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La hermana Amparo y la profesora Beatriz recorren en moto las calles de San Vicente del Caguán para visitar los círculos de lectores. Por su proyecto son las ganadoras del Premio Nacional de Paz, organizado por ‘El Tiempo’, ‘El Colombiano’, SEMANA, ‘Caracol’ radio y televisión, Fescol y el Pnud.

Reconocimiento

La monja voladora

A punta de libros y fantasía dos mujeres quieren cambiarles el futuro a los niños del Caguán. Ellas son las ganadoras del Premio Nacional de Paz.

1 de diciembre de 2007

E s difícil imaginar que en San Vicente del Caguán haya un reino encantado. Pero bajo un sol quemante y entre las calles empinadas por las que aún deambulan las secuelas del frustrado proceso de paz, un cuarto cualquiera de una de tantas casas encierra esa ilusión. Sus puertas abiertas dan paso a un oasis contra la desesperanza, que invita a soñar con ser algo diferente a guerrillero, raspachín o prostituta. En una cometa que adorna la pared del recinto se pueden leer frases como "Quiero ser profesor", o "Quiero ser periodista", escritas con letra infantil. Sus autores son niños que durante horas se sumergen en mundos de fantasía junto a Pulgarcito, Hansel y Gretel y Rin Rín Renacuajo, o cualquiera que sea el relato que en la tarde escojan de una variada biblioteca. Con esa inspiración regresan a la realidad para escribir su propio cuento, con el que pretenden cambiarle la cara a ese pueblo suyo en el que, como en cualquier relato, también hay villanos, aunque no precisamente brujas con manzanas envenenadas, sino personajes con fusiles o petardos.

En su cruzada por retar el miedo, los pequeños escritores son acompañados por una mujer a la que ven como un superhéroe. La llaman la 'Monja Voladora', quizá porque su velo, como si fuera una capa, ondea con el viento cuando viaja en su moto cargada de libros. Es la hermana Reina Amparo Restrepo, la responsable de crear este espacio lúdico en el hogar de las misioneras de La Consolata. Su socia y escudera es Beatriz Loaiza, quien como profesora de castellano conoce muy bien la magia de las palabras. Ambas crearon el Círculo de lectores infantil y juvenil, proyecto que fue escogido para ser galardonado con el Premio Nacional de Paz. Lo recibirán junto al profesor Gustavo Moncayo y su hija Yuri Tatiana, quienes este año se convirtieron en símbolo del intercambio humanitario con su caminata desde Sandoná, Nariño, hasta Bogotá, como máxima expresión de 10 años de lucha por que sea liberado su hijo y hermano, el suboficial Pablo Emilio Moncayo, secuestrado por las Farc.

Sor Amparo también lleva una década empeñada en que en San Vicente del Caguán "para un mañana mejor, se desarme al niño de hoy". Con ese lema en mente, en 1997 esta antioqueña decidió hacer una jornada para cambiar juguetes bélicos por libros. La opción podía no sonar muy atractiva en una época en que, como la hermana recuerda, era normal que fueran asesinadas cuatro personas a la semana. En ese tiempo las armas eran sinónimo de poder, aunque fueran de mentiras, y "los niños no tenían infancia porque eran criados para trabajar desde pequeños", dice. Pero se las ingenió para crear su "reino encantado", ese pequeño salón que, adornado de cuentos, poco a poco empezó a llenarse de chiquillos que se encontraban para jugar un juego diferente al de la guerra. Como su idea era similar al trabajo de alfabetización que la profesora Beatriz estaba realizando con sus alumnos en el colegio Dante Alighieri, decidieron unir esfuerzos.

