ROUND CONTRA LA DROGA

Pambelé libra el más duro combate de su vida contra la droga

16 de septiembre de 1985

"Al principio fue celebrando un triunfo en Caracas. La reunión era de gente bien y de pronto ofrecieron "perico" en el corrillo donde yo estaba. Miré a los que me acompañaban y como todos metieron, me pareció que me verían como un bicho raro si no lo hacía, y metí".
Pambelé había doblado la esquina de los 30 años, su fama de campeón universal de los Welter Juniors estaba en pleno, socialmente era invitado a las mejores fiestas, sus amistades --como la que mantuvo con Andrés Pastrana-- le aportaban más brillo, Omar Shariff, Pedro Vargas y Goldie Hawn asistieron en calidad de admiradores a algunas de sus peleas, y la gente especulaba sobre el monto de su fortuna. Al final, nadie lo bajaba de 50 millones de pesos y pocos sabían que era "periquerito" de ocasión.
El comienzo del caos de Pambelé fue el mismo que el del 87% de los colombianos que se introducen en la droga, si se toma como referencia la encuesta adelantada por la Fundación Prometeo entre 111 adictos internos en 1981. Esa presión de grupo que afectó al ex monarca en la fiesta de Caracas es la principal causa del inicio, junto con la curiosidad. Aquellos "pases" iniciales lo encuadraron clínicamente, además, en el renglón de los "experimentadores", el mismo donde, según la psicóloga María Isabel Salazar de Lince, encaja el 50% de los estudiantes de bachillerato colombianos. En cuanto a la edad, Pambelé fue en cambio un caso menos genérico: entre los 29 y los 33 años, sólo el 3.6% de los casos analizados en la encuesta referida se habían iniciado, mientras que, a partir de los tres años y hasta los 29, el 87.4% de aquellos adictos ya tenían experiencia con algún tipo de droga.
Pambelé, entonces, llegó tarde, pero, como mostraría la evolución de su caso, con una defensa tan frágil para el vicio como la que parecía tener la inmensa mayoría de sus rivales cuando el Kid les caía encima con sus tremendos guantazos. Lo confirma Julio César Ruiz, su compañero ideal de rumbas, excesos y ahora de recuperación: "Pambelé era un caso típico de inestabilidad emocional, muy débil cuando se le dificultaban las cosas. De eso me dí cuenta después de que perdió la primera vez el título y Benítez no le daba la revancha. Entonces sentía la necesidad de evadirse y venía a buscarme".
Rumbo al abismo
Hasta esa noche de marzo de 1976, hasta los instantes previos a su confrontación con Wilfredo Benítez, un muchachito boricua de 17 años, bien dotado y sagaz para acomodar las peleas a su estilo y evitar el del contrario, --táctica que, junto con un par de manos de aceptable potencia, le reportaron a partir del de Pambelé tres títulos mundiales y la opción de haber ganado un cuarto--, hasta esa noche Pambelé estaba ni más ni menos que en los dos puntos máximos de la escala tonal descubierta por el psicólogo norteamericano Ronald Hubbard. En cambio su amigo Ruiz, heredero de una joyería con 50 años de tradición, "Viva la Vida", farandulero y dueño pleno de una soltería invencible, estaba por lo menos cuatro puntos más abajo en la misma escala. Pambelé, con su enorme puntaje de 4.0 y 3.5 en la medida de Hubbard, era un hombre alegre, de mente libre, flexible, interesado en múltiples aspectos de la vida y, básicamente, exitoso. Ruiz, en el nivel de 1.8 (la escala tiene catorce rangos, desde 4.0 hasta 0.05), era disperso, quisquilloso, irritable. Pero era también discreto, leal y se costeaba sus propios gastos. A Pambelé le convenía un hombre así, alguien que no hiciera aspavientos de su amistad, que no le "gotereara" y que no soltara una palabra sobre sus debilidades. Por eso, en las buenas y en las malas, lo buscó para compartir sus rumbas.
