
Opinión
Que no se pierda la magia
Y es que en un mundo que corre, que parece no querer parar, detenerse para conectar es el acto más valiente y humano que existe.
Rafa tiene 57 años. Tiene una empresa familiar y está lleno de energía y de proyectos. Esta pasando por esta transición generacional donde ya su hijo está trabajando con él y algunos chicos incluso menores que su propio primogénito ya son los líderes de la operación.
Me buscó porque se enteró de que yo sabía algo sobre el tema de diversidad y especialmente de generaciones. Quería que lo ayudará a resolver algunos temas que no entendía y que creo tampoco quería entender, más bien gestionar.
Rafa sabe que tiene que trabajar con gente más joven. Entiende que está lejos de ser nativo digital y que necesita seriamente que le den este input tecnológico que le hace falta. Así que no hay remedio, debe ajustarse al cambio y ponerle buena cara si quiere ser rentable.
El problema más grande para él es que pareciera que los jóvenes no conectan como humanos. “No me quieren llamar, no leen mis mensajes urgentes y todo lo quieren con fotos, stickers y memes” me dijo el pobre Rafa sentados en mi café favorito en Usaquén.
Me costó un poco quitarme es sesgo y no decirle que amaba la magia de los libros de papel, de las notas en el tablero, del borrador, las llamadas telefónicas y la privacidad; de que no superan de vez en cuando donde encontrarme. Sin embargo, no me podía unir a la voz de la tercera edad y no entender el cambio. No era lo que necesitaba Rafa.
Conversamos, lo escuché. Y llegamos al punto de entender que estamos rodeados de notificaciones, agendas llenas y pantallas que nos prometen cercanía. Sin embargo, nos preguntamos si entendemos ¿cuándo fue la última vez que sentimos que alguien nos escuchaba de verdad? ¿Cuándo fue la última conversación sin prisa, sin mirar el reloj, sin la ansiedad de lo pendiente?
Y es que conectar hoy es un acto de resistencia. Es elegir lo humano en un mundo que corre. Es mirar a los ojos y decir: “Estoy aquí, contigo”. Porque detrás de cada perfil hay una historia, detrás de cada mensaje hay una emoción que no cabe en un emoji.
No se trata de tener tiempo, sino de hacer espacio. De enviar ese mensaje que dice “pensé en ti”, de llamar sin motivo, de compartir un silencio cómodo. Porque la conexión real no vive en la inmediatez, sino en la intención. Rafa me confesó que ama cuando sus hijos le contestan rápido o le dicen papá solo quería saludarte, te amo. Lo entendí, Rafa no sabe cuánto lo entendí.
Quizás el verdadero lujo de esta época no sea tener más cosas, sino tener más momentos. Momentos donde la conversación no compite con una pantalla, donde la presencia se siente y el corazón descansa.
Le aconsejé a Rafa no desistir. No morir en el intento. No pretender que los chicos más jóvenes lo entiendan exactamente como es. Le dije que debíamos tener un proceso de adaptación de entender de a poco cuándo entregar la posta. Rafa no está preparado para dejar su empresa y de hecho está tan joven que no tendría por qué hacerlo.
Al final se sintió mejor, al menos eso me dijo después de su leche dorada, que aprendió a tomar por su hija vegetariana. Rafa entendió que debe buscar conectar con su equipo de manera más natural. No puede tomar personal que no prendan su cámara, pero sabe que el poder de lo humano y de conectar con el otro es lo que le ha permitido tener un negocio exitoso, ser un buen padre y un ser humano especial.
Gracias Rafa por la leche dorada. En medio del ruido, atrevámonos a elegir la pausa, la mirada, la palabra sincera. Porque al final, lo que nos sostiene no son los likes, sino las miradas con una buena sonrisa.
Y es que en un mundo que corre, que parece no querer parar, detenerse para conectar es el acto más valiente y humano que existe. Que no se pierda la magia, por favor.
