| Foto: Archivo SEMANA

EDUCACIÓN

Colombia ha fracasado en educación ciudadana

Cada vez que se quiere solucionar un problema se hace una cátedra, pero lo que ha demostrado la historia que se necesita un cambio estructural.

20 de enero de 2017

En cada una de las Constituciones Políticas, en las reformas educativas, en especial, cuando ocurre una guerra se habla de formar los valores. Durante el siglo XIX, cuando la iglesia Católica detentaba casi que mayoritariamente el poder de la educación, hablaban de formación del espíritu y del cuerpo. Pero el siglo XX recibió al país con la Guerra de los Mil Días. Después de cada enfrentamiento, el país se planteaba cómo resolver el problema, cómo educar para no matarnos, pero no había respuestas.

A partir de la violencia desencadenada después del 9 de abril de 1948, empezaron a hablar de la cátedra de ciudadanas; y cuando se enseñaba en las aulas, los partidos políticos se repartían la burocracia en el Frente Nacional, excluían a otros sectores que no fueran Liberales o Conservadores, mientras se formaban guerrillas y surgía el narcotráfico. La clases de ciudadanas fueron una medida que no disminuyó la violencia de los ochenta, ni sirvió para que el país dejara de ser unas de las naciones con mayores índices de homicidios y desplazamiento del mundo. La escuela no enseñó al país a tolerar ni hacer trampa.

La Constitución del 91 hizo del país un Estado Social de Derecho. Habría mayor apertura ciudadana en el país y eso debería reflejarse en las instituciones educativas: los colegios debían incentivar las prácticas democráticas en el gobierno escolar, en la elección de personeros y habría una clase de democracia, vinculada al área de Ciencias Sociales. Pero los años noventa fueron los años del paramilitarismo, de las famosas masacres; también fue la década de los secuestros de las guerrillas, de las tomas de pueblos, de los cilindros bomba y de las minas antipersonales.

Ahora viene otro proceso que le está apostando a acabar el conflicto con las Farc. La solución son las Cátedras para la Paz, como si el país no hubiese aprendido que con una clase no se enseña el respeto. A pesar de que la inversión ha aumentado sostenidamente en los últimos años, el enfoque general ha sido mejorar en las pruebas Pisa y Saber. Las políticas se han concentrado en aprender a llenar bolas en un examen de selección múltiple para mejorar en los estándares internacionales o nacionales y no en formar ciudadanos éticos.

El problema es que contestar una prueba estandarizada no significa ser un país mejor formado, según la doctora en Educación Tessa Jolls. Subir un puesto en un ranking, estar entre los mejores de la región en educación (una de las más rezagadas del mundo), o ser el mejor colegio en Saber no nos sirve si nos nos respetamos. La profesora de la Universidad Pedagógica Elsa Amanda Rodríguez solía decir que a Colombia no le sirve un población más educada que miente y que mata. Si la cátedra de religión, ciudadanas, democracia, no funcionó para formar a una sociedad diferente, la cátedra de paz no necesariamente será la alternativa.

Desde luego, la educación no es la única culpable ni tampoco la responsable de las competencias ciudadanas de las generaciones futuras. Pero es un escenario privilegiado para cambiar las prácticas sociales de violencia y de trampa que han marcado al país. Eso no se resuelve con una clase, ni con una cifra de infraestructura, ni con repartir una becas o construir un índice de calidad.  Hay estrategias transversales y se ha producido una gran bibliografía sobre el tema: hay investigaciones sobre las competencias socioemocionales, la psicología positiva, que hay que incluir dentro del debate educativo.

Según Andrea Ortega, graduada en psicología positiva aplicada de la Universidad de Pensilvania, con maestría en psicología positiva social y organizacional de la London School of Economics, “lo que ha faltado es liderazgo en política pública. La persona a cargo no se debe enfocar Pisa o Saber, sino en qué capacidades socioemocionales se van a enseñar para que los niños del futuro estén preparados para la paz. Esa debería ser la máxima prioridad del gobierno: los niños del posconflicto no pueden ser los mismos que se han formado a lo largo de la historia del país, tienen que tener una sensibilidad diferente. Los futuros líderes no pueden ser corruptos, es necesario formar un carácter diferente y una ética diferente”.  

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