EL ORIGEN DE LAS COSAS

Un español recopiló en un curioso libro la pequeña historia de 150 objetos indispensables en la vida cotidiana.

11 de noviembre de 1996

Se han vuelto indispensables en la vida moderna y sin embargo su origen es desconocido. Pero es precisamente la curiosidad lo que ha llevado al libro Historia de las cosas a convertirse en best seller. La extensa obra del filósofo español Pancracio Cedrán se inició hace unos años en un programa de radio. Allí los oyentes se enteraban que el primer dentífrico que el hombre utilizó fue la orina, que el primer ascensor se diseñó para que un rey francés visitara a sus amantes o que el teléfono funcionó por primera vez a causa de la torpeza de un operario de Alexander Graham Bell. El éxito de su sección fue tal que hoy esas historias están impresas en un gran tomo. De ese historial de más de 150 objetos que rodean la vida diaria SEMANA extractó algunos.
EL SOSTEN
La moda femenina de sujetarse el busto surgió hace 4.000 años en Creta. También hubo intentos en Roma, donde se le llamaba el strophium, y consistía en una banda que se enrollaba en el pecho. Según los gráficos de la época, las atletas lo empleaban junto con otra prenda que a duras penas cubría la vellosidad del pubis, conformando un atrevido conjunto. Durante la Edad Media las mujeres utilizaban para sostener sus senos una cinta de tela que cruzaban alrededor del cuerpo y ataban en la parte posterior del cuello. Nada cómodo, desde luego. El sostén moderno surgió a finales del siglo pasado, pero se perfeccionó en 1914, cuando la neoyorquina Mary Phelps Jacob, descendiente de Robert Fulton, el inventor del barco a vapor, obtuvo la patente respectiva. La idea tuvo origen en el odio que esta mujer sentía por tener que anudarse esa cantidad de cintas que hasta entonces cubrían el busto femenino. Una tarde, junto con su criada, cogió dos pañuelos, cinta e hilo y confeccionó el primer brassiere. El éxito fue impresionante. Todas sus amigas y conocidas le pidieron que les confeccionara uno. Centenares de mujeres lo solicitaban por carta. Pero poco tiempo después la demanda se redujo y la señora Phelps Jacob se dejó convencer de su marido, un empleado de la célebre corsetería Warner, de que vendiera la patente a su patrón. La señora recibió la suma de 15.000 dólares y, a juzgar por la acogida que tuvo su invento, debió darse múltiples golpes de pecho.
LA CORBATA
Los romanos fueron quienes se inventaron esta inútil prenda del atuendo masculino. Se trataba de una bufanda, llamada focale, que lucían los legionarios enrollada al cuello y cuyos extremos caían sobre el pecho. El término se derivaba de la expresión vela focal, un banderín de colores que pendía de lo alto con un palo. Pero la corbata que hoy se conoce tiene claros orígenes militares. Los primeros que la usaron fueron los soldados del ejército de Luis XIV, del regimiento croata, de donde viene el nombre. La palabra corbata, que en español existe desde 1704, surgió del vocablo italiano crovatta. A principios del siglo XIX la corbata se utilizaba con cierta regularidad. Un italiano, Esteban Demarelli, dictaba en París, a razón de nueve francos la hora y durante seis días, cursos para aprender a hacerse el nudo. Los clubes privados y las tertulias exigían que sus miembros la llevaran como distintivo. Los almacenes Cardinal de Nueva York empezaron a vender únicamente esta prenda, de la cual se preciaban tener la gama más amplia. Allí surgió un agüero que debe ser el que obliga a los hombres a andar siempre revisándose el cuello: "Hombre con el nudo torcido, hombre al que le ponen los cachos".
LA MAQUINA DE AFEITAR
El afán por quitarse los vellos del rostro surgió hace 20.000 años cuando, según los historiadores, el vanidoso hombre se aguantaba el dolor provocado por rasurarse la barba con conchas marinas. Sólo 16 siglos después, en Egipto, empezaron a utilizarse las navajas de afeitar, hechas en oro y cobre. En ese entonces la afeitada no era sólo de la barba: los sacerdotes se quitaban cada tercer día los vellos de todo el cuerpo. El culto a los aparatos de afeitar era tal, que entre las valiosas pertenencias personales con las cuales eran enterrados los guerreros estaba no sólo su espada sino también la navaja que les había servido para rasurarse. Las primeras barberías públicas se establecieron en Roma, en la época de Tarquino el Soberbio, pero en un principio no contaron con mucha clientela ante el rumor de que los que se afeitaban eran homosexuales. Quien instituyó la rasurada diaria fue Escipión el Africano, y entonces la primera afeitada se convirtió en un acontecimiento social con banquete e invitados. El primer vello se ofrecía a los dioses en cajas de oro o de cristal. Fue en el siglo XVIII cuando se inventó la cuchilla de afeitar de acero y su diseñador fue el estadounidense King Camp Gillette, quien gracias a que su jefe le pidió una navaja desechable cayó en cuenta que lo que rasuraba era solo el filo. "Somos ricos", le escribió en seguida a su esposa. Y tenía razón: un año después había vendido 12 millones de cuchillas y en 1903 tenía patentado el invento. El complemento fue la máquina de afeitar, ideada por el coronel Jacob Schick, quien la diseñó en 1928.

