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OPINIÓN

Los millennials y la educación

Ellos son consecuencia de la democracia, el consumismo y las nuevas tecnologías. Para poder acompañar a esta generación tenemos que cambiar radicalmente la forma de educar.

Guillermo Carvajal
11 de octubre de 2017

Cuarta entrega de #VocesDeLaEducación, el espacio en el que se difunde la opinión de un columnista invitado para promover el tan necesario debate en torno al sistema educativo actual en Colombia, sus deficiencias, virtudes y retos.

Se han llamado millennials, milénicos o generación “Y” a los nacidos desde los años noventa y que han llegado a la adultez con el cambio de siglo. La mirada psicosociológica los describe como la generación que nace y crece pegada a la pantalla y vive en la red. Pero además la que sufrió el embate operativo de la democracia y por lo tanto la generación incluyente, libre de prejuicios y que ha demolido con valientes actos la modernidad. Por eso son los hijos de la posmodernidad.

Son descritos como nativos digitales, hiperinformados y sufren de pánico al desconectarse de sus aparatos. Se declaran totalmente independientes sin realmente serlo, viviendo con frecuencia con sus padres. Creativos y rebeldes, no aceptan jefes y han generado el modelo de la “empresa anárquica” con grandes resultados. Sin lugar a equívocos, están cambiando el mundo. Al fin y al cabo el porvenir es suyo. Su descontento con todos los ismos, su ateísmo y su molestia con la política van a llevar el futuro a espacios no imaginables.

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Su inmediatez en las ambiciones y su tendencia a gozarse el instante está eliminando el típico modelo del exito de la modernidad; y su deseo de devorarse el mundo con inclementes viajes los hace universales en su concepción humana. Su menú sexual es de amplitudes impensables para los adultos. En él caben desde la homosexualidad, la bisexualidad y lo transgénero hasta la clásica heterosexualidad pero sin prejuicios ni exclusiones. Llamados los “Peter Pan” por no querer asumir los roles de la clásica adultez, reniegan de la estabilidad en la pareja, del amor romántico y de la dependencia que prefigura el ser progenitores. Nada de hijos que esclavicen. Mejor un perro o un gato.   

Pero a los expertos en conducta humana nos preocupa altamente los que se desvían de la media descrita hacia lo que podría llamarse patológico. Los que no quieren terminar nada, de pésimo nivel de frustración y dependencia acérrima de sus padres. Clinofílicos o amantes de la cama para dormir todo el día. Con frecuencia saboteadores de terminar el bachillerato, fóbicos al compromiso y negados a introducirse de lleno en la academia, y en general, claudican y “procrastinan” todo el tiempo. Asiduos con frecuencia a los casinos. Altamente narcisistas y despectivos del otro y sus derechos, egoístas y desconsiderados, tiránicos en casa, mentirosos, chantajistas y manipuladores de los adultos. Amantes de la rumba pesada y del consumo de alcohol, marihuana o estupefacientes. Resistentes a toda crítica y refractarios a toda ayuda o acto psicoterapéutico. No dispuestos a la introspección y viendo todo los males y lo negativo en los demás. Sin aceptar responsabilidades, las exigencias y las reprimendas les resbalan. Saboteadores de todo plan organizado y ante la presión inminente amenazan con el suicidio. Tristes en el fondo pues no quieren abandonar la infancia complaciente y se quejan con rabia de haber sido traídos al mundo.

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Algunos ponen en el origen de este cuadro a la familia, afirmando que poco frustra, poniéndoles en la mano todo lo que desean y considerándolos “especiales”. Lo que sí es claro es que sus progenitores pertenecen a la generación que tuvo miedo a sus padres y ahora tiene pánico a sus hijos; que tienden a enfrentarse con frecuencia a la escuela considerando todo como maltrato; que cada vez más en aumento son divorciados, separación que si no es en buenos términos, los hijos sacan partido de ella. Pero nuestra amplia experiencia clínica nos demuestra que no hay un patrón específico de padres y hemos visto los mismos milénicos producidos por todo tipo de hogares. Creemos que la influencia de los padres es poca en la fabricación de estas mentes.  

De lo que sí estamos seguros es de la influencia perversa que el consumismo ha generado en esta generación. Sin embargo ya los vemos ir despacio liberándose de su influencia. La otra causalidad de su pensar y hacer es la red, la que con su caleidoscópica y caótica manera de ser ha generado una verdadera cultura que los adultos desconocemos.

Pero de lo que si no nos cabe duda es la negativa influencia en la conducta de estos jóvenes por parte de una escuela tradicional que ya no tiene ninguna operatividad. La escuela que conocimos los adultos murió y no sabe que está muerta. Se cree viva e insiste en seguir igual, con uniformidad asfixiante, con el convencimiento que todos deben saber de lo mismo y de todo, que es importante examinar, calificar, castigar, hacer perder el año, dictar clase, enseñar, etc., etc., todas técnicas caducas e inoperantes y que producen frustración excesiva, irritación, agresión y violencia, la que se traduce en el maltrato al más débil. No nos queda duda que la escuela es la gran generadora de violencia y del matoneo entre los estudiantes. Pero no lo ve ni lo quiere ver. Creemos que va a morir inocente.  

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Para poder acompañar a esta nueva y maravillosa generación que se nos vino tenemos que cambiar radicalmente la forma de educar tanto en casa como en la escuela y ante todo en esta última. Tiene que crearse un modelo en donde se dé identidad de oficio en la secundaria a través del desarrollo de potencialidades en la primaria, lo que preparará para generar mentes talentosas en todos nuestros hijos. De no ser así nos espera una mayor escalada de violencia y abandono cada vez más masivo de la academia por parte de los incomprendidos millennials.

*Guillermo Carvajal
Médico psicoanalista experto en adolescencia y expresidente de la Federación Psicoanalítica de América Latina, Fepal.

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