En Colombia, cerca de uno de cada tres estudiantes abandona la educación superior antes de culminar su formación, una tendencia que ubica al país por encima del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y en la franja alta de América Latina. De acuerdo con el Ministerio de Educación Nacional (MEN), la tasa anual de deserción se ha mantenido entre el 8% y el 9% durante los últimos años, mientras que la deserción acumulada por cohorte alcanza aproximadamente el 25%.
En términos prácticos, solo 43 de cada 100 jóvenes que ingresan a una universidad logran obtener su título, lo que evidencia un desafío estructural que Colombia no ha logrado revertir en más de una década.
Las causas de este fenómeno son múltiples, aunque las dificultades económicas continúan siendo la principal razón por la que los estudiantes interrumpen sus estudios. Muchos deben priorizar el trabajo sobre la educación o no cuentan con los recursos necesarios para pagar matrículas y sostenimiento. Factores académicos, emocionales y vocacionales -como el bajo rendimiento, la falta de preparación, el estrés o la elección errada de carrera- también influyen en la decisión de abandonar.
De acuerdo con Martín Morelli, consultor en transformación digital en educación, “más que un problema académico, la deserción refleja las brechas económicas, emocionales y de acompañamiento que el sistema educativo no ha logrado cerrar, porque muchos jóvenes no abandonan por falta de capacidad, sino por un entorno que no les da las condiciones para mantenerse”.
Los estudiantes de estratos bajos, en especial aquellos que provienen de zonas rurales o con menor preparación académica, son los más propensos a desertar. La falta de conectividad, infraestructura y acompañamiento institucional agrava el panorama en comunidades vulnerables.
Ante esta realidad, las universidades han comenzado a utilizar tecnologías de análisis de datos e inteligencia artificial (IA) para detectar a tiempo señales de desmotivación o riesgo. Estos sistemas permiten monitorear variables como asistencia, rendimiento y satisfacción, lo que posibilita una intervención temprana.
Los modelos predictivos impulsados por IA han mostrado resultados alentadores: las instituciones que los han implementado registran reducciones del 20% al 30% en sus tasas de deserción tras dos o tres años de uso. Con precisiones que oscilan entre el 75% y el 90%, las herramientas tecnológicas ayudan a conectar la información académica con factores emocionales y socioeconómicos, ofreciendo un acompañamiento más integral y humano.
“Las cifras por sí solas no cambian la realidad, pero cuando se transforman en información accionable permiten entender qué hay detrás de cada decisión de abandono y, con ayuda de la inteligencia artificial, ampliar la mirada para que los datos sirvan para acompañar, no solo para registrar”, añadió Morelli.
La combinación de tecnología e intervención humana está transformando la forma en que las universidades abordan la permanencia estudiantil. Cada estudiante que logra graduarse representa un paso hacia la movilidad social y el desarrollo del país, un objetivo que exige equilibrar la innovación tecnológica con un apoyo más empático y sostenido hacia quienes enfrentan mayores barreras.