Empezaron a capacitar a los estudiantes de grados décimo y 11 como guías de los más pequeños para que a partir de los cuentos, trabajaran valores y los conquistaran con actividades que iban desde pintar hasta dramatizar las lecturas. "Involucrar a los jóvenes en el proceso ha sido una gran motivación, pues muchos no tenían estímulos porque se sentían estigmatizados por los prejuicios que se tienen de esta región. Con la lectura ellos han ampliado no sólo el horizonte de los niños, sino los propios. La mejoría académica y en su autoestima es evidente", comenta Beatriz. Lo que empezó como una carrera de relevos en que una bolsita con 27 cuentos se trasladaba todo el día de un barrio a otro, se convirtió más tarde en una serie de bibliotecas ambulantes que la hermana y la profesora llevaban a las veredas, entre la selvas y por los ríos. Así llegaron a Cartagena del Chairá, Tres Esquinas, Campo Hermoso y lugares remotos donde la gente jamás había visto un cuento. "Yo no soy una persona optimista y me parecía una utopía la idea de transformar la vida de los niños a partir de la lectura", recuerda la periodista Salud Hernández, quien conoció a la misionera mientras cubría el proceso de paz. "En Colombia gustan las cosas vistosas, de impacto rápido, y en cambio la hermana le apostaba al largo plazo para lograr un cambio en la mentalidad. Cuando uno lee los cuentos escritos por los niños, se da cuenta de que se les ha abierto una ventana de inquietudes", sostiene. Se refiere al producto del esfuerzo de los círculos de lectores: una serie de cartillas con cuentos, coplas y poesías creadas por estos rafaeles pombos en potencia.

En 2005, como parte de los 400 años de Don Quijote de la Mancha, a Beatriz se le ocurrió que los guías se convirtieran en "los caballeros andantes de San Vicente del Caguán", para transmitir a los niños valores dignos de un ingenioso hidalgo. La experiencia ganó el Concurso Santillana, como un reconocimiento a esa labor persistente por reestablecer el tejido social de la población.

Hoy, gracias al apoyo de instituciones como la Unicef, funcionan más de 234 círculos cada sábado, algunos más allá de Caquetá, en casas de familia donde muchos padres se han involucrado al proceso. "Lo más importante es que nuestros hijos aprovechan el tiempo libre divirtiéndose", explica Luz Stella Salazar, quien los fines de semana hace el papel de mamá de un grupo de dinámicos niños y está empeñada en poner su grano de arena con una biblioteca que crezca a partir de donaciones de libros. Y cada vez son más los que asisten a estas reuniones lúdicas. La hermana los convoca en su programa 'Cultivando una flor exótica, sobre el sentido de la gratitud', en la emisora Ecos del Caguán. En ese espacio ha enseñado a grandes y chicos la importancia de dar las gracias para convivir mejor.

La hermana sigue siendo muy activa, pese a que la aqueja la diabetes, y a las amenazas que le han hecho, especialmente durante la época de la zona de distensión, cuando, según relata, muchos consideraban una provocación el lema que sus niños llevaban en las camisetas: "Somos constructores de paz". Nada de eso le hace contrapeso a la satisfacción de ver cómo ha vuelto la esperanza.

Lo nota cuando los pequeños lectores la reciben convertidos en osos, leones o payasos en medio de los ensayos del Centro Literario. Se trata de un original evento en el que los niños preparan diversas presentaciones culturales con las que recorren durante un mes los barrios del municipio. También cuando ve cómo muchos de sus pupilos del pasado, hoy, ya crecidos, son guías o están cumpliendo las metas que se propusieron en esas reuniones. "Desde cuando la hermana me dio la oportunidad de trabajar en la emisora, me di cuenta de que quería ser periodista. Gracias a su exigencia ella me ayudó a confiar en mis capacidades", cuenta Mónica Rosada, quien a sus 19 años cursa cuarto semestre de comunicación social.

Por eso desde hace 10 años en San Vicente del Caguán se está escribiendo un nuevo cuento. Sus heroínas, una monja voladora y una profesora, esperan que sus autores construyan un final feliz como el del relato que una vez estos mismos niños crearon: "Desarmen sus manos y armen su mente y su corazón con valores, con ternura. Así comenzó el Círculo de Lectores Infantil y poco a poco las maripositas, guiadas por aquella hada madrina que se llama sor Amparo fueron levantando un muro, y cuando llegó el odio, el muro estaba tan fuerte de valores, que por más que luchó y luchó, no pudo derrumbarlo".