José Carreras en sus grandes años como tenor internacional. | Foto: Suministrada

MUSICA

Recital a las carreras

Evidentemente vale la pena ver en concierto a José Carreras el próximo 11 de mayo en Bogotá, a pesar de que el gran momento del tenor catalán es cosa del pasado.

Emilio Sanmiguel
10 de mayo de 2012

El recital que hará el próximo 11 de mayo el tenor José Carreras en Corferias, tiene cierto toque nostálgico y hace recordar la anécdota de Pauline Viardot cuando en 1850 oyó cantar a Giudita Pasta, musa de Bellini y Donizetti; el espectáculo para Benjamin Lumley fue «melancólico, por no decir penoso»  a Viardot, una de las grandes voces del siglo XIX, la conmovió y dijo que Pasta era «como la última cena de Leonardo da Vinci: una pintura en ruinas, pero la mejor pintura del mundo».

Esta es su tercera visita a Colombia. La primera fueron dos conciertos en el Centro de Convenciones de Cartagena en 1985; era una estrella internacional, pero un desconocido en la Heroica. Para evitar el bochorno de un auditorio medio vacío, invitaron a los asistentes del baile de la Cruz Roja, que allí mismo se celebraba, para quienes las arias y romanzas fueron el plan menos seductor; el segundo fue gratuito, invitaron por perifoneo en las calles y Carreras, habituado a que su nombre vendiera en horas las boletas de los mejores teatros, cantó ante un auditorio que apenas alcanzaba la mitad del aforo.

Regresó en 1996 al Campín de Bogotá, con Paloma San Basilio. Su presentación allí venía precedida de las de Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, sus compañeros del trío de «Los tenores». Pero la suya no era ya la misma voz de once años atrás: había padecido una aguda leucemia en 1996, de la que se salvó de milagro luego de un autotrasplante de médula ósea: la severidad del tratamiento, unida a su propensión a enfrentar roles extremadamente pesados para su voz forzó paulatinamente su retiro de la ópera que ocurrió definitivamente en 2002 en Tokio.

Pero a falta de ópera, buenos son los megaconciertos, cuya historia se remonta justo a 1850, cuando un empresario llevó a Estados Unidos a la soprano Jenny Lind, a quien promocionó como una «santa que cantaba». La costumbre, y el negocio, se revitalizaron cuando por el Mundial de fútbol Italia 90 se hizo el primer concierto de «Los 3 tenores» en Roma: Pavarotti, Domingo y, Carreras, que llevaba las de perder, pero supo arreglárselas y con el tiempo sacó sus buenos dividendos, como es evidente.

Extraño final para una de las voces más cálidas del siglo pasado. Así como quien no quiere la cosa, a sus 66 años lleva 54 años de carrera, porque debutó a los 11 en el Liceo de Barcelona en «El retablo de maese Pedro» de Falla, teatro al que regresó, ya como tenor, en 1970. En menos de dos años debutó en todas las grandes casas de ópera del mundo y sus discos inundaron el mercado.

Hábilmente se fabricó su lugar en el reñido mundo de la ópera: estaba a mitad de camino entre Pavarotti y Domingo, sin el estratosférico agudo de Pavarotti pero con un instrumento más flexible que el de Domingo; buen actor, no tan excepcional como Domingo pero superiorísimo a Pavarotti, su fuerte estaba en la entrega y capacidad de ligar momentos de rara intensidad interpretativa que lo hicieron el tenor favorito de directores como Herbert von Karajan.

A los 66 años llega por tercera vez a Colombia. Muchos para un tenor, cuya voz, alrededor de los 50, acusa fatiga y falla en el agudo y Carreras lleva 54 cantando. Pero su trayectoria fue tan grande que se puede repetir la anécdota de la Viardot y la Pasta.

Ahora, otra cosa es el costo de la boletería, que va de los $75.000 a los $450.000, muy alto para un recital "amplificado" en un recinto que pese al pomposo nombre de «Gran Salón» no deja de ser un galpón desangelado, cuando los de las localidades, por ejemplo, del recital de la soprano Renée Fleming el próximo 17 de noviembre en el Teatro Mayor, van de $306,000 a $33,000, en condiciones más favorables y con una Fleming en el pináculo. Como cuando Carreras vino a Cartagena.