Sergio de Zubiría, Rubén Sierra y Lisímaco Parra, tres de los más respetados filósofos colombianos.

Filosofía (Impresa)

¿Dónde están los filósofos?

En un país lleno de problemas que necesitan de reflexión profunda, los pensadores colombianos parecen mantenerse distanciados en su torre de marfil. ¿Por qué viven tan alejados del debate público? ¿No ha existido acaso en Colombia una importante tradición de intelectuales públicos? ¿O es que en este tiempo de mass-market los escritores han usurpado el lugar de los filósofos en los medios?

Rodrigo Restrepo
30 de marzo de 2011

Pocos días después de publicado el libro La filosofía y la crisis colombiana, un periodista de radio llamó al filósofo Rubén Sierra Mejía, coeditor de la obra y uno de sus autores. Publicado hace ya nueve años, este libro constituye uno de los pocos intentos serios de los principales filósofos del país por pensar la realidad nacional y divulgar sus pensamientos para el público general. “Me preguntó qué proponíamos los filósofos para solucionar los problemas del país”, cuenta Sierra. “El problema es que me exigió que explicara el tema en sólo tres minutos”. El filósofo, desde luego, despachó al ingenuo periodista de un plumazo: “¡Es que los filósofos no somos quienes tenemos que resolver los problemas del país! Nosotros nos encargamos de pensar las cosas, no de solucionarlas”.

 

Así quedó zanjado el asunto: de un lado los pensadores y del otro, los medios, el público y, quizás, el país. La anécdota no va más allá de la llamada, pero deja ver el estado actual de una relación fría e indiferente. Los filósofos, en su mayoría, parecen encontrarse en la torre de marfil de la academia, distanciados de una realidad compleja y fecunda para el pensamiento. ¿Por qué?

“Quizás el ‘massmediatizarse’ pueda quitarle rigor al filósofo, y el rigor hace parte de su identidad intelectual”, explica Sergio de Zubiría, profesor de filosofía de la Universidad de los Andes y quien se ha especializado en temas como la filosofía política, las relaciones entre la cultura y la violencia y los debates y problemas en torno al concepto de tolerancia. “Hay una cierta actitud fóbica, pues al filósofo le parece que si participa en los medios, su pensamiento puede volverse liviano, de poca densidad”.

 

Pero tal vez exista una razón más de fondo para esta ausencia. “Durante la década del 70 hubo una sobresaturación, o más bien una ultrasaturación de estas problemáticas”, argumenta Lisímaco Parra, profesor del Departamento de filosofía de la Universidad Nacional y ex vicerector académico de la misma, además de director de la cátedra de Pensamiento colombiano y especialista en ética y política moderna y contemporánea. “Temas como el de la filosofía política tuvieron un agotamiento, una crisis. Quizás en ese agotamiento tenga que ver el marxismo. Yo creo que el marxismo criollo, tan sumamente religioso, acaparó la reflexión política. Y cuando ese marxismo religioso entró en crisis, es como si el interés por la reflexión de la política y la sociedad hubiera quedado en un gran desprestigio”.

 

Parra recuerda que en la antigua sede de la librería Buchholz, en la calle 59 abajo de la 13, la sección más grande de libros era la de marxismo. “Era una pared enorme”, dice, y estaba ubicada justo detrás del cajero, pues esos eran los libros que la gente se robaba”. Hoy en día de marxismo no queda nada, y muy poco de problemas de filosofía política, por no hablar de filosofía colombiana. Basta dar un vistazo a los estantes de la librería Lerner para darse cuenta de que buena parte de la bibliografía filosófica nacional está compuesta de compilaciones de ensayos especializados y de memorias de congresos sobre Kant, el darwinismo o el relativismo filosófico.

 

¿El filósofo ha muerto?

Y es que, sin lugar a dudas, el lugar en donde se juega hoy la filosofía colombiana es la academia: en los grupos de estudio, en los departamentos de filosofía, en los congresos y en las publicaciones especializadas. Es la consecuencia inevitable de la pro-fesionalización. Para el profesor Sierra, “el ejercicio la filosofía se ha profesionalizado demasiado en Colombia”. Lo que, a su vez, “ha generado un miedo de pensar los problemas comunes, los problemas públicos”.

 

Solo hace falta hojear los principales diarios para darse cuenta de que el filósofo se quedó por fuera del debate público. Desde luego, existen las excepciones: Jorge Restrepo en El Tiempo y Jorge Giraldo en El Colombiano. El Espectador, por su parte, ha tenido que comprar las columnas de Umberto Eco, no se sabe si por falta de oferta nacional o por simple descuido periodístico. Existe, dicho sea de paso, el fenómeno del filósofo de formación que pertenece a la vida pública, pero que no ejerce verdaderamente como filósofo. Entre otros, se destacan Enrique Santos Calderón, Mauricio Pombo y Mavé —sí, la del tarot de Mavé—.

