¿ESTA USTED CUERDO?

El psicoanálisis no es sólo para los millonarios excéntricos o los locos perdidos. También usted puede necesitarlo...

26 de diciembre de 1983

¿Se le ha ocurrido pensar que usted puede necesitar urgentemente un psícoanalista? ¿Cuantas veces, agobiado por problemas de negocios, matrimoniales o por simple stress ha pensado que sería un alivio recurrir a ayuda profesional, pero no se ha atrevido a hacerlo por miedo a que lo tilden de loco? ¿Cuando se entera de que un amigo está yendo al psicoanalista; le hace interrogatorios disimulados pero ansiosos sobre cómo es el asunto y si le han servido realmente las sesiones?
Es muy probable que usted sea uno de los miles de colombianos que se hacen una y otra vez estas preguntas.
Este es uno de los pocos países del mundo donde el psicoanalisis todavía es un asunto tabú del cual se cree que es exclusivo de locos perdidos o de millonarios excéntricos.
Sin embargo, en otros países, aún de Latinoamérica, para no hablar del mundo desarrollado, el psicoanálisis es una terapia que se depara masivamente, pues se la considera una ayuda indispensable para que la gente común pueda soportar esta época de presiones y manías.
En Colombia esto está lejos de ser así. En primer lugar, porque el Estado nunca ha considerado al psicoanálisis un servicio necesario para el grueso público. La teoría que prima parece ser que mientras una persona necesita de un médico para que le cure una apendicitis o una afección al hígado, cada cual debe, en cambio arreglárselas con los enredos de su cabeza como buenamente pueda. Debido al escaso desarrollo de esta práctica en el país, y al intenso entrenamiento que la profesión requiere, son contados los psicoanalistas disponibles. Otra traba real es el costo elevado de un tratamiento. Haciendo un -cálculo arriesgado, debido a la infinita gama de tarifas, se puede decir que una persona que asista tres veces por semana, paga entre los $ 30.000 y los $ 50.000 mensuales.
Tampoco ayuda la actitud de los propios psicoanalistas locales, que se comportan en forma misteriosamente reservada y esotérica en relación con su propia profesión, como si se tratara de una ciencia oculta. De 10 psicoanalistas que abordó SEMANA con esta pregunta simple, "Cuándo debe una persona común recurrir al psicoanálisis?", cuatro se negaron a contestar, uno regañó al reportero por "vulgarizar algo tan complejo como el psicoanálisis", y otro más colgó el teléfono.
El que existan esta serie de problemas no quiere decir que usted no pueda ir al psicoanalista, o que no lo necesite, quiere decir simplemente que le va a costar más trabajo hacerlo que en otros lugares.
Sofia, ama de casa de 33 años, ve con inquietud cómo cada día se le agota más la paciencia con los niños, y cómo problemas domésticos, como las permanentes peleas con la sirvienta y el desorden de su marido, se le empiezan a volver verdaderos retos para su salud mental. Además, ha empezado a percatarse alarmada que su interés por la actividad sexual había decaído sensiblemente.
Alberto, arquitecto de 41 años, cree detectar síntomas en la conducta de su mujer que lo hacen dudar de la fidelidad de ella. Ha concentrado toda su energía y su atención en ese problema, a seguirla obsesivamente y a fiscalizar cada uno de sus actos.
Andrés, estudiante de 18 años, tiene cada vez más dificultad para aguantar un ambiente familiar que lo oprime. El mal genio permanente del padre y el insistente celo con que la madre lo cuidaba lo han llevado a descuidar sus estudios y lo tenían al borde de una situación explosiva.
Bernardo tiene una empresa de publicidad cuyos clientes se han ido retirando. La angustia que esto le ocasionaba lo hace dormir poco y mal, lo distancia de los miembros de su familia, lo obnubilaba para resolver los propios problemas económicos e inclusive lo ha llevado a sentir deseos de matarse.
Todos ellos, aunque perfectamente catalogables dentro de lo que comúnmente se denominaría "personas normales", son candidatos apropiados para recurrir a la terapia psicoanalítica. Ninguno registra rasgos patológicos agudos, pero viven al borde de la crisis debido que sienten que la situación se les sale de las manos, que han perdido la capacidad de modificar las circunstancias adversas.
Para todos ellos, el psicoanalista bien podría significar una ayuda sustancial para sobreponerse y recuperar el equilibrio perdido.
"¿SABE QUE EL FULANO VA AL LOQUERO?"
No obstante la enorme cantidad de personas "normales" a quienes les sería útil la psicoterapia, son pocas las que acaban recurriendo a ella. Todos los psicoanalistas consultados por SEMANA coincidieron en el dato de que el grueso de sus pacientes eran profesionales de clase media, y que por lo general se trataba de personas previamente familiarizadas con el psicoanálisis en el medio universitario o a través de lecturas. El doctor Luis Santos precisó que quienes recurrían a su consultorio en situaciones menos extremas con frecuencia provenían de alguna carrera relacionada con las ciencias humanas, mientras que los demás tendían a esperar hasta un punto crítico para solicitar ayuda profesional. Otro buen número de sus pacientes, añadió el doctor Santos, padecían problemas psicosomáticos y habían llegado por indicación del médico.
Curiosamente, en contraposición a lo que sucede en otros paises como Estados Unidos o la Argentina, donde tener un psicoanalista de cabecera es un requisito sine qua non para cualquier miembro del jet-set, en Colombia no parece ocurrir lo mismo.
En el extranjero no hay actriz o actor, empresario o personalidad que se respete que no incluya la visita al psicoanalista dentro de su agenda al lado de las horas de golf, el baño turco o la peluquería. Localmente, en cambio, las clases dirigentes aún no están familiarizadas con el psicoanálisis, y tienen frente a él casi tanto rechazo como las clases bajas. En reemplazo, parecen recurrir con cierta liberalidad a los tratamientos farmacológicos convencionales, como pastillas tranquilizantes, pepas para dormir, etc.
En ciertos lugares, hay grupos sociales enteros que prácticamente se definen por su dependencia frente al psicoanalista. Tal es el caso de la intelectualidad newyorquina, que le ha servido de tema a Woody Allen para casi todas sus películas. Según la parodia que de ellos hace el director-actor, estas personas se casan o se divorcian, se deprimen o se alegran, cuando el psicoanalista les ordena.
En Colombia, aún entre quienes sí asisten a la psicoterapia, esta actividad sigue teniendo un cierto sabor a tabú. Al igual que sucede con ciertas enfermedades muy generalizadas, pero que la gente no reconoce tenerlas, como la disritmia, las hemorroides o las operaciones de la próstata, los que son clientes del psicoanalista rara vez lo reconocen en público, cohibidos por el temor, bastante fundamentado, de que los crean locos. Cuando el dato trasciende puede incluso volverse un problema para la persona: "¿Sabía que fulano va al loquero? Quien sabe desde cuando se le corrió la teja", es un comentario común en oficinas y reuniones sociales, que refleja todo el desconocimiento y el prejuicio que pesan sobre el tema.

