La verdadera riqueza de los colombianos se esconde en las historias detrás de sus negocios, principalmente los pequeños. En general, nacen en medio de la angustia de la cabeza de un hogar al no tener un empleo fijo que le permita conseguir el sustento diario para sus integrantes. Esos negocios, que podrían catalogarse como ‘del centavo’, formaron parte del conteo realizado por el Dane a través del Censo Económico Nacional Urbano, en el que se identificaron 2.005.613 unidades productivas. De ellas, 219.042 son puestos de la calle, categoría en la que entran quienes están apostados en un lugar fijo y los que ruedan de un sitio a otro.
A punta de jugos
Entre ellos se encuentra el de Omar Suárez, un hombre de 67 años, 48 de los cuales los ha dedicado a su Refresquería El Propio Siboney, donde vende jugos “en pura leche y de todas las frutas”, según pregona. Con estos trata de conquistar a los transeúntes del centro de Lorica, en el departamento de Córdoba.
El puesto de jugos es una pequeña empresa familiar que Suárez recibió de su hermana cuando murió y recuerda que en su juventud también trabajó allí como picahielo.
Los ingresos que recibe, aunque los describe como cercanos al salario mínimo mensual, le dieron para comprar el lote donde, ladrillo a ladrillo, ha construido su casa.
Nunca ha sido beneficiario de un subsidio, tampoco ha logrado acceder a un crédito pese a haber tocado puertas en la banca, pues le piden requisitos que no puede cumplir. Es más, si bien en algún momento recibió apoyo en las tiendas para conseguir los insumos y pagarlos al final de la jornada, confiesa que cuando las ventas no andan bien ha tenido que acudir al pagadiario, el mecanismo informal que usan muchos de los protagonistas de la economía popular para financiarse.
El conteo de los negocios del centavo
Esas son las realidades que dejará ver el censo una vez el Dane avance en los análisis de los resultados. Por ello, el estudio realizado, más allá de retratar las formas de producción en la economía de los colombianos, permitirá reflejar la predominancia de unas condiciones sociales que llevan a muchos ciudadanos a librar verdaderas batallas cotidianas para sobrevivir.
‘Que nadie a mi alrededor se acueste sin comer’
Israel Martínez*, por ejemplo, tiene una unidad de negocios en la que produce 300 pollos al mes. Su emprendimiento empezó cuando le llegó la hora de pensionarse y vio mermados sus ingresos a la mitad, y aún tenía grandes responsabilidades. Una de ellas, “la más brava”, dice, era cubrir los gastos de su esposa, que padece una enfermedad autoinmune, y ninguno de sus dos hijos lograba encontrar empleo.
El Dane lo encuestó en la casa, pues en ella tiene el aviso del negocio de venta de pollos. El estudio se enfoca precisamente en las unidades económicas que tienen visibilidad aunque sea a través de un aviso en un cartón en el que se anuncia que ‘se vende hielo’. Pero su producción la hace en un terreno ubicado a 30 kilómetros de Montería, la capital de Córdoba, zona en la que muchos negocios avanzan, pero con el miedo a la llamada vacuna de los grupos ilegales. Israel, aunque dice que no ha sido hostigado, afirma que ha tenido que “colaborar” con alguno que otro animal para los peticionarios.
En su narración devela una filosofía particular que, a su juicio, es la que lo protege de la extorsión. Le vende directo al consumidor, al por menor, pues considera que su producción no es tan alta como para ofrecerles a tiendas y a grandes superficies. Lleva diez años con su emprendimiento y su mantra es: “Que todo el que esté a mi alrededor nunca se acueste sin comer”. Así pues, al trabajador que lo ayuda en las labores propias del negocio le paga el salario y le da para llevar pollo, huevos o productos de la siembra en la huerta de su terruño. Con esa manera de pensar, que, además, según su creencia, es la que lo mantiene con buena salud, ya cumplió 72 años y afirma que pocas veces, por no decir nunca, ha ido a tocar puertas de instituciones financieras o de políticos. “No estoy dispuesto a negociar mi libertad”.
A los hijos y nietos de sus colaboradores los apadrina para ayudarlos con la educación y la alimentación, pues prefiere la economía comunitaria a la acumulativa. Por tanto, a sus propios competidores les envía clientes, y a los vendedores callejeros que pasan por el frente de su casa les entrega productos, aun sin conocerlos, con la expectativa de que regresen y le devuelvan parte de la venta, en un gana-gana mutuo. En recompensa, señala, “las personas a mi alrededor me protegen y me defienden sin que lo pida. Lo hacen por gratitud y eso para mí no tiene precio”. Todo eso fue parte de lo que contó al censista del Dane que lo visitó.
Nueva economía urbana
Incluso con posiciones como las de Israel Martínez, que parecen de otras épocas en las que el entorno de la competitividad era menos agreste, la economía urbana ha tenido fuertes cambios en Colombia.
Así lo dejó ver la directora del Dane, Piedad Urdinola, al presentar este censo, que no se realizaba desde hacía 34 años. “En ese entonces no había apertura económica, existía el dólar negro, no se había inventado el internet y aún no teníamos al 80 por ciento de la población en las áreas urbanas como ahora. Era otra economía”.
Durante siete meses, más de 800 censistas recorrieron 500.000 manzanas para adelantar el operativo estadístico que incluyó a empresas grandes y pequeñas de todos los rincones del país, dijo Urdinola.
El comercio, por supuesto, les gana a todos los demás sectores, con 1.064.505 unidades económicas, es decir, más de la mitad de las contadas en total por el Dane.
Bogotá, donde tiene su tienda Segundo Ariolfo Angulo, concentra la mayoría de unidades económicas en esta actividad productiva. Y eso que las cosas en la capital no son tan fáciles, según cuenta Angulo, un santandereano de 65 años, que pilotea el Servimarket Pili.
Las cuentas son para tenerlas claras
En el local visitado por el Dane, ubicado en el barrio Teusaquillo, trabajan tres personas: él, su esposa y su hija. Así es buena parte de la economía popular en el país.
Aunque es un profesional de la química, formado en la Universidad Nacional, se montó en la aventura de ser comerciante luego de haber gerenciado la empresa Ajedrez Producciones, donde afianzó la que es hoy una de sus grandes pasiones.
Sus capacitaciones frecuentes, tanto en Fenalco como en la Cámara de Comercio de Bogotá, lo han enseñado a llevar el negocio con la rigurosidad del formalismo. Así cada uno de sus empleados (esposa e hija), incluido él, le paga un salario de 1.100.000 pesos, así como la seguridad social con todas las de la ley, hasta con primas y cesantías. Inclusive se autopaga un arriendo por el local que está ubicado en su propia casa para abonar recursos y no colgarse con el pago del impuesto predial del inmueble.
El tendero afirma que no agrandó más su negocio, en parte, porque al acudir a los bancos le hicieron el feo, pese a que su minimercado ya estaba consolidado. Además, dice que tampoco insistió porque prefirió hacer caso a lo que le indicaba su instinto: “Conservar mi espíritu libre de ataduras”.
Cientos de historias como las de Omar Suárez, Israel Martínez y Segundo Ariolfo Angulo están ocultas tras las cifras del Censo Económico Nacional Urbano, cuyos resultados se espera que permitan diseñar políticas sociales y económicas más acertadas, capaces de responder realmente a las necesidades de los colombianos.
*Nombre cambiado a petición del ciudadano