Un contundente mensaje en defensa de los valores democráticos y contra el crimen organizado que ha hecho un profundo daño en Medellín brindó en Washington Juliana Velásquez, la presidenta del gremio de Proantioquia, que agrupa importantes empresas de la región.

La abogada egresada de la universidad de Los Andes llamó a su pronunciamiento en el foro Crimen Organizado y Democracia en América Latina La Resiliencia de Medellín: una transformación bajo constante prueba.

Velásquez comenzó hablando de las dificultades enfrentadas por esta ciudad, que por allá en 1993 se convirtió en la urbe con más asesinatos por cada cien mil habitantes.

“Permítanme comenzar con una sola palabra: Sí, en 1991, Medellín era la ciudad más violenta del mundo, con más de 400 homicidios por cada 100.000 habitantes, superando incluso a Beirut”, dijo.

Cifras de expertos que han estudiado el fenómeno de la violencia en la capital antioqueña, como el académico Max Yuri Gil, han revelado cifras espeluznantes que dejan ver que, por ejemplo, en 1991 cuando la guerra del cartel de Medellín, el cartel de Cali, los Pepes y el Estado colombiano no tenía descanso, en la ciudad cada 90 minutos era asesinada una persona.

“Sí, el terror gobernaba nuestras calles: coches bomba, asesinatos y el miedo se convirtieron en parte de la vida diaria, cobrando las vidas de valientes policías, líderes sociales y ciudadanos inocentes”, describió Juliana Velásquez en el foro.

“Y, sin embargo, Medellín se negó a morir. Mientras el mundo solo veía caos, un grupo de líderes empresariales y cívicos, educadores, funcionarios públicos y alcaldes visionarios abrazaron la convicción de que no puede haber empresas exitosas en sociedades fracasadas. Eligieron quedarse, reconstruir y defender la esperanza”, aseguró.

Hoy, Medellín es otra. La ciudad tiene una tasa de 13,3 homicidios por cada cien mil habitantes, según cifras del Sistema de Información para la Seguridad y Convivencia (Sisc) de la Alcaldía local, una data inmensamente inferior a la vivida en la época de Pablo Escobar.

“En Proantioquia, fundada en 1975, nos convertimos en una plataforma de confianza, un puente entre los sectores privado y público, comprometidos con la construcción de valor público. Incluso en los años más oscuros, lideramos los esfuerzos para soñar y actuar: apoyando la creación del Metro de Medellín, abogando por un aeropuerto internacional, impulsando agendas educativas y sociales, y convocando las conversaciones incómodas, pero esenciales que nuestra ciudad necesitaba para sobrevivir”, dijo Juliana en Washington.

Este es su discurso completo:

“La Resiliencia de Medellín: Una Transformación Bajo Constante Prueba”

Buenas tardes, distinguidos miembros del Congreso, estimados colegas y amigos.

Mi nombre es Juliana Velásquez, presidenta de Proantioquia, y me siento

profundamente honrada de representar la voz de miles de ciudadanos y líderes empresariales colombianos que han presenciado – y ayudado a forjar – una de las transformaciones más notables en la historia moderna de América Latina.

Permítanme comenzar con una sola palabra: Sí. Sí, en 1991, Medellín era la ciudad más violenta del mundo, con más de 400 homicidios por cada 100.000 habitantes, superando incluso a Beirut.

Sí, el terror gobernaba nuestras calles: coches bomba, asesinatos y el miedo se convirtieron en parte de la vida diaria, cobrando las vidas de valientes policías, líderes sociales y ciudadanos inocentes.

Sí, en las décadas de 1980 y 1990, los grupos armados ilegales se expandieron por toda Colombia, alcanzando cerca de 40.000 combatientes, esparciendo la violencia por nuestro campo y ciudades por igual.

Y, sin embargo, Medellín se negó a morir.

Mientras el mundo solo veía caos, un grupo de líderes empresariales y cívicos, educadores, funcionarios públicos y alcaldes visionarios abrazaron la convicción de que no puede haber empresas exitosas en sociedades fracasadas. Eligieron quedarse, reconstruir y defender la esperanza.