Luego de la derrota, cuando de todas maneras la gente se congregó en casa del Cónsul en San Juan, Pambelé siguió siendo el mismo. Ligeramente castigado, guardaba la compustura, su amabilidad distante (no fue un monarca que se dejara "manosear"), escuchaba comentarios sobre una decisión controvertida, pero no soltaba prenda sobre su criterio al respecto, y con visible aplomo apenas decía, tomando gaseosa: "si se perdió, se perdió. Ahora toca reconquistar el título".
Hizo cuatro peleas como campeón destronado, pero aún gran figura, mientras se tejían toda clase de cába las sobre lo que sería el combate de revancha.
Benítez se convirtió en el más joven campeón mundial de la historia, a expensas de uno de los monarcas más sólidos que existían: Kid Pambelé. Entonces decidieron darle largas al combate de desquite, al punto de no celebrar jamás el pleito y perder la corona. Fue cuando Pambelé dio evidencias de su psiquis de adolescente.
Ruiz vio, mientras transcurría la espera, que Pambelé no sabía ver y enfrentar las cosas y las situaciones como eran. Pretendió huir del trance de una espera indefinida y buscó a Ruiz con mayor asiduidad, y aunque sin caer en abismos, fueron más frecuentes sus "periqueras". Pambelé hacía eso, sin que se pudiera encasillar propiamente en el cuadro de drogadicto, que científicamente se refiere a la dependencia o necesidad física o psicológica que la persona adquiere debido al uso crónico, periódico o continuado de una o varias drogas. Ruiz, más consciente de la realidad de su amigo, "de pronto por aquello de que los toros se ven mejor desde la barrera", lo invitaba a coger la cosa con calma, le insistía en que no fuera a hundirse hasta los niveles suyos. Y las pruebas estaban al canto: en una ocasión, cuenta Ruiz, gastó en año y medio once millones de pesos más adelante se "metió" en cuatro meses otros cinco millones, conseguidos en su actividad de joyero.
"Cogido" por la coca
Y llegó el día en que se anunció que Benitez quedó despojado del título por no defenderlo a tiempo y que su sucesor saldría del combate que deberían sostener, en Caracas, Pambelé el argentino Carlos Giménez.
Entonces Cervantes regresó a lo suyo. No volvió a dejarse ver en sus "metederos" habituales, sus pasos recorrieron el destino inevitable de gimnasio y en las visperas del combate no aceptaba siquiera la proposició venezolana de meterse un "palo" Estaba otra vez estimulado, esto es, con el corrientazo de vida suficiente para querer el cambio, para romper con el pasado y anhelar otra historia, punto definitivo para la recuperación de cualquier adicto. "Me sentí como en mis mejores tiempos. La experiencia sirvió bastante para sacar a Giménez. Claro que habría sido mejor hubiera reconquistado el título venciendo a Benítez" recuerda Pambelé.
Era otra vez mónarca, hablaba como tal, pero había en él un cambio evidente: era mucho más extrovertido, más agitado. Y de pronto, al principio en tono de rumor, empezarón las versiones: que se había desfasado en una fiesta, que levantó a trompadas a una mujer, que hizo a medianoche tiros al aire. Todo sonaba extraño, porque se le conocía como un hombre bien portado. A control remoto resultaba imposible admitir lo que por allá era un secreto a voces: los desmanes de Cervantes no eran asunto de unos simples tragos.
Se hablaba de un hombre nervioso, hiperactivo, de irritabilidad fácil. Estos eran, en plata blanca, los síntomas básicos de los consumidores de cocaína, además de las pupilas dilatadas, la irregularidad para comer y dormir, la sequedad de labios, nariz y boca... Resultaba difícil admitirlo. Hasta que su regreso abrupto al país, luego de una fugaz detención, concretó el rumor: Pambelé estaba "cogido" por la coca.
