INVESTIGACIÓN

De salto en salto

Un estudio desarrollado en cinco años explica la inestabilidad laboral de los integrantes de la generación 'Y' y señala a las empresas como responsables por no entenderlos.

22 de agosto de 2009

En el último año Juliana ya ha tenido dos trabajos diferentes. De ambos se fue porque le pagaban muy poco y se sentía desmotivada. Y aunque el que tiene ahora es mejor que los dos anteriores, no ve la hora de que su contrato termine, para irse a buscar algo que "me motive del todo y donde me paguen bien". Al contrario de ella, Tomás tiene la suerte de trabajar en lo que le gusta y no se queja de su sueldo. Aun así, la semana pasada pasó su carta de renuncia para irse a estudiar a Alemania. "Yo siento que el mundo está abierto para mí y no puedo quedarme quieto". Lucía, la estudiante estrella de su promoción en una de las universidades más importantes del país y con un cargo que cualquiera de sus colegas envidiaría, lo dejó todo para irse a meditar a India. A los 24 años estaba muy estresada y necesitaba un año sabático.

Lo que estos personajes tienen en común es que pertenecen a la generación 'Y'. Así se les conoce a los nacidos entre 1980 y 1999, población que desde 2003 está haciendo su incursión en la vida laboral. Este proceso no ha sido fácil. En las empresas los ven como poco leales, pues saltan de un trabajo a otro por un pequeño aumento salarial o por vivir cualquier aventura exótica. Ante esta situación, muchas compañías están preocupadas por la inestabilidad laboral que observan en la base de la pirámide de la estructura de sus compañías.

Hace cinco años una multinacional contrató a Juan Carlos Mejía, un consultor en capacitación, para que investigara el porqué de ese fenómeno. Luego de indagar en empresas, universidades y colegios, Mejía encontró que el problema de la generación 'Y' es más universal de lo que pensaba y que detrás de su supuesta inestabilidad laboral lo que hay es un choque generacional. Ellos dejan las empresas porque éstas no los entienden e insisten en moldearlos a su imagen y semejanza, a lo que ellos se resisten. El estudio se dará a conocer en septiembre en el Congreso Nacional de Gestión Humana organizado por Acrip.

Uno de los aspectos más llamativos de la generación 'Y' es que es la mejor preparada de la historia. A los 23 años, estos jóvenes ya tienen dos carreras, hablan dos o más idiomas, cuentan con alguna especialización o maestría y poseen gran habilidad tecnológica que les permite hacer múltiples funciones de manera simultánea. "Tienen el cerebro en ambiente Windows, es decir, con varias ventanas abiertas", señala Mejía. Tienen la autoestima bien cimentada y son exigentes, lo que, sumado a que han vivido en un mundo más globalizado, les da la sensación de que todo es posible. "Somos una generación abrumada por tantas posibilidades", dice Natalia Alfonso. "Como sé que puedo hacer lo que quiera, vivo con la sensación de que no me muevo lo suficiente", agrega.

Los 'Y' tienen gran habilidad para adaptarse a los cambios porque se criaron en un ambiente donde esta es la norma: cada seis meses hay una nueva versión de un programa para el computador, un nuevo iPod, un video juego o un teléfono mejor que el anterior. Para ellos es importante el equilibrio entre trabajo y familia y quieren que sus tareas no sean rutinarias, sino significativas. A veces, dice la sicóloga Stephanie Dinnel, de Drake International, dejan su cargo no tanto porque tengan una razón muy contundente para irse, sino porque no tienen un motivo muy contundente para quedarse. No sobra decir que son muy ambiciosos. Quieren ser millonarios e independientes antes de los 40 años.

Pero los 'Y' muy pronto se estrellan con la realidad de una estructura rígida de las compañías actuales, que exige mucha paciencia para llegar a esos cargos interesantes. Y como ellos tienen muy poca tolerancia a la frustración, cuando no han logrado ser vicepresidentes en un año, se desmotivan y se van. "Lo anterior los ha llevado a no tener sueños, sino pesadillas -dice Mejía-. Tienen clara la meta, pero no saben cómo llegar a ella".

Según el informe de PrincetonOne, consultores en contratación, por primera vez en la historia una fuerza laboral llega con habilidades superiores a las de sus jefes y colegas, sobre todo en lo tecnológico. Pese a esto, Mejía encontró que a la generación 'Y' en las empresas le ponen trabas para surgir y la apartan de los trabajos retadores. La hipótesis de Mejía es que los empleados más viejos los ven como una amenaza por sus habilidades. Otros sienten recelo hacia ellos porque exigen demasiado, y quienes tuvieron que ganarse con humildad y paciencia el puesto que hoy ocupan, consideran esa actitud intolerable.

"Las empresas no han sabido entender esas características que los distinguen y aprovecharlas para su beneficio", dice Mejía. Por eso el primer paso para el cambio deben darlo estas compañías. Una solución concreta es modificar la estructura piramidal de la organización y el concepto de jefes inalcanzables que trabajan a puerta cerrada y de cuando en cuando gritan: "González, venga a mi oficina". Es importante quitarles literalmente las bisagras a los puestos de trabajo, abolir el término doctor y hacer gestión en los corredores, para que la comunicación fluya.

Los jefes deben comportarse más como guías y ayudarles a los jóvenes a rotar por la organización para que adquieran conocimiento y experiencia y no se aburran desempeñando una sola función. Los expertos están seguros de que si se les despierta la pasión con trabajos retadores, ellos se quedarán. Y pagarles lo justo es crucial porque esta gente ya no come con el letrero. "Eso funcionaba con otras generaciones que se dejaban pagar con el orgullo que implicaba trabajar para tal o cual empresa", dice Mejía.

Muchos se preguntarán por qué una empresa debe hacer todos estos sacrificios por un muchachito de 23 años. Los expertos señalan que el esfuerzo vale la pena porque necesitan sangre joven que jalone la renovación de sus productos y agilice los procesos de trabajo. "No son un mal necesario, sino un bien indispensable". Además, la rotación excesiva genera un costo muy alto porque hay que hacer nuevas contrataciones y volver a entrenar nuevos empleados. Si la rotación en la base de la pirámide de la empresa es del 30 por ciento, al cabo de tres años el 100 por ciento de estos trabajadores se habrá ido. "Y con ellos se va el conocimiento de los clientes, el entrenamiento, el 'know how'. A ese ritmo, la empresa no va construyendo historia y siempre estará empezando de nuevo", dice Mejía.

Por eso su conclusión es que hay que aceptarlos como son porque "todos van a chatear, a navegar por Internet y a ponerse los audífonos para trabajar. Hay que aceptar el cambio porque todos son iguales".