LAS CASAS DEL BAZUCO

Fumar bazuco se ha convertido en el vicio de moda de los ejecutivos

24 de marzo de 1986

Comodas poltronas de cuero con una mesa a cada lado. En las paredes, afiches de Botero, litografías, grabados. Mullidas alfombras, pesadas cortinas. Meseros discretos circulan con whisky y vodka. Mujeres elegantes, ejecutivos de vestido rayado, industriales que han dejado a la puerta el Mercedes con el chofer y el guardaespaldas. Conversaciones reposadas, de negocios o de política. Parece un exclusivo club privado. Y es un exclusivo club privado situado en el norte de Bogotá. La particularidad que tiene es que es un club para fumar bazuco. Y sus socios, acompañados a veces por invitados de toda su confianza, no van allí sino con ese propósito. Pero nada, salvo la asombrosa cantidad de ceniceros en las mesitas auxiliares, permitiría sospecharlo.
Los camareros, a una señal del más impaciente de los socios, empiezan a armar con rapidez innumerables cigarrillos de la droga. Tras vaciar a medias un Marlboro lo rellenan con polvo de bazuco, lo cierran enrollando hábilmente la punta, lo chamuscan ligeramente para que con el calor el polvo se convierta en grasa y se emulsione con el tabaco, y ofrecen el cigarrillo trunco y grueso, el "banano", que ha adquirido un color tostado oscuro. El socio lo consume ávidamente, en cuatro o cinco bocanadas. Y pide otro. Todos los presentes en el salón, y en los pequeños salones del segundo piso que en otro tiempo fueron las alcobas de la casa, han empezado a fumar, alternando la droga con el trago y sin interrumpir sus conversaciones de negocios o de política.
El ambiente se llena de un olor denso, amargo y fuerte. Pero lo que importa es el bazuco, el "zuco", el "vicio del diablo": "No importa el costo --dice a SEMANA un ejecutivo de 35 años, socio del club desde hace pocos meses--, lo que importa es que estemos bien dotados tanto de "zuco" como de trago. Después de una sesión queda uno extenuado, porque el efecto del alcohol sobre el bazuco es fuerte".
El club, que entre los iniciados se conoce como "la casita escandinava", no es el único de su clase en Bogotá. SEMANA tuvo también acceso a otro, igualmente situado en el norte de la ciudad. Se trata de un apartamento cuya propietaria, una conocida ejecutiva empresarial, lo alquila a un grupo de amigos para que fumen su bazuco sin los problemas y los sobresaltos de la clandestinidad. "Es que el bazuco es una droga mucho más secreta que la coca" --dice a SEMANA uno de los socios. "En cualquier fiesta alguien se mete un "fua" (pase de coca) y nadie dice nada; en cambio del bazuco no se habla, nadie sabe quién lo fuma". Y no es una droga que pueda consumirse discretamente en una discoteca o en casa ajena, pues su fuerte y persistente olor delataría al usuario. En este apartamento, en cambio, como en "la casita escandinava", el club se ocupa de todo: adquiere la droga, la prepara, arma los cigarrillos, garantiza en presencia del socio la calidad del producto calentándolo en una cacerola para que se convierta en grasa. El lugar es discreto, todos los que allí van son bazuqueros y en consecuencia están tranquilos. Los automóviles se dejan a una distancia prudencial, lo mismo que en el otro club: Mercedes, Renaults 18, BMWs... Porque a pesar de su aspecto burdo y de su precio relativamente bajo (un cigarrillo arma do cuesta 500 pesos) el bazuco es una droga de gente con dinero. Lo cual es natural, pues la ansiedad que produce en el fumador lo obliga a repetir de inmediato la dosis, consumiendo en diez minutos cinco o seis "bananos". No es raro que en una noche, o en unas pocas horas, un socio de estos clubes gaste cincuenta o sesenta mil pesos, sin contar el consumo de alcohol y la cuota de socio.
