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PSICOLOGÍA

Lo bueno de procrastinar

Nuevos estudios señalan que procrastinar no siempre es malo. Incluso, afirman que actuar con rapidez puede ser tan contraproducente como dejar las tareas para lo último.

18 de febrero de 2017

Para muchos, procrastinar es una de las grandes epidemias que afectan a estudiantes y trabajadores. Tim Pychyl, psicólogo de la Universidad de Carleton, Canadá, la considera el peor problema actual de la educación. Se dice que 80 por ciento de los universitarios sufre por este comportamiento y que 20 por ciento de los adultos lo hace de manera crónica. Otra forma de medir la relevancia del tema es ver la proliferación de libros de autoayuda para combatir esa práctica: 1.300 solo en Amazon. Pero en los últimos años, un grupo de expertos ha observado que procrastinar no es tan malo como parece. Incluso dicen que anticiparse mucho a una tarea, algo que han bautizado como precrastinar, puede ser igual de negativo.

Los profesores David Rosenbaum y Edward Wasserman, de las universidades de Pensilvania y de Iowa, respectivamente, pudieron observar en experimentos con estudiantes universitarios que precrastinar es tan común como procrastinar. Los participantes del trabajo tenían que llevar un balde de agua al final de un corredor y para ello debían escoger entre una fila de cubos ubicados a lado y lado. Teniendo en cuenta que debían hacerlo de la manera más eficiente, los investigadores creyeron que los estudiantes escogerían el más cercano a la meta, pero para su sorpresa sucedió todo lo contrario. “Prefirieron el más cercano al punto de partida por lo que tuvieron que cargarlo por más tiempo”. Cuando les preguntaron por las razones que los llevaron a esa decisión, ellos respondieron que querían salir lo antes posible.

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Luego de hacer ocho experimentos más Rosembaum y Wasserman concluyeron que esa necesidad de hacer todo más pronto es tan peligrosa como lo contrario. “La gente responde a correos electrónicos inmediatamente en lugar de tomarse un tiempo para pensar la respuesta, o pagan deudas tan pronto como llegan con lo cual dejan de percibir intereses en el banco”, dicen los autores. Al igual que ellos, otros expertos han visto los beneficios de mirar antes de saltar. Hace un par de años Frank Portnoy, un profesor de finanzas y leyes de la Universidad de San Diego, California, escribió el libro Wait, un tratado para demostrar que hacer una pausa antes de actuar trae beneficios en todos los campos, desde los deportes hasta las finanzas. Está comprobado, por ejemplo, que el método más efectivo para tapar un tiro penalti es que el portero se quede quieto milésimas de segundos luego de que su oponente patee, pues así sabrá a qué lado lanzarse.

Actuar demasiado pronto puede ser catastrófico. En 1988 la tripulación del USS Vincennes derribó un avión comercial en pleno vuelo con 290 personas a bordo al creer que se trataba de un bombardero iraní. Para este experto no es nuevo que muchos tiendan a actuar impulsivamente, pero lo grave es que este comportamiento ha ido creciendo debido a que el mundo de hoy exige rapidez. Adam Grant, un experto en finanzas, define la precrastinación como esa urgencia de empezar una tarea inmediatamente y terminarla lo más pronto posible. Según el, para un precrastinador que se respete cada progreso es una bocanada de oxígeno y cada demora, una agonía. “Cuando llegan muchos ‘e-mails’ y no los contestan sienten que están perdiendo el control de su vida. Y si tienen una conferencia para el mes siguiente cada día que pasa sin prepararla viene con una gran sensación de vacío”, señaló en una de sus columnas en el diario The New York Times.

Uno de los grandes beneficios de dejar todo para el final es que fomenta la creatividad. Grant cita el trabajo de Jihae Shin, profesora de la Facultad de Negocios de la Universidad de Wisconsin. Shin realizó varios experimentos en los cuales los participantes debían llegar con ideas novedosas de negocios. A unos se les pidió hacerlo de inmediato, a otros se les indicó jugar antes de exponer sus proyectos, y a un tercer grupo se le solicitó postergar la tarea. Estos últimos, para sorpresa de todos, fueron los más creativos. La experta explica que cuando la gente se toma su tiempo la mente tiene más posibilidades de divagar y eso da una oportunidad única de fomentar patrones inusuales de pensamiento.

