En Mongüi, Boyacá, varias mujeres campesinas fundaron Modos de Vida, una asociación que busca recuperar la siembra de especies nativas de la región.

MEDIOAMBIENTE

La biodiversidad: una oportunidad de oro

Colombia tiene en su diversidad biológica una opción para desarrollar un modelo económico basado en la sostenibilidad y el bienestar humano que beneficie a todos los colombianos

28 de octubre de 2017

En las montañas del centro de Boyacá se encuentra Mongüa, un municipio cercano a Sogamoso que no sobrepasa los 5.000 habitantes, dedicados en su mayoría a sembrar papa. Esa práctica, que fue por muchos años su medio de subsistencia, ahora les estaba trayendo problemas ambientales y de seguridad alimentaria. Por dedicarse exclusivamente a cultivar el tubérculo, los habitantes de la población dejaron de sembrar otras especies nativas, lo que las condenó a la extinción. Sin contar con que el uso excesivo de agroquímicos y fertilizantes industriales en los cultivos de papa estaba contaminando las fuentes de agua.

Al ver que la diversidad de alimentos se agotaba cada vez más, un grupo de mujeres campesinas comenzaron en 2011 a liderar una iniciativa para invitar a las familias de la región a abandonar el monocultivo y sembrar en sus parcelas otros productos, en especial especies nativas en vía de extinción como la papa negra, las chavas, los nabos, las rubas, las ibias, diversas variedades de cereales como el trigo rojo y la cebada de raspa. Esa experiencia, en la actualidad, reúne a 52 familias campesinas bajo el nombre Huerto Alto Andino y ha logrado que el 40 por ciento de sus asociados siembren en sus fincas 70 especies alimenticias.

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Día a día, las mujeres de Huerto Alto Andino recorrían la región en busca de las semillas nativas para luego distribuirlas entre sus asociados. En ese proceso ellas también recuperaron saberes y prácticas ancestrales. Odilia Neita, directora de Huerto Alto Andino , cuenta que rescataron el trueque para que las familias obtengan el mayor número de semillas sin necesidad de invertir grandes sumas, y recobraron viejas recetas que requerían los productos nativos. Además, la asociación fomentó el trabajo comunitario para construir tanques de almacenamiento de agua y sistemas de riego, así como una agricultura sostenible amigable con el medioambiente.

El éxito de Huerto Alto Andino se refleja en que, además de recuperar cultivos, tradiciones y mejorar la seguridad alimentaria, ahora sus asociados producen excedentes de alimentos que se venden en los mercados de Tunja y proporcionan ingresos extra a las campesinas de Mongüa.

Esta experiencia demuestra que la biodiversidad de una región y su uso sostenible pueden contribuir a mejorar el nivel de vida de poblaciones que habitan en zonas rurales o alejadas de los grandes centros urbanos. El trabajo de estas mujeres no solo logró recuperar la biodiversidad de las montañas de Boyacá, sino que contribuyó a asegurar el acceso a una variedad de alimentos.

Y es que la biodiversidad ofrece la mejor manera de asegurar los modos de vida de comunidades ancestrales indígenas, afrocolombianas o campesinas y de fomentar un nuevo modelo económico amigable con el ambiente. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, conservar y utilizar de manera sostenible la diversidad biológica es la mejor opción de los países para disminuir la pobreza, mejorar el bienestar humano y fomentar el desarrollo. En ese sentido, Colombia tiene grandes oportunidades. Con 564.343 especies descritas, el país probablemente alberga el 10 por ciento de la biodiversidad mundial y ocupa el primer puesto en cuanto a aves y orquídeas; el segundo, en plantas, anfibios, peces de agua dulce y mariposas; el tercero, en reptiles y palmas; el cuarto, en mamíferos.