El sistema de los clubes privados, sin embargo, es reciente. Según pudo averiguar SEMANA, "la casita escandinava", que es el pionero en la materia, no tiene más de un año. Antes existían --y siguen existiendo-- locales para consumir la droga; pero no son tan exclusivos como éstos ni se dedican solamente a ello, sino que brindan otros servicios. Son simultáneamente casas de citas (en estas se ha generalizado el negocio de la venta de drogas, hasta el punto de que en muchas los ingresos por este concepto superan ampliamente a los tradicionales), o prenderías en las cuales se reciben objetos a cambio de la droga.
Sitios así existen en toda la ciudad.
Un breve recorrido permitió a los redactores de SEMANA visitar no menos de veinte centros de distribución o consumo de bazuco solamente en la zona comprendida entre la Avenida de Chile y la calle 100 y entre las carreras séptima y 17. Son sitios camuflados con licoreras, whiskerías, boutiques de ropa interior femenina restaurantes o discotecas, o simplemente locales o apartamentos anónimos: los bazuqueros saben encontrarlos.
Pero a diferencia de los clubes privados mencionados, en estos establecimientos la clientela es tan numerosa que toda discreción es imposible. Están abiertos por lo general las 24 horas del día, aunque la avalancha de consumidores suele empezar después de las horas de oficina, hacia las siete de la noche, en una mezcla heterogénea de oficinistas y empresarios, prostitutas y extranjeros que llegan en taxi turístico de capota verde directamente desde los hoteles. En algunos de ellos, que se limitan a distribuir las papeletas de bazuco, el cliente tiene que ser conocido o debe identificarse con un santo y seña para que le acepten el dinero. Otros son, ya se dijo prenderías donde se reciben objetos a cambio de la droga y se entrega un recibo de empeño. Una parte del precio convenido se dedica al consumo de al cohol y al pago de los "armadores", y el resto se entrega en "baserola", "suzuki", "banano", "pecoso", "diablito", o cualquiera de los múltiples nombres que recibe la pasta de bazuco. Otros lugares, en fin, ofrecen el servicio completo. Al fondo del establecimiento hay una cómoda sala de fumadores, y en la parte delantera un elegante bar con prostitutas que reciben comisión del establecimiento sobre el consumo de bazuco de sus clientes, como tradicionalmente se ha hecho con el de alcohol. Una de ellas, que trabaja en el sector de El Lago, dice a SEMANA: "A nosotras no nos tienen contrato. Venimos al sitio que más nos guste --yo sólo vengo a dos-- y obviamente al que atraiga mayor número de hombres. El portero paga el taxi, nos sentamos en la barra, y el establecimiento nos da una comisión sobre el suzuki que hagamos consumir a los señores. Hay que tener cuidado, porque muchos no vienen a eso: el negocio del bazuco es relativamente nuevo en este sitio, pero ha resultado muy bueno porque ha atraído nuevos clientes, turistas y muchachos relativamente jóvenes".
Aunque resulta evidente que el bazuco es la droga de moda, como lo fue antes la cocaína y hace algunos años la marihuana, en el Ministerio de Salud no tienen cifras al respecto. Están todavía organizando los datos del año 83, y el auge del bazuco es reciente, de hace apenas tres o cuatro años. No ha desplazado, sin embargo, a los otros vicios, sino que se ha sumado a ellos. En la Fundación Prometeo, de Bogotá, que se ocupa de tratar alcohólicos y drogadictos, recibieron en 1985 a 1.300 fumadores de bazuco que deseaban abandonar el vicio, frente a 2.200 consumidores de marihuana y 3.500 adictos a la cocaína. Mantener el vicio es terriblemente costoso: en un fin de semana dedicado al bazuco un adicto puede consumir fácilmente sesenta cigarrillos diarios al costo ya señalado de 500 pesos la unidad. Pero abandonarlo no es nada fácil, aunque Prometeo se enorgullece de curar a siete de cada diez adictos, especialmente si son jóvenes: es mucho más difícil que lo deje un hombre de cincuenta años. "A veces me asusta lo que hago --dice a SEMANA un socio de "la casita escandinava"-- y siento que me está arrastrando. Pero lo sigo haciendo. Además, ayuda en los negocios, definitivamente".--