 

“Yo creo que esta ausencia es una gran pérdida, porque los filósofos colombianos eran intelectuales públicos reputados. El último fue quizás Estanislao Zuleta. Y antes de él, Cayetano Betancur, quien siempre fue columnista de los principales periódicos del país”, comenta Jorge Giraldo, filósofo de la Universidad de Antioquia, decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades de la Eafit y profesor de filosofía política. ¿Qué se hicieron entonces los filósofos públicos? ¿Dónde quedó la figura del pensador?

Parece haber aquí una cuestión generacional. Para la generación actual de filósofos “ya no importa tanto el individuo, la figura o el personaje del filósofo. Se trata más bien de grupos, en los que se lleva a cabo un trabajo de hormiguita, un trabajo importante aunque los nombres no figuren”, explica de Zubiría. Probablemente, esta desaparición de la figura del filósofo tenga que ver con un cambio ideológico, una caída de las certezas y de las grandes verdades. Hoy, siendo fieles al estado de ánimo de nuestra época, vivimos un pluralismo ideológico: ya nadie se siente poseedor de la verdad. “El filósofo no puede dejar de representar el espíritu de su tiempo y, como dice Manfred Max-Neef, vamos ‘de la esterilidad de las certezas a la fecundidad de las incertidumbres’”, explica.

 

Para Parra, detrás de la pregunta por los grandes filósofos se encuentra todavía un prejuicio: la sombra del gran autodidacta. Un prejuicio que, por lo demás, no deja de ser un tanto “pueblerino y provinciano”, según dice. Hace algunas décadas, en efecto, surgió en Colombia la figura del filósofo autoeducado, un tipo muy inteligente que destacaba fácilmente en un medio bastante ignorante. “Tenía una pose. Aspiraba a ser un genio que se paseaba por encima de las instituciones académicas. Y aunque dictaba clases y cursos, tenía muy poco interés en las tareas administrativas de la universidad. Asistía en Alemania a los seminarios de Heidegger, pero no se daba a la tarea de sacar un título, pues veía el cartón con cierto desdén”, dice el catedrático. “Desde luego que en Estados Unidos, en Francia y Alemania hay personajes filosóficos destacados. Pero lo que realmente sostiene el trabajo filosófico es una masa muy consolidada, densa, muy extendida, de filósofos profesionales”.

 

Pensándolo mejor…

 

Pero esta visión del problema desconoce que, justamente, una gran tendencia en el contexto internacional es el retorno de la filosofía al ámbito público y a la vida cotidiana: el filósofo como un mediador de las personas y sus problemas vitales, así como un divulgador de una herramienta preciosa: el pensamiento. Giraldo resalta la importancia, en el entramado intelectual internacional, de figuras como Fernando Savater, el célebre pedagogo español, Slavoj Žižek, el filósofo y psicoanalista esloveno que alimenta su pensamiento con la cultura popular, o el judío-estadounidense Michael Walzer y su célebre revista Dissent. Sin ir más lejos, en Argentina, el ateo y optimista Alejandro Rozitchner mantiene cuatro blogs de alto tráfico y nivel filosófico y escribe en el diario La Nación de Argentina artículos muy filosóficos con títulos como: ¿Por qué toman alcohol los jóvenes? o Qué es ser buena persona. También colabora con el portal en español de Yahoo! y divulga en sus páginas web videos y capítulos de sus catorce libros, el último de los cuales se llama Ganas de vivir. Y Rozitchner es solo la muestra de toda una generación de filósofos, como José Pablo Feinmann o Alberto Buela, que se preocupan por divulgar su pensamiento y publicar sus obras en Internet.

 

Esto por no citar el mar de páginas de divulgación filosófica que se publican desde hace ya más de una década en el mundo entero. La colección Popular Culture and Philosophy, de la editorial Open Court, lleva ya 59 volúmenes —y 11 en preparación— con títulos como Dexter and Philosophy o Ipod and Philosophy. El suizo Alain de Botton, famoso por Cómo cambiar tu vida con Proust, las Consolaciones de la filosofía o Los placeres y los pesares del trabajo, se ha dedicado rigurosamente a divulgar en programas documentales para televisión, videos de Internet y programas de radio por la web su “filosofía de la vida cotidiana”. De Botton, además, es miembro fundador de The School of Life, una organiza-?ción educativa en Londres que ofrece programas completos sobre las cuestiones más apremiantes de la vida diaria: las relaciones, el trabajo o la crisis de la mediana edad, un poco en la misma línea que el contracorriente y agudo Michael Onfray de la Univeridad Popular de Caen y quien sostiene que un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.

 

A propósito de herramientas y realidad, Giraldo señala que el año pasado el New York Times abrió un blog colectivo llamado The Stone, en honor a la piedra del Ágora de los griegos —o en referencia al arquetípico acto humano de lanzarle piedras al prójimo—. Su objetivo no es otro que el de invitar a filósofos de todas las vertientes a reflexionar sobre temas como el arte, la guerra, la ética, el perdón, el kung-fu, los problemas de género o la cultura popular. Esto con el fin de mostrar cómo luce la filosofía hoy y quiénes son sus representantes, cuáles son sus preo-cupaciones y qué papel juegan en el siglo XXI. Por su web han pasado ya pensadores de la talla de Peter Singer.

