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“Las horas más oscuras” (Darkest Hour), Joe Wright

Churchill acaba de ser nombrado Primer Ministro y debe decidir si enfrenta o no a las tropas nazis. Una película que aborda un mes crucial en la vida política de Europa y realizada por un experto en cinematografía, ya reconocido con éxitos anteriores y a no dudar este también lo será.

Gustavo Valencia Patiño (*)
16 de enero de 2018

Llevar a la pantalla grande la vida de importantes personajes por lo general se reduce a relatar algunos momentos de su vida privada, ojalá algo escandaloso o sórdido en cuestión de sexo y muy tangencialmente se relata el motivo o causa por la cual descollaron y adquirieron fama. Esto en especial en la vida de los artistas, que con sólo tomar las últimas décadas la lista se hace muy larga y todas esas producciones poseen, más o menos, las características anotadas, lo cual no niega alguna excepción. Así aparecen cintas y por sólo citar algunas de pintores famosos del siglo pasado: Picasso, Modigliani, Bacon, Klimt, ahora la de Egon Schiele y pasando por la más superficial sobre Frida Kahlo de Julie Taymor de 2002. Paradójicamente la excepción es la Frida del mexicano Paul Leduc de 1983 ganadora de muchos premios internacionales.

Cuando se trata de políticos o de figuras de poder, todo se reduce de nuevo a la narración de su vida privada, se representan algunas intrigas políticas, acuerdos secretos y conspiraciones, más como nota de suspenso que como simple biografía, para que mantenga cierto interés el desarrollo de la acción, puesto que la película requiere generar interés en el público, o sea, lograr taquilla, lo cual significa que en últimas todo queda en manos de la empresa productora, más interesada en las ganancias que en la descripción verdadera de los hechos.

Por ello mismo ciertos acontecimientos de importancia en la vida del personaje pasan a ser irrelevantes y viceversa, el acento se marca en aspectos secundarios que se convierten en los más destacados, además, incluyendo en ocasiones diversas modificaciones o interpretaciones que desfiguran o tergiversan los sucesos que “neutralmente” se quieren representar o simplemente se limitan a conservar los mitos y equívocos sobre las maquinaciones del poder de forma simplista, aventurera y maniqueísta, donde los “malos” son muy malos y los “buenos” son muy buenos. A manera de ejemplo, la serie televisiva “Game of Thrones” ha desarrollado y exacerbado al límite estas falsas creencias, sumándole la debida cuota de sexo para lograr mayor audiencia.

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Ahora, cuando se trata de presentar a Winston Churchill, la situación es diferente, cambian las condiciones y eso lo sabe todo productor, director y guionista. Figura cimera en su país, hoy por hoy, ganando cada vez más en importancia y celebridad, tanto como para llegar casi a las alturas de su inmortal compatriota Shakespeare, lo cual ya es mucho decir. A nivel internacional también es un reconocido personaje por el papel trascendental que jugó durante la Segunda Guerra mundial, aquel suceso tan crucial en la historia del siglo pasado y al que su nombre siempre estará ligado. Por todo esto no hay quien se anime a realizar para cine una biografía más o menos completa de tan ilustre personaje y se acude a la práctica común para estos casos de sólo narrar momentos o breves períodos importantes de estos celebérrimos individuos.

Hace pocos meses se presentó “Churchill” que se redujo a sólo a 48 horas de su vida, antes del desembarco del famoso “Día D” que cambió el rumbo de la guerra, demasiado título para un film que no dijo mayor cosa sobre el gran estadista. “Amenaza de tormenta” del 2002, telefilm dirigido por Richard Loncraine, ocupa también un determinado período de su vida mucho antes de ser nombrado Primer Ministro. Al igual que sólo sobre sus primeros inicios en la vida pública en “El joven Winston” de Richard Attenborough de 1972. Sobresale como excepción la especial realización del documental británico sobre su vida y obra “The finest Hours” de Peter Baylis, producido en 1964, con Orson Welles como narrador.

Fuera de este documental, todas las demás películas como siempre haciendo hincapié en su vida privada, carácter y forma de ser, relación con sus colegas y funcionarios y en especial, su vida conyugal y la aparición de su esposa, que requiere de una gran actriz británica en edad madura, que se equipare con el actor que interpreta al poderoso Primer Ministro. Así han aparecido las parejas de Albert Finney y Vanessa Redgrave en “Amenaza de tormenta”; en la reciente “Churchill” fueron Brian Cox y Miranda Richardson; y ahora los papeles recaen en Gary Oldman con su brillante actuación, acompañado de la gran interpretación de Kristin Scott-Thomas.

