El Alto de las Lagunas, en Beltrán, es el mejor mirador para apreciar el río Magdalena. Desde aquí se contempla la procesión de canoas que se celebra en septiembre en honor a la Virgen de la Canoa. | Foto: Mario Pedraza

HISTORIA

Beltrán, el municipio donde se apareció la Virgen de la Canoa

El suceso, dicen, tuvo lugar en septiembre de 1790. Pero hay muchas historias maravillosas en este municipio del Magdalena Medio cundinamarqués. Nuestro cronista se las cuenta.

Manuel Navarro*
27 de agosto de 2018

Cuenta la historia que la inesperada aparición se produjo el 8 de septiembre de 1790. “Fue como un milagro. Ante los gritos de emoción de la mulata, varios pescadores se lanzaron en canoa a alcanzarla, pero cuando estaban cerca, la imagen se desvaneció; luego hubo una gran subienda”, dice Floresmiro Zárate, vecino de Beltrán, un municipio cundinamarqués con más de 2.000 habitantes. Así recuerda el momento en que la Virgen de la Canoa, patrona de este pueblo ubicado a orillas del río Magdalena, se le manifestó a una lavandera. Iba sobre una canoa y dos ángeles la custodiaban.

Aunque la tradición de la Virgen está viva, “ya no se ven subiendas de enormes bocachicos, bagres y nicuros”, asegura José Antonio Álvarez, quien lleva 52 años pescando en estas aguas. Aquí, el Magdalena tiene unos 300 metros de ancho y sus aguas discurren serenamente.

De todas formas, muchos lugareños creen en su poder milagroso. Uno de ellos es don Abel, un pescador septuagenario que afirma que la patrona del pueblo lo salvó de morir ahogado. “Estábamos desengarzando una gran red que usábamos para cazar bagres. Pero el nailon se enredó en uno de mis pies y me tumbó al río. Estuve cerca de cinco minutos bajo el agua. En la desesperación me encomendé a la Virgen de la Canoa y fue ahí cuando no sé cómo mis compañeros me sacaron ya casi muerto y viendo candela”, recuerda.

Pero los milagros no abundan en la zona. Cada vez son menos los beltranenses que viven de la pesca, el oficio que tradicionalmente han ejercido. Por eso han encontrado en el turismo otra oportunidad para florecer. Y tienen razones para creer en él: cuentan con un territorio biodiverso, con sorpresas para el viajero, buena gastronomía y riqueza cultural. Además, Beltrán está a solo tres horas y media de Bogotá, pasando por Girardot.

Quise aprovechar para conocer más de este pueblo de la provincia Magdalena Centro, entonces me embarqué en un recorrido por su ruta de montaña. Cuando me disponía a iniciar el ascenso al cerro del Tabor, tal vez la vereda con mayor biodiversidad y nacimientos de agua, un pescador me preparó para lo que encontraría. “Ya sentirá usted ganas de abrir las alas”, me dijo.

Aquel hombre se refería a la migración de águilas que llegan entre septiembre y noviembre desde Canadá, hacen una corta parada en la región y luego continúan hacia el sur del continente. Eso me lo explicó un comensal que conocí durante el desayuno. “Pronto el cielo se llenará de águilas y empezará la procesión de las canoas en honor a la Virgen”, comentó, mientras comía un viudo de bocachico preparado por doña María Vásquez.

Lugar eterno

A bordo de una camioneta avancé por una carretera empinada. Tras una hora de viaje encontré en su parcela a José Eriberto Quimbayuro ‘desentripando’ a un cerdo. “Ojalá la Virgen interceda para que llegue gente buena a invertir en turismo. Mire, por aquí pasan caravanas de cuatrimotos todos los fines de semana”, me contó.

La marcha prosigue por una vía que, aunque destapada, no entorpece el paso del vehículo. Las curvas difíciles cuentan con placa huella, por lo que el conductor no sufre tanto, a veces incluso lleva el timón con una sola mano.