En Proantioquia, fundada en 1975, nos convertimos en una plataforma de confianza, un puente entre los sectores privado y público, comprometidos con la construcción de valor público. Incluso en los años más oscuros, lideramos los esfuerzos para soñar y actuar: apoyando la creación del Metro de Medellín, abogando por un aeropuerto internacional, impulsando agendas educativas y sociales, y convocando las conversaciones incómodas, pero esenciales que nuestra ciudad necesitaba para sobrevivir.

Creíamos – y seguimos creyendo – que lo público nos pertenece a todos, y solo trabajando juntos podemos construir un futuro que valga la pena heredar.

Hoy, Medellín se erige transformada.

Hemos convertido el dolor en resiliencia, la desesperación en innovación.

Más de 1.3 millones de visitantes extranjeros vienen cada año para presenciar este renacimiento: una ciudad que antes se definía por la tragedia y que ahora es conocida por la tecnología, la cultura y la creatividad.

Pero no nos engañemos: la transformación nunca es definitiva. Nuestra resiliencia se pone a prueba cada día.

En los últimos años, Medellín ha enfrentado nuevas formas de corrupción, populismo y erosión institucional. Vimos cómo programas públicos que daban forma al futuro de nuestros niños, como Buen Comienzo, fueron desmantelados. Soportamos una hostilidad abierta hacia la comunidad empresarial, amenazando la confianza que tardó décadas en construirse.

Nuestro exalcalde, que hoy enfrenta procesos penales y administrativos mientras busca la presidencia, simboliza la fragilidad de la gobernanza democrática cuando las instituciones se debilitan y crece la impunidad.

Pero la amenaza se extiende mucho más allá de un solo hombre.

La propia democracia colombiana está en riesgo.

Mientras que Estados Unidos descertifica a Colombia en sus esfuerzos antinarcóticos, y la llamada política de “Paz Total” empodera a los grupos armados ilegales, el sector privado en Medellín y Antioquia ha decidido tomar una posición: apoyar a los gobernadores regionales que se resisten, y proteger las instituciones que defienden la democracia.

Nos negamos a rendirnos al cinismo o al caos. Elegimos centrarnos en el futuro: es por eso que estoy aquí ante ustedes hoy.

Nuestra convicción es simple pero profunda: “Cuidar el presente para salvaguardar el futuro.”

A través de Proantioquia, lideramos proyectos que transforman las regiones y renuevan la esperanza: La Región Aeroportuaria, conectando a Medellín con los mercados globales.

Turismo sostenible, celebrando la cultura mientras protegemos la naturaleza.

La transformación de Urabá, en la costa norte de Colombia, en el próximo gran centro agroindustrial y portuario de la nación.

Estos no son solo iniciativas de desarrollo: son actos de resistencia contra la

desesperación. Porque sabemos que el futuro solo florecerá si las instituciones permanecen fuertes, se protege el estado de derecho y los ciudadanos reclaman la confianza en la democracia.

La historia de Medellín nos enseña que la transformación es posible, pero solo a través del coraje colectivo y la colaboración inquebrantable. No podemos permitir que la fatiga o el miedo erosionen lo que hemos construido. Nuestra lucha no es contra el pasado de una ciudad, sino por el futuro de una nación. Así que, permítanme terminar como empecé: con Sí.

Sí, enfrentamos la creciente amenaza del crimen organizado transnacional.

Sí, los líderes populistas en toda la región desafían los fundamentos de la democracia.

Pero también sí, en Medellín, en Antioquia y en Colombia, los ciudadanos y los empresarios están unidos para defender la libertad, reconstruir la confianza y dar forma a un futuro de dignidad y esperanza. Y mientras estamos aquí en el Capitolio de los Estados Unidos, reafirmamos que desde el sector privado de Medellín – y de Colombia – estamos convencidos de la necesidad de una política conjunta y decidida entre nuestras naciones para confrontar y erradicar el crimen organizado transnacional, la mayor amenaza actual para la democracia y la estabilidad en nuestra región.

Hoy, al igual que en la década de 1980, nuestra decisión no es huir, sino quedarnos.

Trabajar de la mano con el sector público. Para demostrar una vez más que la resiliencia puede ser un modelo para el mundo.

Porque Medellín no es una ciudad que se rindió, es una ciudad que transformó el dolor en propósito”.