EL CONDON
Los jóvenes modernos no tienen idea de las terribles e incómodas fórmulas anticonceptivas de los antiguos. Por ejemplo, la receta egipcia de hace 38 siglos decía: "La mujer mezclará miel con soja y excremento de cocodrilo, todo lo cual acompañará de sustancias gomosas, aplicándose una dosis del producto en la entrada de la vagina, penetrándose hasta donde se inicia la uña". Para impedir la fecundación en los animales los camelleros del Africa y el Asia les introducían a las hembras que les servían para el transporte clavos de cobre en la vagina. Y quien crea que esto sería impensable en humanos, se llevará la desagradable sorpresa de saber que el propio Hipócrates, el padre de la medicina, había aconsejado lo mismo a las mujeres de su tiempo. Fue hasta el siglo XVI cuando apareció el condón, gracias al diseño de Gabriel Fallopio, un célebre profesor de anatomía de la Universidad de Padua, cuyo apellido quedó inmortalizado en la anatomía femenina. Al profesor Fallopio se le ocurrió idear un adminículo para luchar contra el contagio de las enfermedades venéreas. Fue con base en este diseño que el científico inglés Robert J. Condom, médico de cabecera del rey Carlos II, inventó el preservativo con el fin de evitar que su noble paciente siguiera poblando Londres con hijos bastardos.
LA PASTA Y EL CEPILLO DE DIENTES
Cuentan los historiadores que el primer dentífrico que usó el hombre en forma masiva fue la orina. Plinio, el famoso naturalista del siglo I, sostenía que no había mejor preventivo para las caries. No obstante atribuye al médico latino Escribonus Largas la invención de la crema dental hace 2.000 años. La fórmula era: vinagre, miel, sal y cristal machacado. Y aunque parezca que nadie volvería a esas antiguas fórmulas, las tribus egipcias del alto Nilo emplean hoy una mezcla peculiar para cuidar sus blancos y fuertes dientes: las cenizas resultantes de la quema del excremento de vaca. En cuanto al cepillo, la idea fue concebida por los dentistas chinos hace 1.500 años. Sin embargo, el que se conoce en la actualidad fue creado en el siglo XVIII. Se usaba en la corte francesa y estaba fabricado con crin de caballo. Sólo hasta 1938 el doctor Joe West fabricó uno con cerdas de seda.
LOS DIENTES POSTIZOS
Hace 27 siglos los etruscos se implantaban dientes de animales pero esos logros no prosperaron porque, en la Edad Media, la oquedad de la boda de Isabel I de Inglaterra sólo pudo ser cubierta por los especialistas con tiras de seda sobre las encías. Quizás a ello se debía la sonrisa que los cronistas describían como "enigmática". En el siglo XVII los dientes postizos se sujetaban a los vecinos con hilos de seda, pero antes de comer los comensales se los quitaban y los guardaban en elegantes estuches. Hasta el siglo XVIII, cuando un dentista parisiense ofreció a las damas de la corte una sonrisa con dentaduras fijas unidas por barras de acero, aunque les impedían cerrar la boca no parecían incomodarlas porque, según el dentista, jamás dejaban de hablar. A finales de ese siglo, otro dentista francés produjo los dientes de porcelana de una sola pieza, que no han perdido vigencia.
EL PAPEL HIGIENICO
Un estadounidense, Joseph Cayetty, se llevó los laureles de la invención en 1857. Pero fue sólo unas décadas después que su uso se generalizó. El problema es que no se vendía por rollos sino en largas tiras que hacían difícil su almacenamiento. El rollo corrió por cuenta del inglés Walter Alcock, en 1879, y de los hermanos gringos Clarence y Edward Scott, lo que llevó a conocerlo con el nombre de Scott Tissue. El pudor hizo que hasta mediados de siglo esa fuera la forma distinguida de llamarlo. Este curioso historial repleto de anécdotas se ha convertido en un libro de consulta para los eruditos y los curiosos. Ahí está registrado el origen del ataúd o del desodorante, cómo surgieron los laxantes o a quién le debe la humanidad la invención del chicle o de la aspirina. De dónde salió el bluyin y quién fabricó el primer detergente. Son miles de objetos de uso diario. Y hoy nadie imagina lo que sería vivir sin ellos. Sin embargo su trascendencia se pierde en la cotidianidad.