XII Cumbre Líderes por la Educación

Las ideas que hicieron grande al Mejor Profesor del Mundo y su mensaje para Colombia

Mansour Abdullah Al Mansour viajó desde Arabia Saudita, su país natal, hasta Bogotá para compartir su experiencia en la XII Cumbre Líderes por la Educación. Durante su visita descubrió que en Colombia enseñar también es un acto de fe.

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24 de noviembre de 2025, 8:34 p. m.
Mansour Abdullah Al Mansour, ganador del Global Teacher Prize 2025.
Mansour Abdullah Al Mansour, ganador del Global Teacher Prize 2025. | Foto: ESTEBAN VEGA LA-ROTTA-SEMANA

El profesor saudí Mansour Abdullah Al Mansour pensaba en Colombia como un país donde todos caminaban con una taza de café en la mano. “Eso era lo que imaginaba antes de viajar”, contó.

XII Cumbre Líderes por la Educación: educar con humanidad

Al llegar se encontró con un lugar mucho más rico que el aroma que lo ha hecho célebre en el mundo. Sintió la calidez de la gente, la vitalidad de las calles y percibió –en sus palabras– “una fuerza silenciosa que impulsa a los maestros a seguir enseñando con esperanza, incluso cuando los recursos escasean”.

De mirada serena y voz pausada, Al Mansour demostró que la empatía también se comunica. No hablaba inglés ni español, pero cada idea encontraba su camino a través de gestos leves. Sus manos seguían las palabras del traductor, como si dibujaran en el aire la emoción que quería transmitir. Su mensaje fluyó con una naturalidad que superó la barrera del idioma.

Desde Arabia Saudita, Al Mansour ha dedicado más de dos décadas a transformar la educación pública. En sus clases combina la ciencia con la sensibilidad y la tecnología con la empatía, guiado por la convicción de que la enseñanza debe mejorar la vida. Esa visión lo llevó, en 2025, a recibir el Global Teacher Prize, considerado el Nobel de la Educación, otorgado por la Fundación Varkey en colaboración con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el mayor reconocimiento que puede recibir un maestro en el mundo.

Durante su visita a Bogotá, invitado por SEMANA y Semana Educación a la XII Cumbre Líderes por la Educación, recorrió una escuela en Ciudad Bolívar y comprobó cómo la enseñanza resiste incluso en los contextos más difíciles.

Lo hizo con la curiosidad de quien no busca imponer una visión, sino aprender del otro. En esta conversación reflexionó sobre los desafíos globales de la educación y el papel humano del maestro en tiempos de inteligencia artificial (IA).

SEMANA EDUCACIÓN: ¿Había visitado antes América Latina?

MANSOUR ABDULLAH AL MANSOUR: No, esta es mi primera vez. Tenía muchas expectativas. Imaginaba el continente como un lugar mágico, lleno de belleza, y eso lo confirmé en Colombia. Antes de viajar, algunos me advirtieron: “Cuidado, es un país peligroso”. Pero al llegar encontré todo lo contrario: dondequiera que fuimos, nos recibieron con una sonrisa. Pensaba que sería mi primera y última visita, porque el trayecto fue largo, 26 horas de viaje, pero ahora quiero volver, no solo por trabajo, sino para conocer más. Colombia está llena de naturaleza, de buena gente y de cultura. Es, realmente, un país maravilloso.

S.E.: Durante su visita se reunió con la Secretaría de Educación de Bogotá; visitó una escuela en Ciudad Bolívar y participó en la XII Cumbre Líderes por la Educación. ¿Qué impresión se llevó sobre los principales retos del país en materia educativa?

M.A.A.M.: Como en muchas otras naciones, en Colombia el sector educativo enfrenta dificultades, pero confieso que me impresionó ver cómo la gente no se rinde y afronta los obstáculos con esperanza, tratando siempre de mejorar. Los maestros trabajan con gran esfuerzo y amor por su labor, pese a las limitaciones o la falta de recursos, y eso dice mucho del espíritu de este país. Me conmueve mucho ver cómo los docentes llegan a lugares tan distantes para motivar a sus estudiantes.

S.E.: ¿Qué reto le pareció más urgente?

M.A.A.M.: La falta de maestros, como ocurre en buena parte del mundo. En las zonas rurales la situación es especialmente compleja. A medida que uno se aleja de las ciudades, las dificultades aumentan, pues también escasean los materiales y el apoyo. Por eso creo que es vital dignificar la profesión, ofrecer salarios justos, estabilidad y reconocimiento. Muchos jóvenes no eligen ser docentes porque sienten que este trabajo no se valora, y eso es preocupante. En algunos lugares hay aulas llenas de niños, pero sin nadie al frente; y sin maestros, no hay futuro. Ellos son la verdadera fuerza de una escuela.

