La plaza central de Pasto se destaca por la ausencia de Bolívar. En su lugar está la estatua de Antonio Nariño. | Foto: Andrés Ceballos

HISTORIA

La Navidad Negra: el día que Bolívar luchó contra indígenas colombianos

Indígenas y españoles lucharon contra Bolívar hace 200 años, en un episodio que dejó sus huellas en la identidad de los pastusos.

2 de octubre de 2017

El Carnaval de Negros y Blancos de Pasto arranca todos los años el 28 de diciembre. Ese día se encuentran centenares de pastusos para pintar la calle El Colorado con tizas de colores. El evento, titulado Arcoíris sobre el asfalto, busca rememorar un episodio histórico que durante años ha definido la identidad rebelde de la ciudad: la Navidad Negra, una masacre perpetrada por el Ejército bolivariano a comienzos del siglo XIX.

En 1822 Bolívar decidió tomarse Pasto, último reducto realista en la Nueva Granada, y así continuar su avanzada militar por la lucha independentista. Para hacerlo, envió a sus tropas el 25 de diciembre, aprovechando que la ciudad entera celebraba la Navidad. Esa madrugada asesinaron a muchos pastusos. Cuentan que corrían ríos de sangre por la actual calle 23, y que la mancha roja era tan espesa que nunca pudo ser borrada. La calle quedó colorada.

No era la primera vez que Bolívar intentaba ganar este territorio. Antes de la Navidad Negra, ya había enfrentado tropas realistas conformadas por españoles e indígenas de la región en las llamadas Campañas del Sur. En ese entonces era difícil llegar a la ciudad debido a los accidentes geográficos de la cordillera en la zona: los abismos, montañas y ríos que convergen en el Nudo de los Pastos. Esta situación empeoraba porque los indígenas conocían el territorio y sabían entorpecer el paso del Ejército bolivariano. Al frente de las milicias enfrentadas con el libertador estuvo durante 13 años Agustín Agualongo, un caudillo de ascendencia indígena que aún hoy sigue teniendo importancia en el imaginario de los pastusos: su nombre aparece en canciones y poemas, y lo llevan un hotel, un parque y un barrio ubicado justamente en el lugar por el que pasó su gran enemigo, el libertador.

Puede leer: La Pola, una eterna heroína

En esa época la cultura de los pastusos era esencialmente indígena; para ellos la tierra no era solo el espacio que habitaban, sino el núcleo de su identidad cultural. La forma violenta como los republicanos entraron en la región, para someterlos y arrasar con todo, se sintió como una afrenta al territorio, como un deseo de usurparlo. Esto explica por qué el pueblo quillacinga defendió férreamente su espacio, bajo el liderazgo de Agualongo. El caudillo, finalmente capturado, terminó fusilado en Popayán en 1824 por el general Obando. Antes de su muerte pidió que no le vendaran los ojos para ver de frente a sus enemigos. Esta escena pasó a la historia como un símbolo de su carácter, y lo convirtió en un emblema de la defensa de la tierra, la libre determinación de su pueblo y la resistencia indígena. Por eso más allá del valor icónico que pueda tener para los pastusos, pensar en su figura abre la posibilidad de reformular la historia oficial de la independencia de Colombia.

Contra los republicanos

No todas las poblaciones del país estuvieron a favor de la independencia y los ejércitos republicanos. En el caso de Pasto, antes de la masacre de 1822, había razones para negarse a ser parte de la República. Por un lado, la población entendía la incursión republicana como una invasión a territorios que tenían un orden económico y social establecido. A pesar de estar bajo dominio español, la Corona les permitía cierto grado de autodeterminación, especialmente en asuntos culturales, a cambio de que cumplieran unas exigencias económicas ya acordadas. La propuesta de los republicanos, en cambio, implicaba un panorama incierto. Las diferentes órdenes religiosas –franciscana, dominica, agustina y mercedaria– que habían llegado a la región desde el inicio de la Colonia contribuyeron a que el catolicismo se consolidara; la confianza en el orden social instaurado y la influencia religiosa llevaron a que Pasto se uniera al Ejército realista y peleara hombro a hombro con los soldados españoles.

Esta decisión marcó la historia de la ciudad en varios sentidos. Por un lado, reveló el lado más cruel de las luchas internas en el proceso de construcción de la República. Por otro, reforzó el aislamiento político y cultural de una zona lejana del centro del país. Adicionalmente, puso en primer plano a la lucha indígena como una fuerza política y militar importante durante la independencia, con la construcción del ícono de Agualongo. Esta historia ha influido a lo largo de casi dos siglos en la imagen que los pastusos tienen de sí mismos: un pueblo que sobrevivió, resistió y continúa defendiendo su cultura.