Animación de Eduardo Peña inspirada en Miyazaki. | Foto: Cortesía Eduardo Peña

CINE

El director de arte de Lucasfilm habla de la magia del cine de Hayao Miyazaki

El colombiano Eduardo Peña Garzón cuenta cómo conoció el cine animado del director japonés (creador de ‘El viaje de Chihiro’), y por qué sus películas tienen un impacto tan duradero en adultos y niños.

Eduardo Peña*
25 de octubre de 2018

La pequeña Mei está frente a un inmenso árbol de alcanfor con un agujero en su tronco. Es 1958 y llegó allí siguiendo unas orejas puntiagudas casi transparentes y atravesando matorrales espinosos. Al caer dentro del árbol encuentra un mágico conejo gigante que ruge: ‘to… to… ro’. Así empieza Mi Vecino Totoro (1988) que es, probablemente, la película más conocida de las 11 que ha dirigido el director japonés Hayao Miyazaki quien, a sus 77 años, es una de las leyendas del cine de animación –recibió el Óscar honorífico en 2015–.

Como Mei, yo también caí en un mundo mágico cuando era un niño. Tendría cerca de 10 años y, en lugar de un alcanfor, caí por la pantalla del televisor de mi casa. Recuerdo aterrizar directamente en el mundo de Nausicaä del Valle del Viento. No tenía ni idea que eso era anime, no sabía que eso era creado en Japón, simplemente me impresionó el poder inmersivo de los personajes, de las escenografías, de esa magia que transmiten las películas de Miyazaki.

También puede leer: Nada seríamos sin las viejas series animadas de la televisión japonesa

Una de las cosas que más admiro es que cada uno de sus filmes, además de tener una grandísima calidad de animación y técnica, colabora magistralmente para dar un mensaje sobre la importancia de la inocencia y de cuidar el medioambiente. Con frecuencia sus protagonistas son niños (como pasa en Totoro, Ponyo, Kiki o El Viaje de Chihiro, que ganó el Óscar a mejor película de animación en 2002) cuya inocencia está en conflicto con los intereses de los adultos, quienes buscan una realidad cuadriculada, ligada a impulsos económicos que arruinan bosques y océanos.

Este mensaje va de la mano con una construcción de personajes sumamente orgánica. Por ejemplo, Miyazaki nunca ha caído en el cliché de la Mary Sue, aquel protagonista idealizado que carece de defectos y sobre quien gira toda la historia, sino lo contrario. Basta recordar cómo Nausicaä o Chihiro van forjando su propio carácter a partir de los eventos que viven. Logran sobrellevar la tristeza, la ira y la impotencia y al final vemos a personajes más sólidos, pero no porque sean mágicos, sino por un proceso natural. Cambian como una persona real, como cambian nuestras madres o hermanas. Son verosímiles, creíbles.

Por eso, para mí Miyazaki es el modelo de cómo debería hacerse la animación y de cómo debería ser esta industria. Los grandes artistas, como él, se toman muy en serio su disciplina. No se limitan a dibujar bien, bonito y contar una historia. Ellos saben cómo darle vida a un universo y cuidan todos los aspectos de la obra, desde la semiótica hasta la psicología de la imagen y del color.

Le puede interesar: El Gobierno de Japón le ha donado 150 bibliotecas a Colombia

Debido al cuidado en cada detalle, sus mundos y creaciones fomentan interpretaciones nuevas cada vez que revisitamos sus películas. Por ejemplo, en una segunda visualización, Chichiro puede ser una crítica a la prostitución y al maltrato de menores; y Mononoke un discurso antiguerra. Este es el gran aporte de Miyazaki, hacer arte para transmitir un mensaje humano, social y pacifista, contrario a una industria más preocupada por vender juguetes y construir parques temáticos.

Cada vez que tengo la fortuna de ir a Japón, uno de los primeros lugares que siempre visito es el Museo Ghibli en Tokio. El lugar es un espectáculo, porque más que un museo es un pedacito de fantasía en el mundo. Un castillo ahí, sacado de las mismas historias de Hayao. Entrar es como estar en una película de él, en cada uno de esos mundos únicos que creó.

Cerca de donde vivo ahora, en Singapur, hay un museo de artes y ciencias donde proyectan muchas películas de Estudio Ghibli, la casa madre de la mayoría de los filmes de Miyazaki. A veces me siento a ver lo que están dando. Cuando me doy cuenta, alrededor mío solo hay niños y están completamente metidos dentro del cuento, como lo estuve yo a su edad. Para mí, esto es prueba de que Miyazaki es atemporal y, como todo lo que no tiene tiempo, eterno.

*Director de arte de Lucasfilms.