S.E.: En los contextos desiguales que ha conocido, ¿qué hace posible que la educación sea una fuerza verdaderamente transformadora?

M.A.A.M.: Lo primero que hay que saber es que solo cuando un niño comprende su entorno puede transformarlo. De hecho, el cambio empieza cuando el estudiante descubre que tiene valor y puede hacer algo por los demás. Por eso, es fundamental comprender que la educación va mucho más allá de transmitir conocimiento. Forma carácter y enseña a mirar el mundo con sentido crítico. Cada maestro que logra inspirar a un estudiante está ayudando a construir una sociedad más justa y consciente.

S.E.: En la cumbre se habló del avance de la IA en las aulas. Algunos la ven como una aliada; otros, como una amenaza. ¿Dónde pondría usted el límite?

M.A.A.M.: Es la pregunta del millón. La IA es, sin duda, el tema del momento. Trae grandes ventajas, pero también riesgos que no podemos ignorar. No hay que cerrarse a ella, el mundo avanza en esa dirección, pero tampoco podemos entregarle nuestras decisiones ni nuestra vida. Debe ser una herramienta que acelere el conocimiento, no que lo sustituya. Antes necesitábamos días para encontrar información; hoy, con plataformas como ChatGPT, obtenemos respuestas en segundos. Lo importante es no volverse dependiente.

S.E.: ¿Qué puede hacer un maestro para seguir siendo esencial cuando la tecnología parece hacerlo todo más rápido? Hoy todo está a un prompt.

M.A.A.M.: La clave está en el equilibrio. La tecnología puede acelerar el proceso, pero no recorrerlo por nosotros. Como un automóvil, puede facilitar el trayecto, pero nunca reemplaza los pasos de quien lo conduce. La educación necesita contacto humano, diálogo, creatividad y empatía. Esa es la verdadera inteligencia que no puede programarse. No podemos perder de vista que el aprendizaje, al final, sigue siendo un proceso profundamente humano.

S.E.: ¿Usted usa IA en sus clases?

M.A.A.M.: Claro. En clase trabajamos proyectos que combinan la IA con la creatividad. Usamos herramientas digitales para resolver problemas reales, de modo que la tecnología se vuelva aliada y no sustituto. Soy testigo de que los alumnos aprenden con mayor agilidad, pero también fortalecen su comunicación, su empatía y su pensamiento crítico. El reto está en evitar que dependan por completo de las máquinas. Por eso procuro combinar la formación tecnológica con proyectos sociales, actividades de voluntariado y escritura, para que el aprendizaje conserve su dimensión humana.

S.E.: Hoy el maestro compite con los celulares por la atención de sus alumnos. ¿Cómo se gana esa batalla?

M.A.A.M. El teléfono tiene dos caras. Puede ser una herramienta poderosa, pero también puede interferir en el aprendizaje y, sobre todo, en la infancia. Hoy los niños reciben un celular demasiado pronto y, a veces, eso les roba parte de su niñez. He visto estudiantes de 7 años con los hábitos y distracciones de alguien de 30. El mundo ya es móvil, pero debemos aprender a usarlo con medida. No se trata de prohibir, sino de enseñar a usar la tecnología con propósito, ética y responsabilidad.

S.E.: ¿Qué significa ser un buen maestro en estos tiempos?

M.A.A.M.: El papel del maestro es inspirar y sembrar confianza en sus estudiantes. No se trata solo de transmitir conocimiento, sino de acompañarlos en su desarrollo y en su vida. Un buen maestro enseña con amor, paciencia y comprensión. Cuando eso ocurre, acoge a sus alumnos incluso cuando se equivocan. Hoy muchos jóvenes dudan de sí mismos porque temen cometer errores. Nunca se debe ridiculizar una falta, sino mostrar que en ella hay una oportunidad para aprender y mejorar. En realidad, inspirar, orientar y creer en los estudiantes ha sido siempre la esencia de la docencia. Todo empieza con la relación humana: cuando un maestro enseña con afecto, el estudiante se siente libre para intentar, equivocarse y volver a intentarlo.

S.E.: ¿Tuvo usted un maestro que lo inspiró?

M.A.A.M.: Sí. Cuando tenía 12 años, un profesor de matemáticas creyó en mí y cambió mi vida. Descubrió que era bueno en la materia y me pidió que ayudara a algunos compañeros que tenían dificultades. Me autorizó a usar un aula durante los recesos para enseñarles. “Inténtalo”, me dijo. Esa experiencia me marcó profundamente. Vi que aquellos niños mejoraron y sentí una enorme alegría al saber que podía ayudarlos. Me di cuenta de que enseñar me hacía feliz, que podía influir positivamente en los demás. Desde entonces supe que quería ser maestro. A veces pienso que, si ese profesor no me hubiera dado su confianza, quizás nunca habría descubierto mi vocación. Por eso siempre digo que un solo gesto de un maestro puede cambiar la vida de un niño.