De todas maneras, quedaban vestigios de su buena conducta. Nada quiso mencionar sobre las papeletas y sobre todo las pepas que encontraron en la guantera de su carro. Sólo ahora medio insinúa algo, en el sentido de estar absolutamente seguro, y lo dice con lucidez plena, de manera convincente, de no haber sido él quien metió esas dosis en la guantera: "alguien interesado en quitarme del medio, las puso ahí", y no da más puntada.
De regreso, con su aire de ídolo nacional casi que sin mella, Pambelé parecía igual, no obstante las sospechas. Aunque su actividad social era más intensa, seguía comportándose en público, pese a que cada vez eran más frecuentes sus rondas por donde Ruiz, con la misma pregunta cómplice: "¿Qué hay para hoy?".
"La verdad fue que por esos días rumbiamos más que lo normal cuando tenía compromisos por el título. Lo dejaron solo, ninguno de sus manejadores lo acompañó durante la preparación para su compromiso con Pryor y lo más sospechoso fue que vendieron las opciones". Desmotivado, sin su cuerda de manejadores a mano, con la duda sobre quién había puesto la droga en la guantera, malicioso por la venta de las opciones, Pambelé apenas si se preparó. Ruiz recuerda que unos 15 días antes del pleito, Cervantes celebró con exceso un triunfo de su hermano Pambelito.
Para entonces, la escala tonal del campeón había caído más.
Que era fuera de serie, lo demostró la noche de su desgracia: con todo y su nula preparación, tumbó al invicto Pryor en el primer asalto y dio la impresión de que pudo rematarlo. Pero no exhibió la contundencia de otras veces. Pryor se levantó, capeó el temporal y tres vueltas más adelante lo tumbaba hasta diez. Pambelé volvió a Cartagena, dio a entender que "ya estaba bueno de tanto boxeo" y que se pensaba dedicar a sus negocios y a su vida privada. Fue cuando se habló de que no podía tener menos de 50 millones de pesos. Sus tremendas condiciones físicas se lo habían dado todo plata, prestigio, ser considerado el cierta ocasión, como "ejemplo par; la juventud". Y aún le sobró para conseguirle acueducto a Palenque, su pueblo natal.
Los tres dilemas
Cuando se enfrentó a Pryor ya estaba bien cogido. Como diría a Fabio Poveda Márquez, en una noche llegó a gastarse hasta 100 mil pesos en bazuco. A veces se levantaba sin saber qué había hecho, qué había vendido ni cuanto realmente había gastado. Los tres dilemas tenían respuesta por separado. Ruiz sabía que normalmente Pambelé cuando se "embalaba" no hacía nada distinto a consumir los tabacos; sin molestar a nadie. Después le dio por entrometerse en los asuntos de las otras mesas de fumadores. Al principio lo toleraban por ser él, luego empezaron a rechazarlo.
El drama de Cervantes empezó a salirse de madre: lo llevaban a las comisarías, aunque al otro día lo soltaban. Por ser él. La cosa no paró allí y finalmente fue de público dominio. Una vez se tiró al diamante de béisbol de Cartagena y recorrió las bases. En otra ocasión, en Cúcuta, cuando debía hacer una pelea de exhibición, se dejó ver desnudo en su camerino. Una tercera vez, en el edificio Comodoro en Cartagena, el mismo donde el presidente Betancur posee un penthouse y donde Ruiz tenía apartamento, se apareció a medianoche en bikini y formó una algarabía mayor. Se volvió tan pesado que hasta Ruiz lo evitaba, aunque no lo cortaba definitivamente. "No podía pelearme del todo con un amigo que había conocido cuando él callejeaba y me pedía para el cine. Creo que nos hicimos amigos de verdad una vez que por líos con una pelada, me metieron a la cárcel de San Diego y me encontré a Pambelé allí. Salimos rápido y volví a saber de él al mismo tiempo que el resto del país: la vez que ganó el título frente a Frazer. Con el tiempo volvimos a encontrarnos una noche en "El Principe", un cabaret de caché. Yo estaba solo y él andaba de rumba con su entrenador, el "tabaquito" Sáenz. Esa noche le regalé un reloj a "tabaquito", metimos poquito y nos despedimos. Después fueron mis clientes en la joyería y, bueno, nos hicimos "llaves" con Pambelé", recuerda Ruiz.