Lo trascendental del personaje en cuestión prácticamente no permite que se llegue a realizar una extensa biografía con actores y puesta en escena. Hay que acostumbrarse a verlo en períodos cortos, muy importantes y concretos para su país y el mundo. Así que en esta ocasión se asiste apenas a un escaso pero decisivo mes, mayo de 1940, cuando va a ser nombrado Primer Ministro y debe decidir si enfrentarse al poderío militar de Hitler o firmar una vergonzosa paz. El guión no entra en el intríngulis político, lo pasa por alto. Se ignora o se desconoce cómo en verdad se logra un nombramiento de estos. Queda en lo que todos se imaginan de manera ideal, casi inocente, nunca en los reales movimientos y acuerdos previos, los compromisos que se adquieren para lograr votos a favor, etc.

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Aspectos estos que se practican en todos los ámbitos políticos del mundo entero, que el cine, intencionalmente o no, desconoce y casi nunca describe, en donde una de sus mejores excepciones es “Lincoln” de Spielberg, en el que muy descarnadamente, aunque muy cierto, se detalla lo que es la consecución de votos entre parlamentarios, reuniones en privado, acuerdos de puestos y prebendas, incluso de sobornos monetarios; corrupción de congresistas de mitad del siglo XIX en la llamada mayor democracia del mundo, algo que como era de esperarse no gustó mucho en ciertos medios públicos y privados estadounidenses.

En esto “Las horas más oscuras” cae en la conservación del mito, del no conocimiento de cómo sucede todo en realidad. De cierta forma comprensible puesto que se supone que un guionista, novelista o narrador, al igual que la mayoría del público, no han participado nunca de los movimientos internos y acuerdos que hacen los políticos y por tanto, queda todo en la imaginación romántica donde todo es transparente y altruista, que comparte la gran mayoría, ajena a todo esto que nunca se ve, pues sucede tras bambalinas y el cine no representa ni muestra porque desconoce y además aburre, no produce taquilla, por tanto, se debe convertir en una especie de thriller político.

El relato se desarrolla como un thriller político y muy bien llevado por cierto, porque en cine dicho relato depende de quién dirige y de las imágenes que entrega, es decir, de saber hablar con las imágenes. En ese sentido fue un gran acierto de los productores nombrar a Joe Wright como director. Debutó con gran éxito con “Orgullo y prejuicio” en el 2005, y dos años más tarde, de nuevo otro triunfo con “Expiación” en el que expone todo su talento fílmico; continúa con otras realizaciones hasta  el 2012 cuando filma “Anna Karenina” otro logro en su carrera. Así que para el rodaje de esta ocasión trae una buena experiencia en materia de puesta en escena, muchos extras, gusto por la diversidad de planos y el movimiento constante de la cámara con la que recrea diversos espacios cinematográficos y ese siempre renovado talento que exhibe para hablar por medio de la imagen fílmica.

Destacar su labor como director, de sus numerosos éxitos, es más bien hablar del por qué sucede, puesto que en cine como en cualquier otro medio de expresión, no es sólo lo qué se diga sino el cómo se dice, es decir, importa el qué se narra, aunque mucho más el cómo se narra y sin embargo, hoy por hoy es lo que menos importa, es lo que menos se atiende y se analiza, lo cual no significa que por ello deje de ser fundamental. En cine el cómo se relata, o sea, a través de imágenes, hace que la película obtenga su respectivo valor fílmico, lo que sólo sucede cuando la imagen tiene mayor preponderancia que la palabra, cuando es el elemento principal de la narración y se acude a ello siempre por su gran capacidad descriptiva y por ende, narrativa. Todo ello mérito de Wright, que hace que la película tenga el impacto que tiene y es de esperar que sea un logro más en su brillante carrera en el mundo de las imágenes en movimiento.

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Thriller político con mucho de suspenso, acierto del guión, con su respectiva cuota de populismo en la que hace hincapié hacia el final del relato, pero no en la de patriotismo por simple cuestión ideológica y política en el que el cine comercial nunca quiere participar. Este tema del patriotismo es tangencialmente tocado a partir del famoso discurso de Churchill que se reproduce en parte al final de la película, que el guionista y productor por obvias razones evita profundizar, puesto que es a partir de la finalización de la segunda guerra mundial hasta el día de hoy que muchos países padecen la ocupación militar de otros y por ello mismo resulta mejor eludir confrontaciones, tratando de que la referencia sea lo más mínima posible. Algo difícil de por sí, cuando precisamente Churchill resultó ser el gran patriota que se opuso a la invasión extranjera y llamó a su pueblo a resistir hasta el último hombre a la agresión del opresor de turno, lo cual contrasta notoriamente con el concepto actual de patriota, reducido a vestir la camiseta de la selección nacional cuando ésta juega algún partido de fútbol. Sí, han cambiado los tiempos y no siempre para mejor.

*Crítico de Cine.