Más que falta de amor o compromiso lo que la pareja quiere preservar es su autonomía

FAMILIA

Juntos y separados

Un creciente número de parejas desafía el concepto tradicional de que "amor de lejos es amor de pendejos".

20 de septiembre de 2008

Cada vez que Lucía les dice a sus amigos que ella y su esposo viven en casas separadas, se quedan perplejos y la miran con lástima. No es para culparlos. La norma social tradicional establece que cuando dos personas quieren iniciar una relación estable y seria se deben casar y mudar bajo un mismo techo. Pero Lucía no se cambia por nadie. Aunque con su marido se quieren mucho optaron por vivir separados, incluso en ciudades distintas, ella en Berna y él en Ginebra, Suiza. "Esta situación me da más independencia, tengo mi casa como la quiero, nos ahorramos el riesgo de caer en la monotonía y en peleas tontas. Los fines de semana tenemos muchas ganas de vernos porque no nos hemos visto durante la semana", dice.

Estas parejas han sido bautizadas por los demógrafos como LAT, y bajo este rótulo se agrupan a aquellas que como Lucía y Mario viven aparte pero juntas (de ahí la sigla, que en inglés significa Living Apart Together). Los sociólogos dicen que este tipo de relaciones está creciendo en el mundo. John Haskey, profesor de la Universidad de Oxford, calculó en 2005 que en el Reino Unido había más de dos millones de parejas activas en diferentes domicilios, casi la misma cifra de las parejas que viven en una misma residencia (ver estudio). Este tipo de relaciones está en aumento, según las analistas canadienses Anne Milan y Alice Peters, debido a cambios en el mercado laboral, a un incremento en el nivel de educación, a mejores estándares y mayor expectativa de vida y al incremento de la tasa de separaciones y divorcios.

El fenómeno en sí no es nuevo. Casados que viven separados geográficamente existen desde hace mucho tiempo, ya sea por razones laborales o políticas, situación involuntaria que ambos buscan resolver. Lo nuevo es que cada vez hay más personas que lo hacen de manera consciente, no como un paso transitorio en sus vidas sino como una elección definitiva para vivir el matrimonio. "Más que falta de amor o compromiso, lo que la pareja quiere preservar en estos casos es su autonomía o espacio", dice la siquiatra Geraldine Scioville. Luis y Esperanza, por ejemplo, llevan juntos 13 años pero vive cada uno en su apartamento en Bogotá, a 20 minutos de distancia. Esta condición fue planteada desde el comienzo de su relación cuando él, divorciado, le propuso a ella, soltera en ese momento, que lo mejor era que cada cual tuviera su espacio. Ella aceptó y desde entonces "vivimos muy rico", dice Luis, al punto que el año pasado se casaron por lo civil. Se ven todos los días en cualquiera de los dos domicilios y ella va a su apartamento al menos una vez a la semana a pasar la noche. Los fines de semana los disfrutan juntos en una finca que tienen fuera de Bogotá. Nada los ha hecho cambiar de opinión, ni siquiera la hija que tuvieron hace 12 años. "Ella es muy pinchada pues tiene dos cuartos, dos casas y la libertad de decidir en cuál dormir".

Milan y Peters establecieron que este tipo de parejas se da sobre todo entre las clases sociales más acomodadas, pues es mucho más costoso que cada quien pague administración, servicios públicos y mercado. A pesar del doble gasto, esta solución resulta más efectiva a largo plazo para aquellos que ya han pasado por un proceso de divorcio con su respectiva separación de bienes y no quieren volver a vivir una situación similar. "Es una manera de tener las cuentas claras", dice Gloria, quien luego de su separación inició una relación estable con un hombre a quien ama pero con el cual no quiere cohabitar. Es tan estricto el pacto que cuando él se queda en su casa se le lava la ropa, pero la empleada doméstica le pasa una cuenta de cobro por el servicio. "Es una manera de evitar que se sienten precedentes", dice ella.

Poncho Rentería y Lula Arango, ambos divorciados, tienen una relación estable desde hace 20 años y vivir separados les ha parecido saludable precisamente porque no se habla de dinero ni de cuentas. "No peleamos por el queso ni por el pan. Cada quien se responsabiliza de lo suyo", dice el columnista. En su primer matrimonio se sintió como un marido "regañado y aplastado", y la solución para no volver a vivir esta situación fue establecerse en el mismo edificio pero 11 pisos arriba de su novia. De esta manera la pareja logró un equilibrio: ella vive en su casa, no tiene la carga de lo doméstico, que según Poncho le aburre, y cada cual tiene la autonomía de hacer lo que quiere. En ocasiones Lula se queda en su apartamento pero "al amanecer me dice 'no te quito más tiempo' y se va a su casa. Con eso nos evitamos las peleas de la mañana por la crema dental mal espichada y los pelos en el lavamanos", dice Rentería.

Pero no es necesario un divorcio previo. Hay parejas que cuando se separan por las tensiones se dan cuenta de que el único obstáculo para su amor era la convivencia, y antes de divorciarse dejan las cosas así. Esto fue lo que les pasó a Lucía y Mario, quienes luego tres años de compartir domicilio se dieron cuenta de que eran incompatibles. A ella le molestaba que pasara tanto tiempo en el computador, o que se sentara a ver televisión por horas. A él le incomodaba su desorden, que dejara las luces prendidas, que no cortara el pan con el cuchillo que era. Tras año y medio de vivir en ciudades distintas cada uno sigue haciendo todo lo anterior pero en casas separadas. "Me di cuenta de que nos queríamos mucho y, aunque suene raro, se aprende a entender mucho al otro cuando no se vive con él", dice. Otra ventaja que señala Mónica es la sexualidad. "Dan más ganas. Después de una semana acostándome sola es espectacular tener a mi marido al lado".

Los expertos en el tema han encontrado otras variables que inciden en estas relaciones, como la edad. Los mayores de 50 no quieren establecer una convivencia con sus parejas para evitar un posible desequilibrio entre las labores domésticas y los cuidados hacia el otro. En Colombia, esta es una posición más común entre las mujeres divorciadas mayores. "Es como si después de haber tenido que cocinar, lavar y tener la comida lista para su esposo, ya no quisieran volver a repetir este esquema sino gozar los aspectos más agradables de la relación", dice Elena Patiño, cuyas amigas viven esta situación.

Otro factor son los hijos. Cuando Poncho y Lula establecieron su relación, los hijos de ella eran menores de 11 años y ninguno de los dos creía conveniente vivir en un mismo domicilio. "De esta manera ella tiene un tipo de conversación con ellos que no tendría si yo estuviera ahí".

La mayoría de estas parejas son conscientes de que este estilo de vida no es para todo el mundo. Se necesita madurez, apertura mental y una personalidad para querer tener su propio espacio y respetar el del otro, a no tener expectativas, a no preguntar horas de llegada. También se requiere madurez para afrontar las desventajas de este sistema, como por ejemplo, asumir el cuidado de los hijos, como le toca a Lucía, quien espera algún día vivir en la misma ciudad de Mario pero nunca en la misma casa. Lo más importante es que se trata de alternativas válidas y creativas para suplir las necesidades de las personas y no simplemente de mecanismos para evitar el compromiso o como una muestra de falta de amor hacia el otro, como muchos todavía los ven.