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Librería Lerner de la calle 93.

LECTURA

Las librerías independientes cambiaron la forma de leer

Varios libreros están transformando su oferta comercial con servicios que van más allá de vender ejemplares. Todo viene bien en un país que aún lee poco.

9 de diciembre de 2017

El jueves pasado, en medio de la lluvia que inundó a Bogotá, un grupo de entusiastas llegó hasta la Librería Lerner, en el norte de la ciudad, para una charla con Juan Gabriel Vásquez a propósito del lanzamiento de su nuevo libro, Viajes con un mapa en blanco.

Esa misma semana, varias personas se reunieron en Wilborada1047 (otra librería de la ciudad) para un club de lectura sobre literatura latinoamericana. Mientras tanto, en La Valija de Fuego, Bluttat, una banda alemana, charlaba con los asistentes sobre punk y literatura.

No es extraño. De un tiempo para acá, las librerías en Colombia se convirtieron en un espacio al que la gente no solo va a comprar libros, sino a disfrutar de una amplia oferta cultural. Eso es muy importante en Colombia, país que solo tiene una librería por cada 112.917 habitantes y en el que, aunque estas siguen siendo el principal canal de venta de textos en el país, apenas representan el 39 por ciento del total. En Brasil, por ejemplo, alcanzan el 50 por ciento del mercado. Según el reciente informe ‘El libro y la lectura en Colombia’ (de la Cámara Colombiana del Libro), el sector tiene una de sus fallas estructurales en la debilidad del tejido librero, que impide un mayor acceso a la oferta editorial.

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En ese punto el valor de las librerías independientes adquiere gran relevancia. Hoy su oferta incluye diversas experiencias culturales y una sólida oferta temática. Para dar un ejemplo, la Lerner, una de las más antiguas y tradicionales de Bogotá, con un catálogo de cerca de 80.000 títulos en todas las ramas del saber, no solo crece en ejemplares. Ahora tiene tres sedes: la clásica en la avenida Jiménez, que funciona desde finales de los años sesenta y la que más vende; otra en la carrera 11 con calle 93, la más grande, que sirve también para realizar encuentros literarios (lanzamientos, tertulias, clubes de lectura); y una recién inaugurada en la misma avenida, pero con calle 85, en el mismo local que tuvo La Madriguera del Conejo, que la Lerner tomó por estar en una zona muy favorable. Alba Inés Arias, su directora, dice que las ofertas complementarias “se hacen desde mucho tiempo atrás, pero siempre teniendo en mente que son periféricas y adicionales a nuestro foco principal, el libro”.

En la Lerner lo más relevante siempre es la selección de títulos, por lo que invierten grandes esfuerzos en su curaduría. Se destaca el interés por importar obras de difícil consecución y por capacitar a sus libreros para que sean integrales y así orienten adecuadamente a los clientes.

“No traicionar una idea para mantenerse” y “no dejarse llevar por modas” son las premisas de la Lerner. Arias dice que “aunque la gente apetece mucho el espacio de la 93 para eventos, no es lo fundamental. En la sede de la Jiménez no los hacemos y es la mejor en ventas. Y eso que abrimos solo cinco horas los sábados y los domingos está cerrado”.

Sin embargo, como dice su directora, esta no es un modelo típico de lo que podría considerarse una librería independiente, por el tamaño que hoy tiene y por todo el andamiaje que requiere para operar. Aun así, hace parte de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (Acli), una organización “dedicada a llevar adelante proyectos que ayuden a las librerías independientes a mejorar su influencia cultural y comercial”.

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De esta organización también hace parte Tornamesa, un ejemplo de la convivencia de libros, cultura y música con una fuerte apuesta por los tocadiscos (tornamesas) y los discos en vinilo. Su propietario, Camilo de Mendoza, explica cómo beneficia a los libros la oferta complementaria: “Realizamos eventos cuyo propósito es generar mayor tráfico en la librería, principalmente de esparcimiento y música. Y esto generalmente puede traducirse en mayores ventas de libros. Mientras que hay otras actividades cuya intención es acercar a las personas a determinados libros o autores”.

En este lugar la oferta para atraer lectores no se agota con eventos complementarios. “Más que objetos –explica Camilo de Mendoza– vendemos experiencias a través del cuidado de cada detalle de la librería y prestando atención: desde el volumen de la música hasta el olor de la tienda”.

La librería Casa Tomada, en el barrio Palermo, es otro caso de cómo las librerías no se están quedando quietas. Ana María Aragón, su librera y cofundadora, la describe como “un espacio cultural en donde se fomenta la lectura crítica”.

A este espacio el público no va solo a comprar un ejemplar, sino también a conversar con el librero y con otros lectores, por eso se preocupan por ofrecer sobre todo gran variedad. En Casa Tomada “la lectura, una actividad en principio solitaria, se convierte en social”, explica Aragón.

A la oferta de las independientes también se suma Wilborada. Según Alberto Gómez, su jefe de libreros, ellos entienden las necesidades que impone el mercado para formar lectores: “Con las tertulias, presentaciones de libros, charlas con expertos y talleres buscamos que la gente se interese en el libro y en su formación”.

Esta librería aspira a convertirse en un nuevo centro cultural en Quinta Camacho, su barrio. Y sus esfuerzos también apuntan a largo plazo y por eso destacan su programa para niños entre 3 y 9 años, llamado Lectura para Locos Bajitos. Para Gómez este es “un trabajo largo, constante y necesario para que los pequeños de hoy se conviertan en los futuros clientes de la librería”.

Las independientes entienden la importancia de las actividades con niños. Además de Wilborada y la misma Lerner con sus talleres de lectura, en este segmento se destaca Espantapájaros, una librería especializada en ofrecer obras recomendadas por expertos para que los niños crezcan como lectores desde la primera infancia. Allí también asesoran sobre animación a la lectura y leen cuentos todos los sábados, a las 11 de la mañana.

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Las independientes ArteLetra, Prólogo, Babel, La Valija de Fuego, El Siglo del Hombre y Luvina (estas dos últimas en el centro de Bogotá) con su sello particular también promueven espacios culturales más allá del libro en Bogotá.

Detrás de este fenómeno hay una gran razón: el libro digital ya llegó a su tope y hoy convive con el físico, lo que favorece la permanencia en el mercado editorial de las librerías independientes. Como menciona Camilo de Mendoza, “el panorama desalentador de la desaparición del libro en papel, que pintaron en su momento, nos hizo dudar mucho, pero lo digital ya no parece aumentar y el papel empezó a repuntar lo cual nos incentivó aún más”.

Por ahora, estas librerías tienen buenos resultados, pues según el mismo informe de la Cámara Colombiana del Libro, las ventas totales de libros en Colombia crecieron en 29 por ciento entre 2008 y 2016. Si bien este informe no discrimina cuánto participan las independientes, sí es claro que son el principal canal de distribución.

No todo es felicidad. A pesar de los esfuerzos, las librerías enfrentan grandes retos para mantenerse y llamar la atención para que las editoriales respeten la cadena del libro, particularmente cuando el Estado hace compras masivas. Denuncian que en estos casos, las editoriales y otros intermediarios venden directamente con descuentos que las librerías no pueden ofrecer y suplantan el papel natural que estas deben jugar en la cadena de comercialización del libro. Todo lo cual juega en detrimento del precio final del producto para los lectores.

Los libreros saben que con su labor contribuyen a que se lea más y mejor, pero coinciden con la Cámara Colombiana del Libro en que de fondo hay un problema de política pública por resolver. No estaría de más que los candidatos presidenciales miren seriamente este asunto.