En un país tan vasto y diverso como Estados Unidos, los parques nacionales son mucho más que reservas naturales: se han convertido en símbolos de identidad, refugios de historia y escenarios que atraen a millones de visitantes cada año.
Desde el imponente Gran Cañón hasta los bosques brumosos de Great Smoky Mountains, cada rincón cuenta una historia distinta que conecta con la memoria colectiva y con la necesidad urgente de cuidar lo que queda intacto.
Yellowstone, creado en 1872, no solo fue el primer parque nacional de Estados Unidos, sino del mundo. Sus géiseres y paisajes volcánicos siguen sorprendiendo a quienes llegan con la expectativa de ver de cerca a la naturaleza en su estado más puro.
Allí, osos, bisontes y lobos conviven en un ecosistema que se convirtió en inspiración para el movimiento global de conservación. Más de 4 millones de personas lo visitan cada año, dejando claro que su magia no se agota con el tiempo.
El Gran Cañón, por su parte, es mucho más que una postal de Arizona. Sus paredes de roca que revelan millones de años de historia geológica atraen tanto a turistas como a comunidades indígenas que consideran estas tierras parte de su herencia cultural.
Pasear por sus miradores o descender al río Colorado es una experiencia que sigue figurando entre las más recomendadas del mundo. Según el Servicio de Parques Nacionales, cada año lo visitan más de 4,5 millones de personas, lo que lo mantiene entre los más populares.
En California, Yosemite es otro de los íconos. Sus acantilados de granito, como El Capitán y Half Dome, se convirtieron en mecas para escaladores y amantes de la aventura. Pero más allá de su fama deportiva, Yosemite es recordado como el lugar que inspiró a John Muir, uno de los grandes defensores de la naturaleza, y que convenció al presidente Roosevelt de fortalecer la protección de estas tierras a comienzos del siglo XX.
Hoy, el parque enfrenta desafíos de sobrecupo y personal reducido, pero su atractivo sigue intacto.
El listado de parques emblemáticos no estaría completo sin Great Smoky Mountains, el más visitado de todos en los últimos años. Sus bosques neblinosos y la riqueza de su biodiversidad lo convirtieron en un imán para turistas nacionales y extranjeros. En 2024 superó los 12 millones de visitantes, un récord que refleja cómo la naturaleza puede mover economías enteras y, al mismo tiempo, conciencias.
Zion, en Utah, se ha ganado un lugar entre los favoritos gracias a sus cañones de arenisca rojiza y senderos icónicos como Angels Landing, uno de los más desafiantes del país.
Su popularidad ha crecido tanto en la última década que se ha convertido en un ejemplo del reto de equilibrar la experiencia turística con la conservación de los paisajes. En sus cañones estrechos y formaciones rocosas se puede leer la huella del tiempo, pero también el impacto de un turismo en constante expansión.
En el extremo sur del país, Everglades en Florida ofrece un contraste radical con desiertos y montañas. Este vasto humedal subtropical es hogar de especies únicas como el manatí, la pantera de Florida y decenas de aves migratorias que encuentran refugio en sus aguas.
Su importancia no es solo ecológica.Es uno de los ecosistemas más vulnerables al cambio climático y a la subida del nivel del mar. De ahí que se haya convertido en símbolo de la lucha ambiental contemporánea, al recordar que proteger la biodiversidad también significa proteger el futuro de comunidades humanas enteras.
Más allá de las cifras, los parques nacionales son recordatorios de que la relación entre el ser humano y la naturaleza está marcada por la responsabilidad de conservar. Estados Unidos puede presumir de tener algunos de los paisajes más impresionantes del planeta, pero también de haber iniciado, hace más de un siglo, una tradición de cuidado que hoy resulta más necesaria que nunca.