S.E.: ¿Qué mensaje le gustaría dejarles a los maestros colombianos?

M.A.A.M.: Que nunca olviden el poder que tienen. A veces basta una palabra o un gesto de confianza para cambiar la historia de un estudiante. Recuerdo a un alumno que tenía miedo de presentar su proyecto porque creía que no era lo bastante bueno. Lo animé a corregirlo, a confiar en su idea y, tiempo después, ganó un premio internacional. Eso me confirmó que, cuando un maestro confía, el estudiante se atreve. Esa experiencia me recordó lo que mi maestro vio en mí: el potencial que uno mismo a veces no alcanza a reconocer. Desde entonces intento ver en mis alumnos esa misma luz, despertar en ellos la certeza de que pueden ir más lejos. Al final, cada maestro lleva dentro la huella de quien creyó en él. Esa es la herencia más poderosa de la educación: un acto de fe en el otro.

Mansour Abdullah Al Mansour, ganador del Global Teacher Prize 2025.
Mansour Abdullah Al Mansour, ganador del Global Teacher Prize 2025. | Foto: ESTEBAN VEGA LA-ROTTA / SEMANA

Cátedra de humildad

Alcanzar el reconocimiento de Mejor Profesor del Mundo le tomó una década. En ese tiempo comprendió que la educación no premia la velocidad, sino la constancia. Su método, más cercano a la disciplina de un artesano que a la lógica de la competencia, partía de una idea sencilla: enseñar también es un proceso de autotransformación. Desde ahí, el maestro saudí reflexionó sobre lo que significaba persistir, crecer y enseñar con propósito.

S.E.: En una era dominada por la inmediatez, ¿qué significó para usted sostener un proyecto educativo durante diez años?

M.A.A.M.: La naturaleza humana busca resultados rápidos, pero la educación no funciona así. No se puede llegar a ser el mejor maestro del mundo en un año. Como en cualquier disciplina, el éxito llega solo con constancia, esfuerzo y, a veces, con terquedad. Hubo momentos en los que quise desistir, en los que todo parecía imposible, como si luchara contra molinos de viento. Pero entendí que la persistencia es la que conduce al resultado final. Cada reto, incluso los más duros, me enseñó algo. Además, la educación no es un trabajo: es una misión. Cuando uno comprende eso, deja de rendirse. Sigue adelante, aunque duela, porque sabe que está cambiando vidas. De hecho, desarrollé una estrategia personal para afrontar los reconocimientos y las exigencias. He recibido 21 premios, y cada uno lo asumí como un proyecto de crecimiento, no como un trofeo. Cada galardón tenía sus propios estándares, criterios y metas. Mi objetivo nunca fue el premio en sí, sino evolucionar a través de ellos.

S.E.: ¿Qué significa para usted ganar?

M.A.A.M.: Camino con calma. No me preocupa cuánto tarde. Puedo completar un proyecto en una hora o demorarme cuatro años. Algunos premios se entregan cada cierto tiempo, y eso está bien. Cada estándar que cumplo me transforma. No trabajo solo: mis estudiantes también participan y avanzan conmigo. En ese camino hay alegría, entusiasmo, aprendizaje y energía. Disfrutar el proceso es más importante que esperar el resultado. Esa es la verdadera recompensa. El premio es solo una consecuencia; la satisfacción proviene de haber alcanzado el nivel que buscaba. No necesito recibirlo físicamente: cuando cumplo mis objetivos, ya he ganado. Siempre les digo a mis colegas y a los maestros con los que viajo a recoger algún reconocimiento: “No busques una medalla. Ya ganaste cuando cumpliste los estándares y creciste con tus estudiantes. El premio termina cuando tú evolucionas”. Por eso, no me decepciono si no gano. No me frustro, porque el logro está en el proceso. No hay presiones ni ansiedad.

S.E.: Un millón de dólares por ganar el Global Teacher Prize…

M.A.A.M.: Cuando finalmente presenté mi trabajo, el jurado quedó sorprendido. Dijeron: “Esto parece el proyecto de toda una institución”. Y tenían razón. Fue un esfuerzo enorme, sostenido durante diez años. Sin embargo, cuando me informaron que el premio incluía un millón de dólares, respondí: “Gracias, pero mi verdadero premio es otro”. No quise sonar arrogante. Los trofeos son valiosos, pero no lo son todo. Mi mayor recompensa fue ver a mis estudiantes alcanzar sus metas: verlos emocionados, inspirados, transformando su comunidad. Eso vale más que cualquier cifra.