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En Colombia la biodiversidad no solo sirve para asegurar la supervivencia de comunidades tradicionales. En Chocó las biólogas Mabel Torres y Aura González y la administradora Yini Cuesta están demostrando cómo el uso sostenible de especies nativas de la región puede fomentar cadenas productivas y comerciales que beneficien a las comunidades vulnerables. Ellas crearon Selvacéutica, empresa dedicada a utilizar frutos, semillas y cortezas de árbol como el borojó, el asaí, la cúrcuma y el achiote para fabricar productos cosméticos libres de químicos derivados del petróleo.

Ellas conjugan el conocimiento ancestral de las comunidades chocoanas y la ciencia para crear productos cosméticos como jabones corporales y antibacteriales, exfoliantes y pomadas relajantes o para el dolor. La cadena productiva comienza con cerca de 400 familias de municipios como Bahía Solano, Bojayá, Atrato y Quibdó, que cultivan las plantas de donde se extraen los frutos y semillas que luego Selvacéutica procesa y comercializa. Gracias al dinero de las cosechas, las familias pueden sostenerse y dinamizar la economía local y regional.

Esta experiencia de comercio les permitió a familias del Chocó, muchas de ellas víctimas del conflicto armado, adquirir conciencia de que no necesitan acudir a actividades ilícitas como cultivar coca o la minería ilegal para sobrevivir, sino que la diversidad biológica puede mejorar sus niveles de vida. “La experiencia de Selvacéutica no solo permite que cientos de familias puedan vivir de la biodiversidad de la región, sino que reconoce el potencial productivo y comercial que tiene el Chocó”, explica Mabel Torres.

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Pero el uso sostenible de la biodiversidad también puede subir a un nivel mayor de tecnificación a través de la bioeconomía, que en términos generales define el conjunto de actividades relacionadas con la invención y desarrollo de productos y servicios de alto valor tecnológico a partir de organismos biológicos. En Colombia, Colorganics, empresa dedicada a elaborar colorantes naturales, hace unos cuantos años comenzó a recorrer este camino.

Esa empresa antioqueña utiliza el achiote comprado a precio justo a los habitantes de Curvaradó para extraer mediante biotecnología la bixina, un colorante natural utilizado en alimentos y cosméticos que, a diferencia de la mayoría de los que se encuentran en el mercado, no tiene restricciones ni contraindicaciones. Las cualidades de Annatto, nombre con el que bautizaron el producto, le llamaron la atención a la industria de galletas Noel que lo utilizó en su producto Saltín Queso y Mantequilla para darle el color amarillo. Ha sido tal el éxito de Annatto, que tiene una amplia demanda en Europa. Gracias a sus investigaciones científicas, Colorganics tiene un variado portafolio de colorantes naturales de alto valor tecnológico, como extraer de la clorofila un colorante verde obtenido de la alfalfa.
Huerto Alto Andino, Selvacéutica y Colorganics ofrecen ejemplos de cómo el uso sostenible de biodiversidad puede mejorar el nivel de vida de los habitantes de una región y, de paso, fomentar la investigación científica, la creación de industrias y, en últimas, el desarrollo económico. Todas estas experiencias también muestran que los principales beneficiados con esta nueva forma de economía son las poblaciones más vulnerables.

A diferencia del actual modelo económico extractivista de Colombia, que en muchas ocasiones lesiona el medioambiente, usar de manera sostenible la diversidad biológica del país contribuye a un equilibrio entre progreso y tradición que beneficia a todos los colombianos. Con la bioeconomía se acaban los antagonismos entre comunidades, tradiciones e industrias que explotan recursos naturales. Como en el caso de Colorganics y Selvacéutica, pobladores e industriales saben que el éxito del negocio está en trabajar mancomunadamente y en proteger la biodiversidad.

Colombia es uno de los países más diversos del mundo. Sin embargo, la biodiversidad para sus habitantes sigue siendo algo lejano, que existe en las selvas a miles de kilómetros de distancia. Pero se encuentra en las sabanas, en los bosques, en las montañas o en lugares cercanos de las ciudades y así no lo parezca los colombianos dependen de ella para sobrevivir. Utilizarla de manera sostenible es la mejor manera de preservarla.