 

En Colombia, las herramientas están, pero parece que los filósofos no. En un rápido sondeo realizado con ayuda del profesor de Zubiría, una decena de estudiantes de últimos semestres de filosofía fueron interrogados sobre su concepción y uso de herramientas como los blogs, las redes sociales e Internet en general para divulgar, debatir y leer contenidos filosóficos. Los resultados son, por decir lo menos, alarmantes. Cinco de los diez proyectos de filósofo no usa Internet con fines filosóficos sino para casos estrictamente necesarios —consultar el diccionario latín-español o buscar algún libro que no se encuentra en las bibliotecas—. Apenas tres usan Facebook para compartir ideas filosóficas y sólo dos exploran la red —esto es, blogs y Youtube— como un recurso válido de investigación.

 

En una rápida búsqueda en Wikipedia sorprende que aparezcan, en la lista de filósofos colombianos, personajes como Antanas Mockus o Jesús Piñacué. A propósito: ¿habrá algún filósofo en Colombia preocupado por Wikipedia? Resulta alentador que al menos la Sociedad Colombiana de Filosofía luzca una elegante página web —con videos incluidos en el home— y hasta aparezca en Facebook y tenga una página en Vimeo. Justamente en su website se lee que el Banco de la República está buscando algún filósofo que se le mida a la tarea de escribir un artículo sobre la historia de los últimos diez años de la filosofía en Colombia. Buen indicio. Sin embargo, la desilusión vuelve al encontrar que junto con la elección del nuevo presidente de la Sociedad, la convocatoria del Banco es la única ‘noticia’ que alberga la web. Y la desilusión se convierte en indiferencia cuando descubro que su calendario de eventos de 2011 está más vacío que la tábula rasa de la mente humana, según los empiristas.

 

Tras una larga incursión en la apretada selva de Internet, se encuentra que el único filósofo colombiano que mantiene un blog es Jorge Giraldo. “A veces surge un problema en la concepción de la filosofía. Norberto Bobbio decía que hay dos formas de filosofar: una es pensar sobre los pensamientos. La otra es pensar sobre lo que pasa, sobre lo que está ahí a la vista. A mí me parece que le realidad, especialmente la colombiana, ofrece todos los días motivos para hacer reflexión filosófica”, argumenta Giraldo. “Tenemos una realidad muy sugestiva para muchos de los problemas filosóficos contemporáneos: la justicia, la violencia, los derechos humanos, la ética, la económía. Cuando uno tiene cierto compromiso con lo que está pasando todos los días y con la filosofía, uno intenta conectar los dos mundos”.

 

Lo mismo piensa Diego Duque, un joven filósofo de la Nacional que trabaja duro y solitario en un proyecto de filosofía aplicada. Duque ha dedicado los cortos años de su carrera profesional a nadar a contracorriente: intenta aplicar preguntas filosóficas clásicas a casos particulares de la realidad colombiana. Y lo ha hecho con los protagonistas anónimos de la cruda realidad del país, pues se ha puesto a indagar el dilema del sicario, el de la víctima, el del excombatiente y el del interventor social. Durante casi un año, filosofó a fondo con los habitantes de la calle de un hogar de paso en el centro de la ciudad. “Casi siempre se juzga a estas personas desde ciertos estándares morales. Se cree que hay que estar loco para irse de paramilitar o de sicario, se los juzga como irracionales”, explica. “Pero cuando se indaga en todos los factores, el juicio cambia. Se relativiza el juicio moral porque se encuentra que sus decisiones obedecen a una racionalidad. La moralidad no es lo que los filósofos dicen”.

 

Duque concluye que si los filósofos no ponen los pies en la realidad colombiana se estará haciendo una filosofía en el aire, sin carne. “El filósofo tiene la posibilidad de aportar herramientas y elementos de análisis para entender mejor nuestra realidad”. Existen sí, brotes de una filosofía más cercana a la realidad. Está el libro Perfiles del mal, de la filósofa Ángela Uribe, que examina ocho episodios de la historia de Colombia para indagar en el contenido moral en las relaciones de sus protagonistas. Está el Proyecto Lisis de filosofía para niños, liderado por los profesores Diego Pineda y Miguel Ángel Pérez, que busca establecer una serie de recursos multimedia para un diplomado. Está también el espacio ‘Filósoso-No Filósofo’, un proyecto televisivo del Departamento de filosofía de la Nacional que invita a personajes no filosóficos —chefs, cantantes de rock o un neurobiólogo— para debatir temas junto a filósofos profesionales.

 

Dice el profesor Sierra que “el filósofo debe atender a su tiempo”. ¿No es hora ya de que los pensadores colombianos salgan de su fortín académico y entren decididamente en la discusión pública de los problemas del país?

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