro la fidelidad marital de Crystel hacia Blake Carrington), Hudson, buscando ayudar a quienes comparten su mal, reveló a través de su agente de prensa que, a los 59 años de edad, estaba en París buscando ayuda para al menos contener el mal que había sido detectado dos años atrás.
París, una especie de Meca para los norteamericanos que sufren el SIDA (por los experimentos del Instituto Pasteur con una nueva droga que ha dado resultados parciales), fue escenario de la dramática hospitalización de un hombre que se estaba consumiendo ante los ojos asustados de sus admiradores.
Cuando se supo la noticia, la reacción fue espontánea, tumultuosa. Los amigos, encabezados por el presidente Ronald Reagan (quien, curiosamente, jamás ha mencionado la palabra SIDA cuando ha tenido que referirse a lo que se califica como la prioridad número uno, actualmente en el sistema nacional de sanidad en Estados Unidos), lo llamaron telefónicamente y los homosexuales que han contraído el virus estaban satisfechos porque, según ellos, ahora esa enfermedad y los planes para contrarrestarla recibirán un tratamiento más urgente.
La última vez que se le vio en público impresionó a todos: Hudson estaba cadavérico al lado de una bien conservada Doris Day, su compañera de las películas bobaliconas de los años cincuenta y sesenta en las que protagonizaban tiernos romances que hacian suspirar a todos con títulos como "Problemas de alcoba" y otros similares. Un agente de prensa dijo entonces que el actor estaba bajo los efectos de una devastadora gripe. Pero su estado empeoró, siguió perdiendo peso, y dos años atras descubrió los primeros signos del mal. Consultó con especialistas de la universidad UCLA que han trabajado contra el SIDA durante todo este tiempo y entre las posibilidades que surgieron estuvo la de someterse a un tratamiento en el Instituto Pasteur, en París. Viajó por primera vez y nunca se supo sobre los resultados. Nueve meses atrás el actor entro en contacto con el proyecto Shanti, con base en San Francisco y encargado de asesorar a los enfermos de este virus. Durante esos días, deprimido, Hudson habría decidido revelar públicamente su estado pero un artículo publicado por la revista Parade en la que en forma impúdica y chismosa aludian a la misma enfermedad contraida por otro actor, lo hizo desistir.
Lo que se acaba de saber ahora es que el homosexualismo de Hudson, admitido tácitamente al revelarse su mal, era conocido de todos en Hollywood pero por amistad y solidaridad se había tendido una cortina de humo, así como hicieron con los otros galanes que estaban en sus mismas condiciones.
Pésimo actor, triunfó solo por su hermoso rostro y su estatura descomunal y sus primeras películas a finales de los cuarenta ya han sido olvidadas piadosamente. En 1954 saltó a la fama con "Magnifica obsesión" y desde entonces se especializó en dramas románticos, llegando a ser nominado al Oscar por su papel en "Gigante" al lado de Elizabeth Taylor y James Dean, quien se ganaría ese mismo premio, secundario, póstumamente.
En los años cincuenta y sesenta apareció en numerosas comedias y se convirtió en el tercer actor más taquillero de toda una década, después de Gary Grant y Elizabeth Taylor. Luego de un periodo oscuro volvió a la popularidad con la serie "McMillan y esposa" que se pasó en la televisión colombiana. Todos estos años sobrevivió en medio de una digna melancolía y según las malas lenguas ha sido el único capaz de hacer temblar la fidelidad en el matrimonio Carrington.
Discreto en sus relaciones, sin embargo en numerosas ocasiones se le veía frecuentando los clubes y discotecas de homosexuales en San Francisco.
El secreto del actor estuvo a punto de ser revelado en los años cincuenta cuando una revista chismosa, Confidencial, amenazó con publicar un artículo sobre el tema. La Universal que lo tenía como una de las grandes esperanzas taquilleras de esos años, organizó todo un montaje publicitario, lo casaron con la secretaria de su agente, Phylis Gates, los enviaron de luna de miel en medio de un enorme despliegue de prensa y dos años más tarde vieron cómo la pareja se separaba.
Nunca antes un secreto fue guardado con tanto celo como el homosexualismo de Hudson e irónicamente, una de las peores lenguas de Hollywood, la de la comediante Joan Rivers (quien se ha enfrascado en agrias y públicas disputas con Elizabeth Taylor, por su gordura), se convirtió en una de sus mejores defensoras. Sin embargo, Hollywood con todo su aparato publicitario no pudo salvar ahora a Hudson del escándalo con la revelación doble de su homosexualismo y su virus. Los 12 mil norteamericanos que han sido diagnosticados en los últimos cinco años, están felices: por fin han logrado que se llame la atención sobre este flagelo y la histeria ante esta situación ha llegado a tal grado, que ahora las actrices, especialmente las que son representadas por agentes agresivos, obligan a los estudios a incluir una cláusula en los respectivos contratos de trabajo, por la que no se sienten obligadas a besar a un actor que remotamente pueda ser homosexual: por temor al contagio.
Dentro de pocas semanas veremos a Hudson en la que puede considerarse su última aparición en el cine, como jefe de seguridad de la embajada americana en Tel Aviv en la película judía "El embajador", al lado de su buen amigo Robert Mitchun. Ya se le nota delgado.
Mientras, los científicos siguen trabajando en el Instituto Pasteur, en París, con la droga llamada HPA-23, una de un grupo de medicamentos que está siendo experimentado contra el SIDA.
Cuando se supo de estos experimentos centenares de norteamericanos decidieron probar suerte y alojándose en sitios baratos, se han sometido a exámenes y pruebas, luego de algunos y escasos testimonios sobre la efectividad de la droga.
El HPA-23 es un compuesto de metales como el tungsteno y el antimonio y no es de ahora: fue descubierto trece años atrás para combatir el mal de Jakob-Creutzfeldt, un extraño y fatal desorden neurológico causado por un virus. El que causa el SIDA necesita de una enzima que es atacada por la citada droga. Sin embargo no hay pruebas concluyentes sobre su efectividad. Algunos de los pacientes ya han muerto en París y otros ya están tan enfermos que el tratamiento es inútil. Además, esta droga es tóxica y produce efectos secundarios, como un incremento de los glóbulos blancos.
Este medicamento no se produce en Estados Unidos pero la oficina de Alimentos y Drogas estudia la posibilidad de comenzar a experimentar en laboratorios locales, como una muestra del renovado interés del gobierno en frenar los estragos de este mal.
Ahora los norteamericanos esperan con resignación a que el ídolo de treinta años atrás descanse de la agonía. Nadie ha podido retratarlo, pocos pueden hablarle telefónicamente pero lo que algunos miran como consecuencia positiva de este escándalo a lo Hollywood, es que la prioridad número uno en materia de sanidad pública por fin recibe un tratamiento más eficaz por parte del gobierno norteamericano.
Lo que muchos se preguntan es: así como Hudson, ¿cuántos más son homosexuales y están enfermos en Hollywood actualmente?