¿QUE SE PUEDE ESPERAR DEL PSICOANALISTA?
Pocas figuras han sido tan caricaturizadas como la del psicoanalista.
Las anécdotas lo muestran como un hombre irremediablemente aburrido con la eterna retahíla de su paciente o como un loco con los tornillos más sueltos que los que pretende ajustarle a su víctima. Es clásico el chiste del que se dirige en tono solemne a una gallina que está sobre el típico diván para decirle: "Con unas cuantas sesiones más podré curarlo de ese terrible complejo de gallina".
Pero si el psicoanalista con frecuencia es objeto de un trato humorístico y desobligante, en parte se debe a que ha sido el encargado de decirle a los hombres lo que éstos no se atreven a decirse a sí mismos. El doctor Roberto de Zubiría ve así el asunto: "Si, a los psicoanalistas les han dado duro, pero esto también sucede con los sociólogos y los demás científicos que le echan al hombte en cara sus limitaciones y sus problemas".
Más que "cura" o soluciones mágicas a los problemas, lo que el psicoanalista depara es la posibilidad de que la persona tome distancia de sí misma y empiece a rearmar las piezas trastocadas del rompecabezas de su propia personalidad. El psicoanalista no dice que es bueno o malo, que es conveniente o inconveniente. Lo que hace es obligar a la persona a que ella misma asuma, juzgue y solucione sus propios problemas.
Existe el temor generalizado a la dependencia que se puede crear frente al analista, en la medida en que la persona tiende a reclinarse en quien considera su tabla de salvación. Un profesional hábil, sin embargo, maneja la relación como un juego de frontón, donde él es la pared que devuelve la pelota que se le lanza, para que el paciente se vea obligado a jugar solo.
Otro mito es el del psicoanalista como ser ubicado más allá del bien y del mal, exento de conflictos y angustias.
Por el contrario, son sus propios problemas los que lo ayudan a comprender los de los demás. Por esta razón, ellos mismos tienen que someterse a cuatro años de psicoanálisis como parte de su entrenamiento profesional.
Muchas veces, es la falta de motivación en la persona la que hace que el psicoanalista no pueda actuar. Dice el doctor Luis Santos que con frecuencia sucede que los padres llevan al consultorio al hijo adolescente, o el marido a la mujer, como quien lleva un carro al taller. "Ahí le traigo, arréglemelo". Es difícil que esto de resultado, pues es necesario el compromiso directo por parte del paciente y el reconocimiento explícito de que necesita ayuda, para que el tratamiento pueda surtir efecto.
Jacques Lacan describía así el alcance real del psicoanálisis: "Lo que hace el paciente es dejar toda su mierda donde el psicoanalista". Se refería a la persona, a través de la permanente confrontación de la terapia, va sacándose de encima todo lo muerto y regresivo que arrastra su propia personalidad, va librándose de los desechos acumulados que se le pudren por dentro, para dejar aflorar la fuerza vital que le permite enfrental viejos problemas con nueva actitud.