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Un colombiano que vive en Corea del Sur ayuda a su tío, un excapitán del Ejército que combatió durante la guerra civil en ese país, a buscar a un antiguo compañero que guarda algunos secretos. / Muchas novelas negras en Colombia abordan problemáticas sociales. Esta habla sobre el drama de la desaparición forzada. / Un comerciante de piedras preciosas termina envuelto en un complot por culpa de las manos del Che Guevara. | Foto: Daniel Reina

LIBROS

Libros sobre crimen a la colombiana

La novela negra siempre ha tenido un espacio en la literatura nacional, pero ahora los nuevos autores se están notando más.

4 de marzo de 2017

El país enfrentó uno de los periodos más difíciles de su historia reciente al comenzar la década del noventa. Pablo Escobar estaba en guerra contra el Estado, las garras del paramilitarismo se extendían por todo el territorio y los ataques y secuestros de la guerrilla eran cada vez más frecuentes.

Y al mismo tiempo que las bombas explotaban en las calles y que los patrulleros de la Policía recorrían las ciudades buscando a los capos del narcotráfico, en el mercado editorial colombiano muchos autores locales comenzaron a publicar libros sobre crímenes sin resolver, casos policiales y sicarios.

Así surgieron nombres como el de Germán Espinosa (La tragedia de Belinda Elsner, 1991), Hugo Chaparro Valderrama (El capítulo de Ferneli, 1992), Octavio Escobar Giraldo (Saide, 1995) y Gonzalo España (La canción de la flor, 1996), que, junto con otros escritores, comenzaron a crear una novela negra criolla. No fueron pioneros, pues otros habían abordado el género desde comienzos del siglo XX, pero por primera vez se trataba de un grupo grande de autores.

Aunque desde entonces han venido apareciendo libros similares –como Perder es cuestión de método (1997) de Santiago Gamboa o El eskimal y la mariposa (2004) de Nahum Montt–, en estos últimos años el fenómeno parece haber crecido. Hoy muchos de los nuevos escritores colombianos están publicando novelas que abordan el crimen y las librerías del país tienen gran variedad de títulos como La venta (2015) de Juan Sebastián Gaviria, La reina y el anillo (2016) de Luis González, Cementerios de neón (2016) de Andrés Felipe Solano o La cuadra (2016) de Gilmer Mesa, un éxito en Medellín.

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Para el escritor Hugo Chaparro, sin embargo, no es un tema nuevo. “Cada cierto tiempo se habla de un renacer de la novela negra en Colombia y es algo curioso porque el género siempre ha estado presente, lo que pasa es que ha sido muy desconocido”. En efecto, el profesor Hubert Pöppel, quien en 2001 hizo el ejercicio de catalogar las novelas colombianas de esas características para la Universidad de Antioquia, encontró casos desde los años veinte y rescató a escritores como Arcadio Dulcey (¿Quién mató al carabinero?, 1976) y Manuel Marthe Zapata (El caso del rentista, 1980).

Gustavo Forero, escritor y profesor de la Universidad de Antioquia, encontró (en su investigación La anomia en la novela de crímenes en Colombia, 2012, que entre 1990 y 2012 se publicaron alrededor de 100 libros sobre lo que él llama novela de crímenes. “En este país, para un escritor es difícil apartarse de lo negro, es decir, del mundo del crimen y la corrupción, pues hace parte de su propia vida. Aunque no sea su voluntad, la pluma y el medio le van reclamando tal ruta”, explica.

Forero organiza el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro que, en paralelo a la Fiesta del Libro y la Cultura, reúne cada año en la capital de Antioquia a escritores de todo el país para hablar del género. En ese espacio han participado autores como Laura Restrepo, Mario Mendoza, Darío Jaramillo y Pablo Montoya, entre muchos otros.

Por eso, más que un despertar de la novela negra, muchos ven la continuación de un fenómeno que siempre ha estado presente en la literatura colombiana y que se ha nutrido de la violencia y de la realidad del país. La diferencia, tal vez, es que mientras hace unas décadas la mayoría de los escritores publicaban sus novelas en sellos pequeños o de forma independiente, ahora las grandes editoriales les están abriendo las puertas.

Otro tema es que la novela negra que se hace en Colombia es muy diferente a la clásica surgida en Estados Unidos y en Europa, en donde las diferencias entre esta, la novela policial y el thriller son muy marcadas. En la original siempre aparecía un detective, un policía o un espía que trataba de resolver un crimen en medio de un ambiente nocturno y depresivo, lleno de femmes fatales y de diálogos cortos y certeros. Pero esos límites se han difuminado. “Ahora a veces se habla de novela negra o ‘thriller’ para aludir a narraciones ocurridas en el mundo del hampa –cuenta Forero–. Con frecuencia son breves, buscan entretener al lector y giran en torno a un enigma o una investigación”.

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El bogotano Andrés Felipe Solano, por ejemplo, cuenta que con Cementerios de neón, su último libro, quiso hacer una novela negra diferente: “Una de espías torpes, sin disparos ni detectives, sobre la guerra y sus tiempos muertos, sobre energía nuclear en un país pobre. Y puede ser todas esas cosas, pero sobre todo es un ‘thriller’ sentimental donde los personajes buscan a tientas y se encuentran de repente frente al abismo de sus propias vidas”.

Las diferencias son aún más marcadas en América Latina. Mientras las novelas negras europeas tratan un crimen puntual que se sale de lo normal, en el continente tienen lugar en un ambiente lleno de criminalidad, en el que no funciona la ley y ni siquiera se puede confiar en las autoridades. Por eso incluso las historias sicariales –como Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco– nacidas en Colombia a raíz del fenómeno del narcotráfico se consideran del género.

Pero a pesar de la cantidad de libros, los expertos creen que al país le hace falta desarrollar su mercado de novela negra. “Aún hay mucho que aprender –cuenta el escritor Antonio García Ángel–. Acá no hemos tenido un gran escritor como Rubem Fonseca en Brasil o Paco Ignacio Taibo II en México, ni colecciones policiales grandes como la que dirigieron Borges y Bioy Casares en Argentina”.

El género, sin embargo, está creciendo y el público cada vez tiene más opciones para leer este tipo de historias. Con el paso del tiempo, y mientras el mercado literario local siga creciendo en variedad y madurez, la novela negra colombiana mostrará todo su potencial. n