Los otros dos dilemas de Pambelé cuánto gastaba y qué vendía, los resolvio su mujer. Un mediodia se presentó acelerada a El Universal, dijo a los periodistas que quería protección, porque Pambelé le estaba dando mala vida, que estaba botando todo. Ella sabía el monto del despilfarro, las cuentas enormes que debía pagar por las mañanas, cuando a su casa de Turbaco llegaban los dueños de los fumaderos a cobrar, sin recibo alguno por supuesto, y veía cómo el propio ex monarca en ocasiones pagaba con televisores, betamax y electrodomésticos su consumo. Lo de El Universal fue el último intento. Después no aguantó más y se fue para Venezuela. Regresó hace dos meses.
"Claro que me acuerdo, dice Ruiz. Fue el 15 de agosto de 1983. Ese día se cumplía otro aniversario de la muerte de mi padre y desde dos días antes yo estaba "embalado". El 15 fui donde unos amigos a seguir el "embale" y no se cómo, en medio de mi "llevada", me pareció notar que ellos estaban como contentos de verme todo jodido. Esa vez no estaba con Pambelé. Entonces me fui para el hotel Barlovento, me encerré dos días, lloré con amargura y de repente me acordé que gente como la mujer de Edward Kennedy, Richard Burton y Betty Ford habían recibido tratamiento en Alcohólicos Anónimos. Entonces salí del hotel directamente para allá y empecé la recuperación. Desde entonces ni me tomo un trago, ni me fumo un tabaco". Lo contaba de mañana, un día de fiesta reciente, en su joyería Otra vez la administraba. Parecía al otro lado. Ruiz es el caso típico, por lo pronto, de la rehabilitación exitosa: la que se inicia por voluntad y deseo propio. Además esta extramotivado por la mano que le dio a Pambelé.
"Un lunes, el dos de mayo pasado, llegó a la joyería, dizque para que le buscara cliente para vender lo último que le quedaba: su casa de Turbaco", cuenta Ruiz, y agrega: "Le dije que sí, que me esperara. Ahí, junto al mostrador, estuvo un rato. De pronto empezó a decirme que cómo me veía de bien, que cuánto pesaba (yo estaba en 58 kilos y él me alcanzó a ver en 45). A las doce y media le dije que me acompañara donde un amigo, le dije que si hacía un negocio no tendría que vender la casa y para motivarlo le mostré un cheque por 143 mil pesos. Pambelé me siguió y antes de entrar a la sede de AA, hice con un amigo, Christian Granados, la pantomina de estar negociando algo y exhibí el cheque. Después me volví donde Pambelé y le dije que tenía que esperarme hasta el final de la reunión para saber la definitiva. Se quedó".
Al cabo de una hora, Cervantes estaba como pasmado. La experiencia de escuchar a otros comentar con naturalidad su trama, comenta, lo cautivó. "Yo no quería clínica, ni psiquiera", afirma Pambelé. "Esa vaina no es conmigo me parecía mejor pararme allí, frente a gente que tenía problemas como el mio y contarlo todo. Empecé a ir y de pronto dejé de andar haciendo trastadas, volví al gimnasio, mi mujer regresó y, bueno, ya tú me ves: estoy preparándome para reaparecer. ¿Acaso Lumumba Estaba no fue campeón a los 40? Yo apenas tengo 39". Su rehabilitación tiene una ventaja sobre Ruiz: por solidaridad con el ídolo que fue, casi nadie lo tienta. A Ruiz sí, sobre todo en las fiestas, cuando como Pambelé ahora, no pasa de ginger con limón. Las tentaciones las elimina con diez palabras que él llama "mágicas": "¿Quieres que me tire la fiesta? Entonces dame un trago". Ahora no hay día que no se vean. En cambio de noche, nada. Ni siquiera se juntaron para ver el triunfo reciente del "Happy" Lora.