Dos horas después y a 1.200 metros sobre el nivel del mar, llegaba a mi destino, el Alto de Lagunas. Allí se encuentra un mirador inmejorable: se aprecia perfectamente el parque principal de Beltrán y su antiquísima capilla, declarada patrimonio cultural en 2000. Después de conocerla, el gobernador de Cundinamarca, Jorge Rey, decidió incluirla en el proyecto de restauración de monumentos del departamento que se lidera desde el Instituto Departamental de Cultura y Turismo. Aquí reposa el cuadro de la Virgen de la Canoa, que mide 2 metros de ancho por 2,5 de alto.

Al óleo lo bajan cada 8 de septiembre para la procesión fluvial en honor a ella. Me dicen los habitantes de la zona que este es un buen punto para ver la caravana de canoas. Además, explican que más de 1.000 personas asisten a esta celebración.

Allá arriba también hay mucho que ver, uno no sabe en qué centrar la mirada. Todo es fantástico. Ante mí se despliega un inmenso ojo de agua que hace de espejo para el cielo. Es media mañana. El aire es frío y manso. Solo se escuchan los cantos de las guacharacas y el sonido de las bandadas de loros verdes. A medida que crece la mañana, el sol calienta el ambiente y se arrebata el viento entre los bosques de guaduales, árboles flautones, guarumos, caracolíes, totumos y cedros de flores moradas y amarillas.

Los murmullos de las ramas aspavientan ardillas y guatines. Bosque adentro se encuentran venados, lapas de montañas y zorras perrunas, entre otras especies. Nos encontramos en una zona de reserva, protegida por la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, me lo indica Luis Alberto Rojas, presidente de la junta comunal del Tabor. “A la Virgen de la Canoa le pedimos que nos ayude con las cosechas”, agrega, mientras me explica que en estas laderas siembran café, caña panelera, banano, maracuyá, lulo y cultivos de pancoger. También hay campesinos con hatos de 10 a 15 reses y corrales de gallinas, para tener siempre leche, queso y huevos criollos.

Seguimos contemplando la vista del impresionante valle. Al otro lado del río, en tierras del Tolima, se ven infinitas plantaciones de arroz, tan inmensas que llegan hasta el pie de los nudos montañosos de la cordillera Central. Mi mirada trepa lentamente por la cordillera, escudriñándola. Recuerdo las palabras del conductor al empezar el viaje: “Si el día está despejado podrá ver los picos de los nevados del Ruiz, del Tolima y Santa Isabel”. Pero aquel no era el día. Inmensas nubes flotaban sobre las montañas. No importa, me dije, qué más que la inmensidad del valle medio del Magdalena, ¡un lugar eterno!

Círculo en el cielo

“Créame usted –me dice Luis Alberto– todos los septiembres aquí llegan millones de águilas. Hay unas blanquitas con manchas color café, otras negras muy hermosas y otras saraviadas”. Recuerdo que otros dos beltranenses me habían hablado de esta ‘procesión’ de aves y le pido al hombre que me cuente más. Entonces, alza sus brazos al cielo y con sus manos dibuja una esfera en el aire: “Entre las 5:50 y las seis de la tarde, las águilas hacen un gran círculo en el cielo y luego se mandan en picada a posarse en los cafetales y en los árboles”. Le preguntó que si él cree que ese avistamiento de aves tendrá algo ver con la aparición de la Virgen de la Canoa. “Yo no sé, pero esta visita es de toda la vida. Aquí tenemos ese privilegio”, remata Luis Alberto, que todos los septiembres baja a la orilla del río para participar de la procesión.

En medio de esta paz, cargada de aire puro, recuerdo las palabras de aquel hombre que me dijo que aquí arriba me iban a dar ganas de volar. Creí que era una broma, pero él tenía toda la razón.

*Consultor de comunicaciones y marketing.