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“Posponer estimula la invención”, señala John Perry, profesor de filosofía y autor del libro The Art of Procrastination. Agrega que los procrastinadores por lo general son grandes pensadores y que postergar se podría considerar el motor del progreso, pues cuando a alguien se le asigna una tarea difícil dejarla en remojo promueve el pensamiento divergente. Además de esto, aplazar es bueno para la memoria debido a que la gente recuerda más los asuntos incompletos que los ya finalizados. “Cuando se termina una tarea el tema se archiva, pero cuando están en el limbo quedan activos en la mente”, dice. Perry, además, encontró que un efecto secundario de procrastinar es que la gente logra determinar cuáles tareas son innecesarias, especialmente en las grandes organizaciones que con frecuencia asignan trabajos sin sentido. “Cuando el empleado procrastina en este ambiente lleno de labores, las cosas menos importantes deben ser borradas de la lista de pendientes”.

Postergar también fomenta tomar mejores decisiones porque en la espera la persona se nutre de información relevante para decidir. “La gente cree que hay sabiduría en las acciones que suceden de manera espontánea y a veces es así –dice Portnoy–, pero la verdadera sapiencia viene de entender las limitaciones al enfrentar un tarea futura”. Por eso es importante preguntarse por el tiempo máximo con que se cuenta antes de tomar una decisión. Según él, si tiene un plazo de una hora, lo mejor es esperar al minuto 59, si es un mes, al día 30 y si es un año, al último mes.
Entre los mayores exponentes de este hábito están, según Grant, Steve Jobs al igual que Bill Clinton, quien durante su Presidencia esperaba hasta el último minuto para revisar sus discursos. La cascada, la famosa casa construida por Frank Lloyd Wright al sur de Pensilvania, es producto de un año de procrastinación, al cabo del cual el cliente, desesperado, llevó al sitio al arquitecto y lo obligó a producir algo sobre el terreno. Ese diseño se convirtió en su obra maestra. El libretista Aaron Sorkin, también conocido por su tendencia de dejar todo para el final, no siente incluso que la palabra sea negativa. “Ustedes lo llaman procrastinar, yo lo llamo pensar”, dijo en una entrevista.

Entre los psicólogos esta teoría ha generado una discusión agitada. Pychyl, por ejemplo, señala que el problema radica en que se confunden las definiciones de postergar y procrastinar. “Toda procrastinación implica una demora, pero no todas las demoras son procrastinación”, dice. Explica que muchos tipos de postergación traen beneficios y que otras son benignas, pero procrastinar, entendido como ese intento fallido de actuar a pesar de conocer las consecuencias negativas de no hacerlo, es un comportamiento perverso. “En ese sentido, procrastinar no tiene un lado bueno”. En efecto, el fenómeno afecta el desempeño de estudiantes y trabajadores y genera problemas físicos y mentales, como ansiedad, depresión y culpa. Para Pychyl, eso es diferente a hacer una pausa o demorar la ejecución de algo.

Algunos psicólogos por eso hablan de procrastinadores activos o estructurados, aquellos que hacen otras cosas mientras postergan una tarea, para diferenciarlos de los pasivos, que en realidad tienen más rasgos en común con los perezosos. Rosenbaum señala la importancia de evitar ser procrastinadores pasivos como precrastinadores porque son extremos que llevan a asumir decisiones apresuradas e impulsivas o a no tomar cartas en el asunto. Ante esto recomienda aprender a completar grandes proyectos en pequeñas tareas pues una vez cumplidas generarán una sensación de logro que beneficiará a ambos tipos de individuos y “los hará sentir más cerca de la meta final”. Grant recomienda, además, imaginarse a sí mismo fallando en la misión. “Esto generará una ansiedad suficiente para encender los motores de la creatividad”. Pychyl se aproxima al problema en una forma más práctica. Opina que ante una misión es ideal no concentrarse en las emociones de rabia, miedo o aburrimiento que produce la tarea, sino poner manos a la obra sin contemplaciones.